José Murillo, ‘comandante Ríos’
El guerrillero, pasó 14 años en prisión tras librarse de la pena de muerte
En la madrugada del 2 de septiembre nos ha dejado un hombre bueno, profundamente bueno, profundamente humano. Hijo verdadero del pueblo y, como buen andaluz, gran conversador, inteligente y avisado. Como tenaz guerrillero, tenía ideas muy claras sobre la libertad y la justicia. Comunista por los ideales, donde nunca quiso ser más que un militante de base.
Nos ha dejado un hombre bueno que hubo de enfrentar la vida con las armas en la mano sin dejar nunca de ser un hombre de paz y de entendimiento. Este hombre, José Murillo (Viso de los Pedroches, Córdoba, 1924), comandante Ríos, hubo de incorporarse a la lucha armada guerrillera en la campiña cordobesa, porque tras la victoria de los generales golpistas los caciques y la Falange de su pueblo buscaban a su padre para matarlo por ser un sindicalista de UGT. José tan solo tenía entonces 17 años y ambos tuvieron que huir al monte.
Allí se incorporaron a la resistencia armada contra la dictadura, y allí participó de la fundación de los ejércitos guerrilleros que tras la caída del Eje fueron organizándose con la esperanza de una pronta reinstauración de la democracia también en España. En 1945 ya dirigía una pequeña unidad de la 31ª División de aquel incipiente ejército. Así comenzó a ser el comandante Ríos.
En 1947 pasó a dirigir una nueva agrupación en la campiña sevillana, y allí fue abatido por la Guardia Civil, que le encajó cinco balas en el hombro. Con ellas ha hecho su último viaje. Escondido en una choza de pastores, sobrevivió gracias a los cuidados de la buena gente y vivió dos años aún en la más absoluta clandestinidad, hasta que fue delatado y detenido en 1949, en Guadalcanal. Fue trasladado a la cárcel de Sevilla, en la que permaneció dos años y medio condenado a muerte. Gracias a la intervención de fray Dionisio, de El Viso, pudo librarse de la muerte pero no de una larga condena.
Cumplió 14 años y salió libre por mor de un indulto general en 1963, el mismo año que asesinaba la dictadura a Julián Grimau; José siempre nos lo recordaba.
Sobrevivió de la mano de aquel hombre justo que fue el padre Llanos en el tremendo Pozo del Tío Raimundo de los años sesenta. Su documentación decía que había salido de prisión con condena de muerte conmutada y que era de profesión “bandolero”.
Se casó con Genoveva, quien le había apoyado desde fuera durante sus muchos años de presidio, y tuvieron dos hijos, José y Paloma.
Desde los ochenta estuvo al frente, junto a Raquel Pelayo, de la asociación Unión de Excombatientes (Unex). Allí los expresos políticos podían reunirse e ir elaborando sus estrategias reivindicativas. A finales de los noventa se incorporó con todo entusiasmo al grupo de antiguos guerrilleros que desde la Asociación Archivo Guerra y Exilio (AGE) comenzaban a exigir al Gobierno el reconocimiento jurídico para el movimiento guerrillero antifranquista.
Tras una intensa labor diplomática y política conseguimos que en mayo de 2001 el Congreso de los Diputados aprobara una proposición no de ley en la que se declaraba a los guerrilleros como combatientes de la libertad y moralmente se anulaba su condición de bandidos y terroristas.
En El Viso de los Pedroches, su pueblo natal, le hicimos un homenaje en 2001, y también protagonizó la película La guerrilla de la memoria, documental dirigido por Javier Corchera y producido por Montxo Armendáriz, en el que narraba las vivencias de aquella sacrificada y heroica vida.
Era un hombre de entendimiento, capaz de llevar a su interlocutor a lo más importante: a pensar por encima de pasiones y extremismos. Cuando era jefe de la guerrilla en aquellos montes y campiñas de Córdoba y Ciudad Real, fue capaz de crear apoyos no solo entre los campesinos y los trabajadores, sino incluso de pactar acuerdos de no agresión con terratenientes locales.
Nunca dejó de luchar por ideales muy altos y de escuchar a sus oponentes, de transigir sin faltar a sus ideas, de entender las razones del otro y sin embargo saber convencer. A diferencia de aquellos energúmenos de los que hablaba Unamuno, él no venció, pero siempre convenció.
Dolores Cabra es secretaria general de la Asociación Archivo Guerra y Exilio (AGE).
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