El cerebro que prepara los papeles al jefe; discreta y eficaz
Mano derecha de Rajoy, ha coordinado el traspaso de poderes y es eficaz y discreta
Soraya Sáenz de Santamaría (Valladolid, 1971) llegó a la política por casualidad. Era una brillante abogada del Estado en León, y envió su currículum a Paco Villar, el veterano jefe de gabinete de Rajoy, recientemente fallecido. A Villar le gustó, ella acudió en autobús a Madrid, y la fichó para el equipo del entonces ministro de Administraciones Públicas. La nombrada vicepresidenta primera, ministra portavoz del Gobierno y ministra de Presidencia ni era del PP ni tenía trayectoria política. Algunos no descartan que hubiera votado al PSOE alguna vez. Pero era eficaz y discreta, dos cualidades muy apreciadas por Rajoy. Enseguida fue ascendiendo en la confianza del líder gracias a su especialidad: preparaba como nadie los papeles para “el jefe”, como suele llamarle. Organizada, inasequible al desaliento y absolutamente fiel, una auténtica creación política, desde el principio, de Rajoy y Villar.
En 2004, Rajoy acababa de ser elegido sucesor de Aznar. Apenas tenía equipo de fieles. No había marianistas. Él había heredado casi todo de Aznar, también su estructura, su entorno. Casi todos los que le habían apoyado para que fuera el sucesor –Eduardo Zaplana, Carlos Aragonés- eran aznaristas de pura cepa. Aunque era el líder, tenía poco margen para hacer unas listas propias. Y utilizó esa pequeña discreción para incluir a Sáenz de Santamaría en la lista de Madrid en el puesto 18. Los resultados fueron malos. Mucho peores de lo esperado. La derrota no se había contemplado. Y Sáenz de Santamaría no salió. Pero se quedó a la espera y entró en el Congreso poco después, cuando Rodrigo Rato dejó la política para irse a dirigir el Fondo Monetario Internacional. Rajoy ya dio muestras de que contaba con ella.
En el Congreso de 2004, el primero en el que empezaba a tomar el poder, la colocó en la cúpula como secretaria de Política Autonómica y Local. Estaba arriba, pero no en primera fila: nunca estuvo en las reuniones de maitines, donde se debatía la alta política del PP. Allí seguían siendo todo trajes y corbatas: siete hombres, veteranos ex ministros de Aznar, a los que se sumaba Alberto Ruiz Gallardón. Pero ella siguió ascendiendo discretamente. Siempre con eficacia, trabajo y discreción -y con muy poco perfil político, huyendo de los titulares- fue creciendo. Siempre a la sombra del líder, recorrió toda España para conocer el partido, se fue haciendo respetar siempre con su especialidad: los papeles y la asesoría discreta. La resolución de problemas.
Hasta que en 2008 Rajoy decidió romper con el aznarismo y la nombró su portavoz parlamentaria. Una mujer que se casó por lo civil en Brasil y prometía y no juraba su cargo de diputada daba una imagen de modernidad opuesta al PP tradicional. "Todo el mundo tiene derecho a una oportunidad", dijo Rajoy el día que la nombró ante las miradas escépticas de los veteranos.
Sin arriesgar pero con mucha preparación y trabajo -sus intervenciones de control al Gobierno las estudiaba a conciencia-, y gracias a la posibilidad de consultar desde la cercanía a Rajoy, ha ido consolidando una buena imagen en las encuestas. Primero logró varios éxitos parlamentarios frente a María Teresa Fernández de la Vega, a la que desquiciaba con su estilo acusador. Poco a poco, los veteranos empezaron a asumir algo que les costó: ella tiene el poder, Rajoy se lo dio, y decidió ejercerlo a su nivel, como jefa del grupo parlamentario. Eso sí, siempre con mucha cautela para no pisar charcos, evitando preguntas comprometidas ante la prensa. Ahora, cuando acaba de ser madre, le llega el momento de la verdad. Nadie duda de su enorme capacidad de trabajo. Pero no se ha puesto a prueba aún su nivel político en un Gobierno. Ahora tendrá el poder de verdad, no el de la oposición, y deberá ejercerlo en circunstancias difíciles y lidiar de nuevo con muchos veteranos. Llegó el momento de mojarse.
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