La gallina ciega
Toda la estrategia del líder de CiU constituye un ataque frontal a la democracia y la Constitución
En Los emblemas de la razón, Jean Starobinski pone de relieve cómo las obras maestras de Goya y de Fragonard reflejan el sentimiento de inseguridad que precedió a la crisis de 1789. En El columpio del pintor francés, como en la escena de la romería de San Isidro de Goya, el juego y la fiesta dejan paso a una sensación de desequilibrio y de desorden. Pero es sobre todo en La gallina ciega donde las imágenes de lo que parece ser un simple juego se transforman en símbolo casi doloroso de una sucesión de intentos sin resultado alguno.
Los comportamientos de una serie de personajes políticos durante las últimas semanas, desde distintos lugares del espectro ideológico, responden a esa pretensión fallida de dar con el medio adecuado para alcanzar los objetivos propuestos. Es como si un jugador pretendiera ganar la partida sin conocer las cartas que tiene a su disposición o, en su defecto, sabedor de las dificultades en que se ha metido con su apuesta, optara por ganar de todos modos a base de trampas. Por una u otra vía, el resultado inevitable consiste en la puesta en peligro del propio juego, aquí y ahora, de la democracia.
A veces el ensayo tiene lugar rozando lo grotesco. En el caso del ministro Wert, hubiera cabido esperar que su aspiración consistiese en mejorar el sistema educativo, y por lo que concierne a Catalunya, en garantizar el equilibrio entre la formación en catalán y en castellano. Solo que en contra de lo que él mismo piensa, la intención de “españolizar” nada tiene que ver con eso, y ya de entrada resulta triste comprobar como un ministro de Educación vive feliz en la ignorancia de lo que son, en lingüística elemental, denotación y connotación. Al margen del sesgo de nacionalismo trasnochado que introducen las palabras “españolización” y “orgullo”. Wert debiera saber que un enunciado, al incluir términos como los citados, remite a la concepción que justamente estaban esperando los nacionalistas catalanes para denunciar la opresión –y para la ocasión, la ceguera- del gobierno español. En la misma línea, su inasistencia a la sesión reprobadora del Congreso, sugiere un desprecio a las instituciones representativas y la prepotencia, entre otras prepotencias, frente al Consejo Escolar, autoritarismo puro y duro. Lo suyo es un recital. Justo lo que le hace falta hoy a su gobierno y a la vida democrática.
En la vertiente opuesta, a Artur Mas le sobra conocimiento de lo que es la connotación. Vive en ella, de manera que nada de lo que dice para su destinatario, ese “pueblo catalán” empujado por él a la libertad nacional, tenga que ser entendido así por los adversarios, en tanto que lo que anuncia a los electores, en cambio, sin hablar de independencia, debe ser entendido como tal por ellos, a pesar de que su propuesta suponga un callejón sin salida: Cataluña, un Estado propio en Europa, logrado frente a una Constitución democrática, pero para quedar fuera de Europa. El artilugio recuerda la explicación de la Trinidad por un jesuita, en palabras de Voltaire, y también la habilidad en el manejo de los cubiletes por un trilero para que nadie pueda decir donde está la moneda. Y de propina, la maniobra en Bruselas, como si el Conde-duque de Olivares estuviera de nuevo a punto de atacar Barcelona. Surrealista, pero así ganaron los totalitarismos, y así pueden repetirse las tragedias.
Claro que si la demagogia avanza, es porque nada se opone a ella, fuera del españolismo clásico del PP. Cierto que la situación no es fácil, pero ello no borra la exigencia de que el PSOE y el PSC se dieran cuenta de que el tema no consiste en si el referéndum de Mas tropieza con obstáculos legales, sino que toda la estrategia del líder de CiU –como el episodio del vídeo institucional- constituye un ataque frontal a la democracia, y a la Constitución, por encima de aceptar o no la independencia. Y que, por consiguiente, un “derecho a decidir” democrático para la sociedad catalana tiene muy poco que ver con la autodeterminación forzosa del “Pueblo Catalán”. Solo faltaba que Almunia, suponemos que todavía socialista, después de alguna promoción cultural cuestionable en Bruselas, se lanzara a proponer como “modelo democrático” el acuerdo para la devolución de la soberanía a Escocia y declarase “no honesta” la puesta al margen de Cataluña de la UE. Y entretanto, Rubalcaba y Herrera lanzan el señuelo de una Federación, necesaria, pero aun por definir. En suma, nada.
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