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Tribuna
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La desesperación

La derecha neoliberal impera en Europa bajo la dirección férrea de Merkel. Rajoy es un entusiasta discípulo, siempre fiel a la exigencia de recortes

Antonio Elorza

Al mismo tiempo que el nuevo Gobierno italiano se presenta ante el presidente de la República, un asesino solitario, trabajador en paro, intenta matar a varios carabineros de guardia en el palacio del gobierno. Su gesto adquiere un nuevo significado cuando precisa al ser detenido que su objetivo eran los políticos; como se dice en Italia, la casta. En las manifestaciones del Primero de Mayo su nombre, Luigi Pietri, figura como ejemplo a imitar en las pancartas de la ultraizquierda. La presidenta de la Cámara de Diputados, Laura Boldrini, pronuncia una verdad peligrosa: “La tragedia del paro convierte a las víctimas en verdugos”.

La Europa bienpensante se deshace en elogios para el Governissimo constituido por un democristiano del Partido Democrático con la bendición del presidente Napolitano, impulsor del “amplio entendimiento” que le recuerda al “compromiso histórico” propuesto en los setenta por el eurocomunista Berlinguer. Pero es que Berlusconi no es Aldo Moro, sino el hombre que en dos décadas ha dado una lección permanente de demagogia, corrupción moral pública y privada, y mal gobierno, siendo Europa quien le obligó a dimitir en 2011. El fracaso de la izquierda, primero con la ventaja insuficiente en las urnas, luego al traicionar un cuarto de sus representantes en la elección de Romano Prodi a la presidencia de la República, arruinó el propósito de Bersani de acabar para siempre con el dominio de un magnate sobre los intereses generales. Ahora el cavaliere tiene en sus manos el Gobierno Letta, le obliga a suprimir un impuesto que él mismo votó, antes de pensar cómo cubrirá esa falta de ingresos, y coloca a una serie de duros en el Gabinete cuyo núcleo controla, con dos de Comunión y Liberación, más un reaccionario ministro de Reformas, integrista en moral, pro-pena de muerte y anti-eutanasia, quien propondrá al propio Berlusconi para presidir la Comisión de Reformas. La justicia puede temblar, los homosexuales esperar tiempos mejores y la desesperación subir en flecha ante la rendición de la izquierda.

Una vez fallido el ensayo Hollande, la derecha neoliberal impera en Europa bajo la dirección férrea de Merkel. Rajoy es un entusiasta discípulo y, siempre fiel a la exigencia de recortes, preside el desplome resultante de la ruptura de los equilibrios económicos y de la consiguiente caída inexorable de la demanda y del empleo. Como en Italia, una creciente desesperación se adueña de nuestra sociedad, manifestándose hasta ahora sobre todo en el suicidio de las víctimas (los desahucios), aunque también en protestas cada vez más agrias. Por otra vía, como en los setenta, despunta el camino de la violencia. Es el problema que afecta a los escraches, simple cauce de expresión de rechazo si son autocontenidos; gravemente peligroso de ser un escalón para justificar la ley de Lynch o el prólogo de agresivos actos de repudio a la cubana.

Estamos metidos en un proceso de radicalización de extremos. Nuestra caricatura de Thatcher, Esperanza Aguirre, propone vaciar el Estado —salvo fuerzas de seguridad—, y Gallardón, una vez arruinada la capital con sus gastos como alcalde, se lanza al desafío contra el aborto que le dicta su integrismo moral y religioso. En cuanto a las formas de protesta, sin pararse a reconocer su capacidad limitada de convocatoria, la asociación que impulsa el ataque al Congreso, desde una resurrección para andar por casa de Bakunin —“asedia, incendia, ocupa”, es su lema—, busca que la acción de sus “grupos de afinidad” alcance el máximo de eficacia (violencia) posible. El salto adelante registrado en la Universidad sigue la misma línea, más allá de los boicots a este o aquel conferenciante juzgado de derechas; con la bendición de nuestros émulos en miniatura de Chávez, la ocupación por la fuerza y los piquetes informativos convertidos en punitivos pasan al orden del día.

Es la hora de una oposición de masas responsable, utilizando la red y la expresión democrática en la calle, distanciándose de minorías activas que actúan como verdaderas destrozonas, no de una casta, sino de la democracia. Y focalizando los objetivos. El italiano Beppe Grillo sirve de ejemplo a contrario. En vez de respaldar a la izquierda, a pesar de la convergencia con ella en muchas de sus propuestas, hundió a Bersani e hizo inevitable a Berlusconi. Antisistema manda. En vez de democracia líquida, montó una dictadura personal sobre un rebaño de seguidores, y atizó las manifestaciones extremas de desesperación con sus soflamas apocalípticas contra la democracia representativa. Fue la llama que se acercó a la carga explosiva de unas gentes que están perdiéndolo todo.

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