PSOE: ¿y ahora qué?
El secretario general y la ejecutiva son los que deben asumir la derrota electoral de los socialistas
Como estaba cantado, el PSOE ha salido ampliamente derrotado de las elecciones del 20-N. No se trata aquí de analizar las causas de la derrota. Zapatero ha hecho lo que debía tal y como prometió, aun a riesgo de quemar al partido. Mi reconocimiento y afecto para él. Los socialistas han acudido a esas elecciones con un candidato a presidente, Alfredo Pérez Rubalcaba, que no era el secretario general del partido, lo cual ha constituido una anomalía en lo que ha venido siendo la costumbre del PSOE, desde que en 1977 Felipe González fuera candidato a la vez que secretario general. Así ocurrió también con Joaquín Almunia y con José Luis Rodríguez Zapatero. En las ocasiones en que el candidato socialista a presidente del Gobierno perdió ampliamente, no se produjo la dimisión del candidato, sino la del secretario general. Y lo hicieron no por haber sido candidatos, sino por asumir la responsabilidad de la derrota como secretario general del partido.
En esta ocasión, Alfredo Pérez Rubalcaba no puede dimitir de nada, porque nada es; era el candidato para las elecciones pasadas y ahora mismo es un militante más, cualificado, pero uno más de los miles que militan en el socialismo. Cuando se pierde, y más de la forma en que se ha perdido, alguien tiene que asumir la responsabilidad de la pérdida, pero de una manera efectiva y no solo acudiendo a la frase como un mero recurso dialéctico. Y ese alguien no puede ser otro que el secretario general y con él toda la Comisión Ejecutiva Federal que le ha acompañado en los años en que, desde el último congreso, se ha encargado de dirigir y diseñar la política de los socialistas españoles. Ya sabemos que la crisis ha sido la gran artífice de la derrota socialista, pero la crisis no dimite, sino que sigue ahí, a pesar de los esfuerzos que el Gobierno saliente ha realizado para detenerla y superarla. Si ella no dimite, alguien tiene que hacerlo.
Los congresos del PSOE se celebran pero, antes que eso, se organizan, y no sería recomendable que quienes asuman la responsabilidad por el batacazo sean los encargados de convocar y organizar el evento que muchos socialistas llevan esperando desde hace meses, desde que el Comité Federal decidió articular la anomalía, nombrando un candidato diferente del natural, que no es otro que el máximo dirigente del partido. Si Zapatero hubiera sido el secretario general y candidato o Rubalcaba hubiera sido candidato y secretario general, no habría, en estos momentos, la menor duda de que la noche del 20-N el PSOE se hubiera encontrado con la derrota electoral y sin Comisión Ejecutiva por la dimisión, al igual que hizo Almunia, de quien hubiera encarnado las dos responsabilidades y de quienes con él dirigen el partido.
¿Y qué ocurriría si así se produjeran esas dimisiones? El PSOE tiene previstas soluciones para situaciones como las que planteo; ya ocurrió cuando en el XXVIII Congreso, Felipe González no aceptó presentarse a la Secretaría General como consecuencia de la votación, que perdió, sobre la permanencia del marxismo en los documentos programáticos. El congreso decidió crear una comisión gestora que preparó el siguiente congreso. Igual ocurrió cuando dimitió Almunia. El objetivo por el que se crearon esas gestoras no fue otro que conseguir que un órgano de dirección, independiente y neutral, articulara un congreso donde se diera entrada a una nueva dirección que fuera capaz de representar, por una parte, las esencias de lo que siempre había sido el PSOE y, por otra, que pretendiera entroncar el socialismo español con la nueva sociedad que estaba surgiendo en España como consecuencia de la Transición. Esas experiencias deben servir para que, nuevamente y contando con la dimisión del secretario general y, consecuentemente, de toda la Comisión Ejecutiva, el Comité Federal del PSOE nombre una comisión gestora que se encargue de organizar el próximo congreso ordinario del PSOE. Esa comisión gestora deberá ser un fiel reflejo de las distintas sensibilidades que ahora mismo confluyen en el seno del PSOE y de las distintas experiencias vividas a lo largo de los más de 30 años de participación de los socialistas en la vida democrática española.
La actual dirección no puede organizar el congreso. Hay que crear una comisión gestora
La andadura de los últimos 11 años indica que el PSOE abandonó la línea de discusión, debate y contraste de pareceres que caracterizó a ese partido durante sus 132 años de existencia. El PSOE nunca fue un partido de unanimidades a la hora de articular las respuestas programáticas que exige una sociedad como la española. Ni en los tiempos donde el éxito electoral fue arrollador —pensemos en las elecciones del 82 y del 86— la unanimidad hizo acto de presencia en el seno del partido socialista. Un partido democrático, vivo, progresista y de izquierdas no puede jamás alcanzar las unanimidades que se han visto durante la etapa durante la que el PSOE ha sido dirigido por José Luis Rodríguez Zapatero. Es necesario recuperar el concepto de partido de debates, de mayorías y gubernamental. Conformarnos con el resultado obtenido en las últimas elecciones e ir a un congreso organizado por la misma dirección que nos ha conducido a esta situación, es arriesgarse a que el PSOE pierda esas características que lo hicieron indispensable en la vida política española, convirtiéndolo en un partido al estilo de lo que hoy es el PSOE en algunos territorios, es decir, en un partido que se conforma con ser y se consolida como el eterno opositor al partido que gobierna, donde los dirigentes siempre ocupan responsabilidades orgánicas e institucionales, alternándose en las mismas, sea cual sea el fruto de su gestión política e institucional.
Una máxima de la democracia, y por lo tanto del PSOE, es que quien pierde paga. Remover a la dirección actual sin que se remuevan las direcciones regionales y provinciales en todos aquellos sitios donde la responsabilidad política les alcance por haber bajado significativamente los resultados electorales, no sería suficiente para la inmensa tarea que el PSOE tiene por delante. Es necesario que se despeje el horizonte, que se forme una comisión gestora con autoridad política y moral, que se remuevan las direcciones provinciales y regionales y que esa comisión gestora acometa la importantísima tarea de organizar un congreso donde todas las opiniones tengan su asiento y donde todos puedan trabajar en la elaboración de un texto programático que nos reconcilie a todos los militantes con el partido y que reconcilie a este con el conjunto de la sociedad. Ese congreso deberá culminar el debate de ideas, propuestas y proyectos, y deberá trabajar intensamente para que la dirección que resulte elegida no sea la consecuencia de intereses localistas, sino la representación de la diversidad que existe en el partido socialista. Aunar experiencia y juventud deberá ser la guía para que esa comisión gestora proponga una dirección al congreso que sea capaz de entender la nueva sociedad que se ha conformado en España. Será necesario acabar con el sistema de primarias para elegir a los dirigentes del partido; deberán ser los militantes, a través de los delegados al congreso federal, los que elijan a quiénes nos van a representar y dirigir en los próximos cuatro años. La comisión ejecutiva no debe ser el resultado de la voluntad del secretario general que, elegido en unas primarias, goza de todo el poder para hacer y deshacer a su antojo, sino el reflejo de las sensibilidades que existen en un partido como el socialista. Más de lo mismo sería un suicidio y lo nuevo por lo nuevo, una catástrofe.
Juan Carlos Rodríguez Ibarra ha sido presidente de la Junta de Extremadura.
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