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El miedo impulsa a la derecha

Los partidos socialdemócratas europeos son laminados por votos de castigo a su gestión La crisis erosiona a los grandes partidos clásicos Los conservadores son vistos como administradores más fiables

Andrea Rizzi
Manifestación contra el Gobierno griego en Atenas.
Manifestación contra el Gobierno griego en Atenas.FRANCE PRESSE

En el otoño de 2008, mientras el sistema financiero mundial temblaba pavorosamente tras la quiebra de Lehmann Brothers, el presagio de una gran ola de expansión política y de conquista del poder tuvo que recorrer las secretarías generales de los partidos socialdemócratas europeos. El razonamiento era simple: una crisis incubada en los meandros más oscuros de un desenfrenado capitalismo, pensaron muchos, llevaría inevitablemente a los electores a los brazos del centroizquierda, de propuestas políticas teóricamente más propensas a regular los mercados. Menos de tres años después, solo cinco de los 27 Gobiernos de la UE tienen un líder progresista: España, Grecia, Eslovenia, Chipre y Austria (en este caso, en coalición con los democristianos). ¿Qué pasó?

Naturalmente, cada país tiene su propia historia. Pero la debacle progresista es tan extendida y rotunda en el continente que es posible hallar rasgos comunes. El más evidente, sin duda, es el voto de castigo a partidos en el poder; a menudo, es recurrente el rechazo a liderazgos frágiles y poco inspiradores; en muchos casos, tuvo un papel importante la escasa credibilidad de los partidos de centroizquierda en proponerse como alternativa ideológica, tras largos años de adhesión de facto acrítica al ideario del libre mercado; en otros, la percepción de una crisis de corte capitalista quedó desplazada por otra más dañina para la izquierda: la de una crisis fiscal, con Gobiernos incapaces de mantener en orden sus presupuestos, de proteger a los ciudadanos y de impulsar la recuperación.

En ese caldo de percepciones ciudadanas se cuece el actual derrumbe de la izquierda europea. Sobre ese cataclismo político están concentrados ahora todos los focos, pero en la sombra del devastador palo al progresismo se desarrolla otra dinámica, que viene de atrás, que es más amplia, que se va agudizando y que es recurrente en muchos países: el general declive del peso relativo de los grandes partidos de masa históricos, tanto socialdemócratas como conservadores. Se trata de un fenómeno en desarrollo desde hace años, y que ahora es espoleado por la crisis, de la que las formaciones gobernantes pagan a menudo el precio a favor de otras propuestas políticas.

El actual ascenso de los Verdes en Alemania, el del justicialista Italia de los Valores, el de los liberaldemócratas en Reino Unido en 2010, el de la extrema derecha en muchos países, son algunos de los síntomas de esa dispersión del voto con respecto a las tendencias del pasado. Independientemente de quién esté en el poder, la suma de los dos principales partidos pesa hoy menos que hace años en gran parte de los países europeos, y la tendencia parece acentuarse, dando paso a escenarios políticos cada vez más fragmentados. Claro está, en esta temporada política la mayor parte de esa erosión corre a cuenta del centroizquierda.

Solo 5 de los 27 países de la UE tienen un primer ministro progresista

“El calendario no nos ha favorecido. Las elecciones generales están tocando en países gobernados por la izquierda. No es un consuelo, pero si nos fijamos en votos regionales o referendos, está claro que hay una ola de voto de protesta contra los Gobiernos en todas partes”, comenta Jesús Caldera, presidente de la fundación IDEAS y exministro de Trabajo y Asuntos Sociales del PSOE.

Del malestar ciudadano emergen grupos radicales o alternativos 

Es cierto que, pese al excelente estado de la economía alemana, los democristianos de Angela Merkel han cosechado varios palos en comicios regionales, y vuelan muy bajo en los sondeos nacionales; Silvio Berlusconi acaba de sufrir graves derrotas en elecciones administrativas y referendos; Nicolas Sarkozy y su partido no navegan bajos cielos serenos. Los conservadores británicos andan por detrás de los laboristas en las encuestas. Dentro de un par de años, el panorama político europeo podría bascular otra vez. Pero ahora es la izquierda quien se halla en un estado casi comatoso, y hay razones más sustanciales que un calendario electoral desgraciado.

