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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Humildad y humildad

No hay triunfo grande que dentro no lleve una derrota, como dice el profesor andaluz Emilio Lledó

Juan Cruz
Javier Arenas tras su derrota electoral el pasado 28 de marzo.
Javier Arenas tras su derrota electoral el pasado 28 de marzo. CARLOS BARBA (EFE)

Hay un tic de Javier Arenas, el candidato del PP a presidir Andalucía, que llama la atención. Una vez que tiene clara una idea, repite una palabra de la misma. Como para reiterar el núcleo de lo que piensa.

En el último tramo de la campaña electoral que precedió a la victoria amarga de su partido en los comicios de hace una semana, el líder de los populares andaluces repitió, en ese ejercicio de reiteración que le caracteriza, la palabra humildad como mantra de lo que iba a pasar en cuanto llegara al poder.

Finalmente parece que no va a tener que hacer ese ejercicio en el cargo de gobernante, sino que lo tendrá que asumir en el puesto de la oposición, algo que ni él ni los suyos (¡ni los contrarios!) se esperaban ni en la más insólita de las pesadillas. Lo cierto es que así ha sido la cosa, y nos hemos quedado sin saber cómo es, como humilde, el candidato Javier Arenas.

En todo caso, conviene darle a la moviola para verle cómo establecía él esa relación con la humildad. En política (y en todos los terrenos de la vida), cuando alguien habla bien de sí mismo, es que quiere hincarle el diente al otro. Si yo soy humilde, es que el otro no lo es. Cuando Arenas empezó a anunciar sus propósitos de humildad, parecía como si algún asesor dispuesto a ayudarle en su camino al poder le hubiera soplado al oído: “Javier, humildad”. Y parecía (qué sabe uno qué hay en la mente humana) que el candidato había escuchado que tenía que apelar a la humildad diciendo que era humilde. Y ahí, en mi humilde opinión, residió uno de los efectos que paralizaron el ascenso del aspirante. Pues es notorio que cuando uno quiere parecer humilde, lo primero que ha de hacer es no decir que lo es. Dime de qué presumes y te diré de qué careces (o viceversa).

Arenas llegó a la más humilde de las victorias, es decir, a la derrota, y ahora se estará preguntando por qué no se habrá guardado la palabra

En ese tramo de su viaje infructuoso repitió tanto Arenas que su trabajo al frente de la Junta iba ser manejado por la humildad que terminó convirtiendo ese mantra en el contenido de su programa. Hasta que un día antes de que la gente se retirara a reflexionar gritó a la multitud que lo que había sobrado era soberbia y que ahí estaba él “para llevar la humildad al poder”.

No pudo ser, quedará inédita la humildad, que tendrá que ejercer, y lo hará, sin duda, en otra esfera del poder estatal, cuyas puertas parece que ahora se le abrirán con la generosidad que su dedicación merece. Pero en ese remache de la humildad hubo dos últimas apariciones que el candidato tendría que reprocharse y reprochar. Reprocharse ese balcón abierto en el que fue acompañado por aquellos que quisieron convertir su victoria amarga en un triunfo heroico. Y reprochar a la secretaria general de su partido que alternara, en el balcón cerrado de Génova, la sonrisa por ese triunfo heroico y el semblante que ella guarda para decir lo contrario de lo que sus labios pronuncian.

La cura de humildad es lo que hacemos en esta vida, en general, pues no hay triunfo grande que dentro no lleve una derrota, como dice el profesor (andaluz) Emilio Lledó. Hablando de humildad, Arenas llegó a la más humilde de las victorias, es decir, a la derrota, y ahora se estará preguntando por qué no se habrá guardado la palabra hasta hacerla aparecer más en su semblante y menos en su boca. 

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