La campaña que no rompe nunca
El PSOE lo intenta todo pero las elecciones se acercan sin que nada se mueva Rajoy es capaz de convertir en anodino hasta el mitin de Valencia, sin Camps
Si uno sigue con atención a Mariano Rajoy parece que realmente pretende ganar sin que nadie se entere. Pasar desapercibido hasta la noche electoral, cuando ya todo esté hecho. Así ascendió siempre en política: sin hacer mucho ruido. Y parece que quiere repetirlo. No promete casi nada —como mucho, “hacer feliz” a la gente y nombrar un “Gobierno serio”— y apenas entra en ningún asunto.
Sabe que lo suyo no es el entusiasmo y no lo busca. Es Rajoy en estado puro: no le gusta dar la batalla ni cuando la tiene ganada. El líder del PP cree conocer muy bien a los españoles. Y está convencido de que eso es lo que quieren en este momento: discreción. Las encuestas, desde luego, avalan su intuición. Y él, de nuevo, trata de disimular: “Creo que vamos a ganar las elecciones”.
Rajoy es tan constante en esa estrategia de aplatanamiento de la política que ayer incluso logró algo que parecía increíble: convertir en anodino el mitin más excesivo que uno pueda imaginar: el de la plaza de toros de Valencia, llena de nuevo a rebosar. Como muestra, baste la frase con la que se despidió de los militantes: “Lo único que necesitan los españoles es un Gobierno un poco potable”. Incluso le añadió el “un poco”. Menos expectativas, imposible.
Los socialistas lo están intentando todo para lograr que los indecisos se animen. Pero nada parece funcionar. Los populares siempre le han temido a las campañas por la movilización del último momento contra el PP. Esta vez parece distinto. “Los españoles ya no le tienen miedo al cambio”, remató Rajoy. Ese “ya” es toda una confesión de alguien acostumbrado a ver, una campaña detrás de otra desde 1990, cómo el PSOE recortaba al final.
Lo cierto es que esta vez el PP está ganando hasta la campaña. Nada parece imponerse a la anti-campaña diseñada por Rajoy y su equipo. Los socialistas lo han intentado con propuestas en condiciones normales rompedoras —como la de retrasar dos años el cumplimiento del déficit o poner nuevos impuestos a la banca—, con calentones dialécticos de todo tipo, y hasta con un intento, como ayer, de volver a enfrentar a Felipe González y José María Aznar. El expresidente socialista criticó a su sempiterno rival por decir que España está en bancarrota —ayer dijo que está “arruinada”— y animó a los “cabreados” y a los indecisos a votar al PSOE
para “parar la avalancha de recortes” que, dijo, va a traer el PP. Pero nada rompe la campaña. Y Aznar ni le contesta. Las propuestas, que antes sí generaron debate, como el impuesto de patrimonio, ya parecen amortizadas. Y los días pasan.
Tal vez por eso Rubalcaba ha decidido intentar un último movimiento: triplicará los mítines que va a hacer cada día de los cinco que le quedan. Como en la época de la Transición, donde todo era mucho más amateur y se buscaba realmente el voto pueblo a pueblo, casa a casa. Como si se tratara de los personajes de El disputado voto del señor Cayo, que escribió Miguel Delibes en 1978, Rubalcaba recorrerá varios pueblos cada día para improvisar pequeños mítines, además de los actos grandes tradicionales. En su trayectoria entre un pabellón y otro, irá parando por los municipios para buscar un último revulsivo.
El gran problema del PSOE, o la gran ventaja del PP, es que nada parece estar moviéndose en campaña. No lo detectan las encuestas pero tampoco el análisis de los dos partidos. En el voto popular se percibe una gran fidelidad y en el socialista una especie de resignación.
Todas las campañas tienen un epicentro, que suele ser una propuesta que genera polémica, una declaración sonada, un escándalo, una metedura de pata, un incidente. O un debate que lo rompe todo. En esta no aparece.
La explicación hay que buscarla en la enorme ventaja con la que partía el PP gracias al hundimiento del PSOE por la crisis. Pero también en el estilo de Rajoy. Solo él es capaz de fingir cada día que nada está pasando, transformar los momentos más delicados en trámites funcionariales.
Casi todos los políticos consideran que el pasado no existe si no conviene. Pero es difícil imaginar a alguien distinto de Rajoy protagonizando una escena como la de ayer. En la misma plaza en la que dijo que Francisco Camps le tendría siempre “detrás, delante y al lado”, y casi con la misma cara, ni le nombró. Era como si hubiera desaparecido de la que siempre fue su plaza. Camps ni siquiera acudió, pese a que sigue siendo diputado. Y los carteles que en mayo llenaron el coso con los “Estamos contigo, Paco”, se transformaron por obra del aparato en “Alberto Fabra, Vinarós está contigo” o “Sagunto con Fabra y Rajoy”. Como si nunca hubiera existido. Y solo alguien como el líder del PP podría referirse al caso Gürtel, después de lo que ha sufrido, con la siguiente frase: “Gracias, Federico [Trillo] porque te has ocupado de unos asuntos que no vamos a calificar”. Y a otra cosa, que solo quedan cinco días.
Unas elecciones sin debate real sobre propuestas
Primeros comicios sin polémicas estrella. En 1996 fue la reforma del IRPF, en 2000 la eliminación del IAE, en 2008 los 400 euros... Esta vez nada de eso marca la campaña.
Retraso de dos años para cumplir los objetivos del déficit. Rubalcaba trató de romper el debate con esta propuesta. Es la clave de todo, aunque se hable poco: España tendrá que recortar 30.000 millones (como mínimo) en 2012 para cumplir el objetivo del 4,4%. Rubalcaba, convencido de que la izquierda europea acabará imponiendo ese retraso para todos, arriesgó planteándolo. Rajoy ni le contestó y no ha querido entrar, con lo que la propuesta muere si no centra la campaña.
Una especie del Plan Marshall de inversiones. Rubalcaba está convencido de que España solo saldrá de la crisis si no se corta la inversión pública. De nuevo lo sacó en el debate y Rajoy no entró. Tampoco lo ha hecho después. Aunque en su entorno admiten que Rajoy tendrá que mermar mucho la inversión si quiere recortar sin subir impuestos, él ha evitado el asunto en campaña. Y eso lo mata.
Lucha contra el fraude, subidas de impuestos. Rubalcaba ha propuesto que no se pueda pagar en metálico más de 3.000 euros o que pase de cinco a diez los años la prescripción del delito fiscal. También un nuevo impuesto a la banca o a las grandes fortunas. Apenas generaron debate.
Reforma laboral de PP. Rajoy en campaña ha huido de las propuestas. Antes sí las hizo: bajar impuestos y una reforma laboral para limitar convenios con el objetivo de bajar sueldos y flexibilizar. Tampoco generó grandes debates.
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