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El sueño truncado de Ingrid Visser y Lodewijk Severein

La exjugadora de voleibol y su entrenador querían formar una familia

Isabel Ferrer
Evedasto Lifante, expropietario del desaparecido Club Voleibol de Murcia.
Evedasto Lifante, expropietario del desaparecido Club Voleibol de Murcia. ISRAEL SÁNCHEZ (EFE)

La página abierta en Internet por las familias de Ingrid Visser y Lodewijk Severein en su nombre, refleja la misma compostura que ha sido la seña de identidad de la deportista. Al principio, sirvió para coordinar su búsqueda en Murcia. A medida que surgían nuevos detalles, desconocidos para los parientes holandeses, estos reclamaron por igual vía “mesura y respeto” a los medios. Con el país entero todavía conmocionado por el asesinato de dos niños a manos de su padre, centenares de compatriotas anónimos dejaron en Twitter mensajes de ánimo. Cuando los cadáveres de la pareja fueron identificados, apareció un lazo negro en su memoria y el agradecimiento “a todo el mundo que ha ofrecido su apoyo y enviado mensajes durante estas dos últimas semanas tan duras”. Después, silencio.

“Ingrid trabajó y vivió en Murcia con Lodewijk. Una parte de sus raíces está allí. Todo el mundo la conocía”, dijo con entereza su tío, Wieber Visser, durante su búsqueda. La muerte, sobre todo en tan terribles circunstancias, suaviza las opiniones de conocidos y rivales. Pero de Ingrid Visser es difícil encontrar críticas. Nacida en Gouda en 1977, de padre holandés y madre estadounidense, debutó en el voleibol siendo una adolescente de 14 años. Aunque medir 1,91 metros es un plus para saltar, ella sobrepasó el hecho de ser la jugadora más reconocible del equipo. El deporte de élite adula a sus estrellas, pero brinda a su vez la oportunidad de rendir el ego en nombre del equipo. “Ingrid tenía talento natural y madera de líder. Quería ganar siempre y no se daba aires. Su modestia era genuina”, recuerda su compatriota Henk Stouwdam en las páginas del rotativo “NRC Handelsblad”.

Era una chica de provincias que viajó por el mundo gracias a su habilidad (jugó en 514 partidos internacionales) y permaneció casi veinte años en la selección holandesa. El equipo podía fallar o perder, pero ella nunca defraudaba. Pasó de los juveniles al conjunto nacional y después jugó en Brasil, Italia, Rusia, Azerbaiyán y España: en Las Palmas, Tenerife y Murcia. En un vídeo todavía colgado en la Web, asegura que “mi misión es llegar a la final olímpica”. El entrevistador menciona la carga vital de dicho proyecto, y ella sonríe. “Sí, claro, pero no todo es duro en el deporte. También es divertido y apasionante”, dice. En los Juegos de Atlanta de 1996, Holanda fue quinta. Para los últimos, en Londres, no se clasificaron. Pero sí hubo otros premios, como el Campeonato Europeo de 1995 y el World Grand Prix, en 2007. “Ingrid fue siempre una jugadora ejemplar”, ha recordado Toon Gerbrands, antiguo seleccionador nacional holandés.

Cuando dejó el deporte se puso a estudiar Derecho pensando en el futuro. Su futuro con Lodewijk Severein, un empresario de 56 años, divorciado y con dos hijas, que hizo fortuna con la venta de su empresa de Internet (HCCnet). Se conocieron porque fue también entrenador y gerente de la selección nacional. Sus otros negocios eran de hostelería. Su entorno le define como un tipo amable y discreto. Ingrid Visser soñaba formar con él una familia. En su honor, el voleibol femenino holandés llevará durante un mes el brazalete negro de duelo. 

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