¿Buena noticia o problema para Rajoy?
La caída de Camps sirvió para que el líder iniciara la ‘limpieza’ en Valencia Si el expresidente quiere volver, el partido puede explotar y Fabra debilitarse
Mariano Rajoy se la jugó por Francisco Camps. Le apoyó hasta el final, dijo que estaría detrás, delante y a su lado. Cuando casi todo el partido deseaba que no lo pusiera de candidato en las elecciones autonómicas, lo confirmó. Y se entregó a él una y otra vez en la plaza de toros de Valencia. Pero en privado, todos los dirigentes insistían en que Rajoy ya no sabía cómo quitárselo de encima. El problema no era ya el caso Gürtel. Camps se había convertido en un dirigente problemático, sentado encima de una montaña de deudas, de impagos a proveedores, de crisis de liquidez y un reguero de escándalos de corrupción. Y sobre todo, era incontrolable, con declaraciones cada vez más extemporáneas, con claros desafíos a la dirección nacional del PP.
Rajoy soñaba con la dimisión, decían los suyos, pero no se animaba a pedírsela. Llegó a aceptar incluso la solución de que se declarara culpable de cohecho. Y entonces, dos años y cuatro meses después de que estallara el escándalo, Camps resolvió el problema: no aguantó la presión y dimitió en julio. El camino de Rajoy a La Moncloa ya estaba despejado. Y el líder hizo como si Camps nunca hubiera existido. Volvió a esa plaza de toros en las generales y ni siquiera lo nombró. Lo dejó totalmente solo en el juicio.
¿Y ahora? La absolución de Camps es objetivamente una buena noticia para el PP y para Rajoy, que defendió hasta el final la inocencia del expresidente. El caso Gürtel, poco a poco, se va deshaciendo políticamente, aunque aún está por juzgar la financiación ilegal. Pero también es un problema, sobre todo después del bochorno que ha significado el juicio, según se admite en privado. La salida de Camps había tenido todo tipo de efectos positivos para Rajoy, que hace tiempo deseaba cambiar de arriba abajo el PP valenciano, un agujero negro. Cada vez que alguien del PP habla de austeridad, la oposición le recuerda los datos de la Comunidad Valenciana, la más endeudada, con riesgo de impago, la más conocida por escándalos de corrupción que afectan a las tres provincias, la de los aeropuertos sin aviones.
Rajoy y su equipo decidieron hace tiempo limpiar el PP valenciano. Pero al ritmo marianista: muy poco a poco. Y el hombre designado para esa operación era Alberto Fabra, el nuevo presidente. Es la antítesis de Camps. Evita los líos, siempre discreto, tanto que algunos le acusan de debilidad.
Los fieles a Camps estaban indignados con él. Fabra cada vez se alejaba más de su antecesor, de su herencia, de sus juegos de equilibrios con Rita Barberá, Alfonso Rus, Carlos Fabra. Y Génova apoyaba esa limpia lenta. Camps trataba de mantener su influencia citando a los consejeros —él los nombró a todos— en el club de tenis, su segunda casa. Pero ya no tenía fuerza. Ahora tratará de recuperarla. Sigue siendo diputado, es un político joven y su ambición está intacta. Y Rajoy será de nuevo rehén de sus palabras. “Creo que nadie ni se vende ni se compra por tres trajes. Camps ha tomado una decisión muy valiente, muy dura y muy difícil. Pero en fin, las cosas son como son y él, en el futuro, a buen seguro, podrá volver”, dijo tras la dimisión.
¿Volver a qué? Las especulaciones se disparaban anoche en un PP aún impactado por la noticia. Algunos le auguraban las más altas responsabilidades de partido o de lo que quiera. Rajoy no tiene problemas para recolocarlo: tiene una Administración entera a su servicio, embajadas incluidas. Con Ricardo Costa, a quien ya habían prometido una rehabilitación, todo es más fácil. Pero si Camps quiere seguir mandando en Valencia, e incluso volver a ser presidente, la situación puede volverse incontrolable y el PP valenciano una auténtica olla a presión. Y Fabra, aún débil internamente, sería una especie de títere. Rajoy tiene que buscar una solución. Camps vuelve a ser un problema, aunque desde La Moncloa y con mayoría absoluta ya nada es lo que era.
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