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Tribuna
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Aznar, sin retorno

El expresidente es un personaje engreído que parece creer que este país le debe alguna cosa

Josep Ramoneda

Dos decisiones del Gobierno han llevado la desazón a los dirigentes territoriales del PP y han provocado mar de fondo en el partido: la subida de impuestos, en reiterado y flagrante incumplimiento del programa electoral, que asfixia a las clases medias; y la distribución asimétrica de los límites de déficit exigibles a cada comunidad autónoma. Sobre estas dos cuestiones centró José María Aznar su reaparición política en la entrevista de Antena 3. El expresidente exigió a Rajoy una reforma fiscal urgente, con la consiguiente bajada de impuestos, y las medidas necesarias para el restablecimiento de la fortaleza de la nación española.

Aznar vuelve al primer plano arrogándose el papel de portavoz de los críticos del partido y de sus votantes desencantados. Y lo hace con un ataque frontal al presidente del Gobierno, al que pide que actúe y al que acusa de no ser capaz de plantear los nuevos objetivos históricos que España necesita, una vez agotados los de la Transición. El expresidente apunta a las dos principales carencias que se atribuyen a Rajoy: la desidia, la tendencia a dejar que los problemas se diluyan en el tiempo, a riesgo de que se hagan crónicos; la incapacidad de proponer un proyecto que ilusione a los españoles y les movilice detrás del Gobierno.

Desde que los dos principales partidos empezaron a hundirse en las encuestas, se venía especulando sobre la posibilidad de que a derecha o a izquierda apareciera un líder populista que arrastrara a los descontentos. El PP lo tenía en casa. Del baúl de los recuerdos resurge Aznar y se ofrece para rescatar el país. Advirtiendo al PSOE de que por el camino emprendido acabará en la insignificancia y otorgando al PP la obligación de salvar a la patria. ¿Amago o anuncio? ¿Ruido o retorno? ¿Advertencia a Rajoy para que obedezca las consignas de la FAES o arranque de un plan para desplazarle?

Aznar irrumpió con el estilo caudillista que le caracteriza, colocándose en una insultante posición de superioridad moral. Cada vez que se le preguntó por un posible retorno a la política, repitió la misma fórmula: “Cumpliré con mi responsabilidad, con mi conciencia, con mi partido y con mi país”. ¿Cuál es su responsabilidad? ¿Desestabilizar a su partido? ¿Volver a la vieja historia de los salvapatrias? Sin duda, sus palabras han sido un aldabonazo: hurgan en la debilidad de Rajoy, empujándolo al rincón de los que condenan a España a “una lánguida resignación duradera”; diluyen la principal fuerza del presidente: la unidad de su partido; suenan como un relámpago, ante la débil voz de la oposición; apelan al conflicto frontal con el soberanismo catalán, señalando la estrategia a seguir: la división de Cataluña. Sin duda, estas palabras encontrarán eco en un amplio sector de las bases electorales del PP que, después de meses de desazón, oyeron por fin una apelación al orgullo.

Pero, más allá de dar munición al sector de la derecha que no soporta el estilo plano y sin horizonte de Rajoy, ¿qué? Cuesta imaginar que una persona con la experiencia política de Aznar pueda pensar seriamente en el regreso, sabiendo como acabó su primera etapa. ¿Por qué esta sobreactuación? Probablemente por una razón defensiva: todo lo que está saliendo y lo que pueda salir sobre el caso Gürtel y el caso Bárcenas va tejiendo de sombras su gestión en el PP. Poco a poco se descubre que este partido tenía un sistema de financiación irregular con continuidad a lo largo de los años, sobre el que Aznar no puede alegar ignorancia. El expresidente insistió en la corrección de sus cuentas personales, pero lo demás lo despachó con una frase —“solo hablo de lo que me afecta”— que no aclaraba nada. El ataque como defensa. Así se explica la brutal arremetida contra PRISA, en medio de la cual metió a Berlusconi, al que tanto jaleó en su momento. Lo que ya no se explica tanto es que para salvarse a sí mismo tenga que arremeter también contra el actual presidente del Gobierno y de su partido.

Aznar, en su momento, sacó a la derecha de la travesía del desierto y le dio un proyecto político que le permitió ganar la mayoría social. Desde la FAES, sigue empeñado en marcar el camino. Con la intervención del martes, ha provocado un terremoto en la derecha. Rajoy tendrá que demostrar que tiene vida propia. Pero puede que no sea el inicio de nada, sino el canto del cisne de un personaje engreído, que parece creer que este país le debe alguna cosa, cuando fue durante su mandato que empezó el delirio nihilista que nos ha llevado al desastre.

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