En el esperpento
El Gobierno está tan entretenido con su escalada de contrarreformas que apenas si tiene tiempo para explicar cómo va a afrontar la ascensión de Mas hacia la independencia
A veces sirve de algo la espera en el dentista. Así puede uno leer Hola!, y enterarse de los amores y desamores de Anne Igartiburu, nuestra venus vasca, y encontrar a curiosos personajes, como el Padre Ángel, presidente de una de las ONG mejor dotadas, los Mensajeros de la Paz, conversando en una foto con la princesa Letizia, y en otra sonriendo feliz entre dos damas muy atractivas de la alta sociedad. Estos Mensajeros son los de una famosa imagen del avión que volaba a Irak con una carga peligrosa, protegen a madres menesterosas, inventaron el Día del Abuelo, ya que les preocupa mucho la edad dorada, y por tantos desvelos recibieron incluso el Premio Príncipe de Asturias. Su presidenta de honor es Ana Botella.
Tal es nuestro Partido Popular. Como no son tiempos de razón, sino de poder, hacen oídos sordos a la máxima ignaciana de no hacer cambios en tiempos de desolación, y mientras se rodean de grupos religiosos tan respetables como los kikos o los Legionarios de Cristo, y se cubren con el manto de la caridad de lujo, tipo Mensajeros, ponen en práctica golpe a golpe una política en beneficio de los menos, que son los suyos, y a costa de los más. Desde la persecución a los funcionarios enfermos, pasando por el recital ofrecido en Justicia por Ruiz-Gallardón, a la privatización de la sanidad sin exponer razonamiento alguno que avale tales medidas; solo porque quien manda, manda, siendo por ello sus decisiones siempre acertadas. Y quienes llegan al comportamiento antisocial de manifestarse o de hacer huelga, sepan que nada van a lograr, salvo una restricción en el derecho de huelga, claro. Un poder esperpéntico, pero implacable.
El Gobierno está tan entretenido con su escalada de contrarreformas que apenas si tiene tiempo para explicar, salvo esgrimiendo la Constitución de modo amenazante, cómo va a afrontar la todavía resistible ascensión de Artur Mas hacia la cima de la independencia. En lugar de ir pregonando el artículo 155, podía haber recordado que por sentencia del Tribunal Constitucional de 11 de septiembre de 2008, aplicada precisamente a la pretensión de Ibarretxe de hacer lo mismo, el asunto del referéndum disfrazado de consulta está zanjado negativamente, y que el Govern puede multiplicar las habilidades torticeras, que si los jueces del TC no son ciegos, la consulta no pasará.
Aunque la ceguera cunde; porque en este asunto resulta cómodo practicarla. El caso más espectacular es del PSE y el PSOE, que se bandean mediante filtraciones para esconder su pasividad. Al parecer, en el último comité federal ni se trató el tema —que según anunciaba este diario protagonizaría el debate—, y todo quedó en una estéril diferencia de criterios, como si la cosa fuera baladí, con el PSC convertido en el principal aval del reconocimiento hacia el exterior de que en Cataluña está teniendo lugar un proceso democrático, al que Navarro “no pondrá palos en las ruedas”. ¿Se reconoce entonces este partido/Navarro/PSC en el decisionismo de Mas? ¿Es que acaso ha escuchado algo más que tópicos patrioteros basados en el “no a España” en el discurso del president? ¿Piensa que existe un debate pluralista en el seno de la sociedad catalana, que nada ni nadie obstaculiza fuera del poder? ¿Por qué excluir la reforma constitucional federalista? ¿No se ha dado cuenta de que el problema en Catalunya no es de independencia, sino de democracia? Claro que si unos dirigentes políticos prefieren ignorar el problema, caso de los politólogos dedicados a los mayas o a los trazados geométricos, y los medios de orientación crítica optan por una actitud reverencial, nada puede hacerse. Como tantos otros líderes autoritarios, sin oposición política ni intelectual, Mas tiene la vía libre.
Incluso ha recibido involuntarios refuerzos, como el de uno de nuestros más destacados constitucionalistas, convertido en modelo de comprensión y en avalista del soberanismo para el propio expresidente Pujol. La apariencia democrática es irreprochable: si Catalunya quiere irse, qué pena, esa voluntad está por encima de la Constitución, y hay que dialogar, parlem-ne. ¿Qué pena? No, qué preocupación. Y dialogar, mantra del pasado con ETA, ¿cómo dialogar con Mas que lo tiene ya todo decidido, porque él encarna el espíritu de Catalunya, y está dispuesto a saltar por encima de todas las leyes vigentes para lograr su fin, preparando ya el Estado catalán antes de que los catalanes voten? Un experto en Carl Schmitt no debe ignorar la realidad cuando redacta un alegato de este alcance. De otro modo entramos en el callejón del Gato.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.