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El Ejército revisará la seguridad de los chalecos antibala usados en Afganistán

En menos de un mes dos soldados han recibido sendos disparos por un hueco de la protección: Joaquín Moya murió por ello

Miguel González

El Ejército revisará la seguridad de los chalecos antibala que utilizan las tropas españolas en Afganistán tras la muerte del sargento primero Joaquín Moya Espejo, quien falleció el pasado domingo por una ráfaga de ametralladora en un ataque de la insurgencia a unos cinco kilómetros del destacamento de Ludina, al noroeste de Afganistán. Aunque el militar llevaba puesto el chaleco reglamentario, el proyectil le entró por una zona que no está protegida, la clavícula izquierda, y se alojó en el tórax rompiendo venas y arterias principales. Lo que ha llevado al Ejército a revisar los chalecos —como parte de una investigación de seguridad que se abre siempre que hay una muerte violenta— es que hace poco más de un mes, el 26 de septiembre, y también cerca de Ludina, se produjo un incidente casi idéntico: un soldado fue alcanzado por un disparo en un hombro, a pesar de que llevaba el chaleco. Entonces, sin embargo, hubo suerte y el proyectil salió por un omoplato produciendo una herida en sedal y sin afectar a órganos vitales.

Los expertos admiten que el problema puede ser irresoluble, pues incluso los chalecos antibala de la Guardia Civil y la policía —más resistentes que los del Ejército— dejan al descubierto los hombros para facilitar la movilidad del usuario. Cuando el militar se tumba para disparar, esta zona del cuerpo es la más expuesta.

Al contrario de lo que se creía inicialmente, no fue un disparo de fusil Kalashnikov (AK-47) sino una ráfaga de ametralladora lo que causó la muerte del sargento primero. Según los primeros datos de la investigación, el fuego procedía de una ametralladora de fabricación rusa ubicada a unos 800 metros. Probablemente se trataba de una ametralladora ligera RPK, de la misma familia que el AK-47 y que utiliza la misma munición (calibre 7,62). Tiene una cadencia de 600 disparos por minuto y un alcance de hasta 1.000 metros, frente a los 400 efectivos del AK-47. Moya no fue víctima, por tanto, del disparo certero de un tirador de élite sino del fuego graneado de una ametralladora. En los primeros momentos se barajó la posibilidad de que los insurgentes hubieran utilizado uno de los dos rifles de precisión Barret M82A1 robados en mayo al Ejército noruego en el distrito vecino de Ghormach.

El funeral por Joaquín Moya se celebrará hoy en Córdoba, su ciudad natal, y tendrá carácter privado por deseo de la familia. El militar deja una viuda, que también es sargento y está destinada en la misma unidad que su marido (el Regimiento de Infantería Garellano 45, con base en Vitoria), y un hijo de 12 años.

Por otra parte, 11 personas (nueve civiles, todos miembros de la misma familia, y dos policías afganos) fallecieron el lunes en un atentado con una mina artesanal en la provincia de Badghis, la misma zona donde se produjo la muerte de Moya.

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Sobre la firma

Miguel González
Responsable de la información sobre diplomacia y política de defensa, Casa del Rey y Vox en EL PAÍS. Licenciado en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) en 1982. Trabajó también en El Noticiero Universal, La Vanguardia y El Periódico de Cataluña. Experto en aprender.

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