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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Sosegaos

No por mucho madrugar amanece más temprano

Juan Cruz
Alberto Ruiz Gallardón en una sesión de control al Gobierno en el Congreso de los Diputados
Alberto Ruiz Gallardón en una sesión de control al Gobierno en el Congreso de los DiputadosULY MARTÍN

Cuando todavía el Gobierno estaba de luna de miel con la actualidad, uno de sus ministros le dijo a un cronista, tras un acto alegre y triunfal:

—No te fíes de mi facundia. Un día me va a costar cara.

No le ha costado cara, que yo sepa... todavía. Todos los ministros, como están en primera línea de fuego (en medio de las líneas de fuego, también), son susceptibles de ser alcanzados por proyectiles ajenos y también por sus propios proyectiles. Deben tener cuidado, y a veces parece que no lo tienen. Pero ¿y si lo hicieran para que la gente mire para otro lado? ¿Si estuvieran hablando tanto, y gesticulando tanto, para hacer como que hablan y gesticulan mientras por el otro lado del campo avanzan asuntos que quedan sin el debido escrutinio? En el establecimiento del relato político hay mucho de esto; no debemos olvidar que ahora casi todo es estrategia, y hasta hablar se ha convertido en una manera de no hablar. George Orwell lo dejó escrito, y ahora casi todo el mundo ha leído a Orwell, o eso se cree Orwell.

Lo cierto es que andan muy apresurados los ministros habladores, que los hay también seriamente callados. Por qué corres, Ulises, que diría Antonio Gala. No se apaga un fuego verbal, sobre la educación, sobre el aborto, sobre el matrimonio gay, sobre la negociación con ETA, sobre las cifras del déficit, cuando se incendia otro lado de la mesa. Y así sucesivamente.

Ese apresuramiento verbal, que en algunas ocasiones alcanza la urgencia de Twitter, que es el grado máximo de la rapidez, debe ser desaconsejado por los oficiales de la comunicación, que ahora son tan versados en reclamar a los altos funcionarios públicos lo que deben hacer o no hacer. Hay gente, en las altas esferas del poder, que saludan desde Twitter con un “buenos días” a sus conciudadanos como si estos estuvieran pendientes, incluso, de la calidad del saludo de los señores electos.

Este apresuramiento me recuerda siempre al que sufrió Lady Di en los últimos y agitadísimos meses de su huida hacia el abismo. Lejos de nosotros la nefasta manía de comparar, pero sí se percibe en el apresuramiento la necesidad de ir escribiendo un relato (el storytelling, que dirían Christian Salmon y sus discípulos) que desvíe de la atención urbana otros relatos que podrían ser más comprometidos.

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Es probable, por ejemplo, que Gallardón haya dicho lo que dijo y su contrario (digamos que casi su contrario) para que la gente no hablara de otras cosas. Si esto es así, es que Gallardón es un fino estilista. Y si no es así, es que no se pensó dos veces lo que iba a decir. Y debió de pensárselo, porque incluso lo escribió. Lo escribió a mano, además. Miguel de Unamuno decía que la escritura a mano le otorgaba al pensamiento una fijeza que no se lograba hablando. Realmente me sorprendió ver al ministro de Justicia con su libretita, como un escolar que estuviera pendiente de la chuleta en medio de un examen arriesgado. El resultado de su intervención fue un incendio, la verdad. ¿Y si buscara en el humo una distracción? Quién sabe. Lo cierto es que los ministros deberían escuchar el rumor lejano de aquel rey que reclamaba sosiego. Sosegaos, que no por mucho madrugar amanece más temprano, o más nublado.

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