“Si me hubiese visto así hace unos años, me habría pegado un tiro”
La crisis y el paro disparan el número de españoles que recurren a los comedores sociales
“Si me hubiese visto así hace unos años, me habría pegado un tiro”. Vicente Sanz, madrileño de 61 años, tiembla al recordar una vida que bascula entre el éxito y la exclusión. De próspero empresario del sector de la reprografía con tres empleados a tocar a la puerta de la caridad. Del chalé en la sierra y el deportivo a dormir en una de las 1.844 plazas de albergue de la capital. “Te das cuenta de que la vida no vale nada”, relata mientras apura un plato de carne con patatas en el comedor social del madrileño barrio de Cuatro Caminos.
Sanz, que elude dar detalles de cómo cayó en el pozo, representa la nueva fisonomía de la pobreza, que sacude a diez millones de españoles (21,8% de la población), que viven con menos de 620 euros al mes, según Cáritas, que el año pasado atendió a 950.000 desfavorecidos.
Son las 17.00 horas y los clientes del comedor de la Orden de Malta, uno de los 13 centros de beneficencia de la capital, la mayoría gestionados por órdenes religiosas, comienzan a entrar. El centro ofrece de lunes a sábado una contundente merienda. Hoy toca guiso de carne, ensalada, café y bollos.
Maria Antonia (nombre figurado), ex empleada de hogar, madrileña, 65 años, es la primera en sentarse. “Júrame que no saldré en las fotos”, insiste. Impecablemente vestida, esta mujer soltera y sin hijos recurre al comedor desde hace una semana y pertenece al 10% de ciudadanos que no llega a fin de mes, según Cáritas. Tras casi cuatro décadas fregando suelos, la jubilada reside en un hostal de 480 euros mensuales (cobra 601 de pensión). “El euro del pico es lo único que ahorro”, confiesa llorando. Como todos los consultados por EL PAÍS, culpa a los inmigrantes de su declive. Afirman que cuando van a pedir trabajo, los empresarios ya han contratado a extranjeros.
“Esto ha cambiado mucho desde que estalló la crisis", explica la abogada Margarita Maíza, responsable del comedor de Cuatro Caminos, donde sirven 144.000 comidas al año, que cuestan 50.000 euros. Los fondos llegan a cuentagotas de las donaciones de los socios de la Orden de Malta, y en menor medida, de las subvenciones de las Administraciones. Los comerciantes de la zona y el banco de alimentos de Madrid colaboran con comida no perecedera. “Parece mentira, pero nos traen de todo menos lentejas, que son ricas en proteínas”, matiza Maíza. El centro resume la recesión. Abrió en 2008 para atender a 40 personas, inicialmente inmigrantes subsaharianos, y ahora ofrece 400 platos diarios. Una quinta parte de sus usuarios son españoles.
"Júrame que no saldré en las fotos”, insiste una jubilada.
“Aquí te puedes encontrar desde a un empresario venido a menos hasta a un antiguo cómico de TVE”, añade Juan Ortega, prejubilado del BBVA, que acude al comedor una tarde por semana como voluntario para controlar la cola, donde son frecuentes las reyertas.
Disciplinado, aguarda su turno Carlos Gómez, que ha pasado 30 de sus 55 años sirviendo cafés. Desde septiembre recorre cada día con traje y corbata el centro de Madrid en busca de empleo. Hoy ha entregado 42 currículos. “Me estoy volviendo racista”, admite.
La cola corre. El primer turno apura sus 15 minutos de plazo. El sistema de sillas calientes persigue atender a muchos desfavorecidos en el menor tiempo.
Agazapado en un rincón, Marcos Antonio, panadero en paro de 56 años, ha tirado la toalla. Tras un año buscando trabajo y con la sombra de una hipoteca que le atenazará durante las próximas tres décadas, desconfía de las posibilidades de la España en crisis. “Lo he perdido todo, estoy desesperado”, se lamenta este ex votante del PSOE reconvertido en antisistema. Ahora, tras más de 35 años encadenando empleos estables, guarda turno en la cola de exclusión.
Los excluidos
Diez millones de españoles (21,8% de la población) sobrevive bajo el umbral de la pobreza (ingresan menos de 7.533 euros al año) y ocho y medio ha cruzado la línea de la exclusión social, según Cáritas.
La mujer extranjera de entre 35 y 40 años que recurría a la caridad hace tres años se ha convertido en un hombre español de entre 37 y 40.
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