Un triunfo labrado en 36 años de militancia
Urkullu será el primer presidente del PNV que se convertirá en 'lehendakari'
A las siete de la mañana, en su vivienda unifamiliar de Durango (Bizkaia), Iñigo Urkullu, ganador de las elecciones vascas del 21-O y lehendakari en un plazo máximo de dos meses, desayunará con su mujer, Lucía Arieta-Araunabeña, antes de que esta vaya a su trabajo como administrativa en una comisaría de la Ertzaintza, y dos de sus tres hijos prosigan sus estudios universitarios. Cada uno de ellos ya sabrá que su vida va a cambiar y quizá por eso se resistan a alterar sus costumbres antes de tiempo.
Urkullu (Alonsotegui, Bizkaia, 1960) quiere cumplir, como palabra de vasco, su compromiso electoral de “ponerme el buzo” a las ocho de la mañana del día siguiente a las votaciones. Lo hará desde su despacho de presidente del PNV, en pleno centro de Bilbao, al que se incorpora siempre a primera hora con los resúmenes de prensa ya leídos y dispuesto a continuar sus clases de inglés.
Este diplomado en Magisterio, que dudó en su día si avanzar por la senda del seglar misionero, es refractario a las celebraciones, posiblemente por su evidente timidez, o tal vez porque huye de las comidas, donde jamás prueba vino y le basta con un plato para así favorecer la conversación o acabar antes. Afable, ameno en la distancia corta, en su interior disfruta del éxito de su apuesta personal: nunca un presidente del PNV había sido candidato a lehendakari por esas normas no escritas que en este centenario partido se convierten en tabúes.
Urkullu es un hombre de convicciones. Religioso aunque no practicante dominical, txistulari [intérprete de chistu o flauta vasca], objetor de conciencia, pero sobre todo afiliado al PNV desde los 16 años, no deja nada a la improvisación, siempre sabe lo que quiere hacer. Quienes le siguen de cerca desde hace años, en su mayoría miembros de un selecto grupo, auténtico poder fáctico en el partido y conocido como JoBuBi (jóvenes burukides [dirigentes] vizcaínos), asumen que todos los planes de este político están guardados entre las hojas de una agenda “siempre con anillas” que consume con celeridad. “Lo apunta todo, incluso lo que no le gusta”, recuerdan con aviesa intención quienes no se sienten agraciados con algunas de sus decisiones. Nunca ha aclarado si un día escribió en esa agenda, con la letra pequeña de siempre, que sería el candidato de su partido a presidir el Gobierno vasco. Prudente, alejado de las estridencias, no se le conocen “grandes amistades ni grandes enemistades”.
En su círculo más próximo, todos sus colaboradores más fieles —Joseba Aurretkoetxea, Andoni Ortuzar o Iñaki Bernardo, entre otros— son, como él hasta ahora, hombres del aparato que dominan el PNV desde la sede central de Sabin Etxea, a escasos metros del Palacio de Justicia. Urkullu no ha conocido otra actividad profesional que unos años en la enseñanza y un cargo sin excesiva relevancia en la Diputación de Bizkaia. La montaña es su ocio, pero la política es su vida.
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