Manual para cargarse el propio prestigio
Torres-Dulce rectifica la extraña apertura de la investigación sobre los trenes del 11-M mediante un fárrago jurídico
Fue más El Deseado que Fernando VII, que fue rey de España dos meses, antes de la invasión napoleónica, y otros 20 años, después, a partir de 1813.
Como él, nadie gozó de tanto prestigio, popularidad y confianza cuando fue nombrado. Eduardo Torres-Dulce, uno de los más afamados miembros del generalato de la carrera fiscal, fue el hombre del “por fin”. “Por fin un fiscal profesional”, “por fin el fiscal que merece la carrera”, “por fin un fiscal que nos respeta, con conocimientos y aparente independencia”, decía la inmensa mayoría de sus compañeros y de los jueces.
Y de repente, sin que nadie se lo pidiera, decidió probar la profundidad del río con los dos pies a la vez. Con solo una supuesta noticia periodística de la aparición de una chatarra procedente de los trenes desguazados del 11-M, por propia iniciativa ordenó abrir una investigación. Unos restos que ya se sabía que estaban allí desde septiembre de 2004 y de los que no ha habido cadena de custodia alguna. A preguntas de los periodistas, avanzó que el delito que se investigaba era obstrucción a la justicia. Él, tremendos conocimientos, debería saber que ese delito prescribe a los cinco años y, por tanto, hace tiempo que ha excedido el plazo de prescripción.
Ayer rectificó —lo que es de sabios—, pero lo hizo fatal. Dijo que era una investigación genérica y que no sabía si había delito. O sea, que se trata de una investigación penal prospectiva, que está expresamente prohibida por el ordenamiento jurídico español, como seguro que sabe.
Carnaza para los conspiranoicos convertida en un manual acelerado de desprestigio. Como siga así podemos entrar en la Década ominosa y puede ocurrirle como a Fernando VII, que de El Deseado pasó a ser conocido como El Rey Felón.
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