Preguntado por las causas del derrumbe en una conversación telefónica, Caldera considera que “la socialdemocracia internacional no ha defendido con la necesaria firmeza los valores de empatía y solidaridad; no ha combatido lo suficiente el individualismo agresivo. Se extendió la idea de que siguiendo la corriente mayoritaria se podía gestionar mejor y redistribuir mejor. Eso ha llevado a un divorcio con una parte de los electores”. El reciente giro del PSOE hacia una actitud más crítica con los bancos es probablemente consecuencia de esa reflexión.

Magnus Ryner, politólogo del Brookes College de Oxford, plantea sin embargo de una manera más explicita el argumento: “Factores efímeros como un liderazgo poco inspirador o el desgaste del ejercicio del poder han tenido su peso, pero no son la causa primaria. Las causas de los sufrimientos de la socialdemocracia europea son ideológicas e incubadas desde hace tiempo. La tercera vía ha intentado desde los años noventa conjugar liberalismo financiero con una posterior redistribución de la riqueza a través del estado de bienestar. La cosa es que la socialdemocracia europea moderna está tan estrechamente vinculada con el sistema en crisis que no se halla en posición de ofrecer una alternativa”.

Los conservadores en el poder también sufren desgaste en muchos países

Jon Cruddas y Andrea Nahles, diputados progresistas en Reino Unido y Alemania, asumen abiertamente esa crítica en un manifiesto publicado recientemente y que aboga por buscar un nuevo rumbo político para la izquierda: “Los modelos socialdemocráticos de la tercera vía [de Tony Blair] y el Neue Mitte [de Gerhard Schröder] abrazaron acríticamente el nuevo capitalismo globalizado, subestimando el potencial destructivo de los mercados infrarregulados”, escriben en el texto, titulado Construyendo la buena sociedad.

En una conversación telefónica desde Dinamarca, Ryner señala, sin embargo, su convicción de que el efecto corrosivo de la crisis desgastará a ambos polos políticos europeos, tanto el conservador/democristiano como el socialdemócrata. “Los partidos de masa modernos tienen que apelar a sectores sociales heterogéneos para mantener su tamaño”, argumenta. “En un periodo de dificultades económicas es más difícil mantener proyectos políticos que satisfagan los distintos intereses que un partido de masa intenta retener”.

No se ha defendido lo suficiente el valor de la solidaridad

Jesús Caldera

José María Lassalle, diputado y portavoz de Cultura del PP, cree que el progresismo europeo paga el precio de una propuesta política desfasada con respecto a la realidad contemporánea. “Interpretó la crisis conforme a paradigmas de los años treinta. Las sociedades europeas han evolucionado, son mucho más complejas y Keynes no es una respuesta para hoy. La izquierda no ha encontrado un discurso que le permita dar respuesta a un consenso social generalizado: la prosperidad la genera la libertad económica. El mercado es el elemento más idóneo para estimular esa prosperidad”.

Las percepciones de los votantes acerca de la capacidad de gestión de la crisis son claramente un punto clave. Una encuesta publicada por este diario el pasado domingo señalaba cómo la opinión pública española considera a Alfredo Pérez Rubalcaba un político superior a Mariano Rajoy en todos los apartados, menos con respecto al manejo de la crisis. Según esa encuesta, el PP adelanta al PSOE en 14 puntos.

Lassalle conviene, sin embargo, en que la actual crisis puede acabar erosionando a medio plazo a los partidos de masa de ambos bandos. “Es normal que las formaciones que han asumido mayoritariamente las responsabilidades de Gobierno en las últimas décadas acusen el desgaste de la crisis. Por otra parte, la evolución posmoderna que viven las sociedades contemporáneas produce una fragmentación, un estímulo del pluralismo a todos los niveles que también tiene una traducción en el debate político”.

Algunos analistas apuntan a que el fenómeno también está vinculado a la pérdida de peso relativo de las grandes organizaciones que tradicionalmente han vehiculado votos hacia los partidos de masa: sindicatos e Iglesia.

Sea como fuere, los datos son elocuentes. Los dos principales partidos alemanes —democristiano y socialdemócrata— se llevaron el 76% de los votos en 1998; en las elecciones de 2009, la cuota fue 20 puntos inferior, un 56%. En Reino Unido, laboristas y conservadores han pasado del 76% en 1992, al 65% del año pasado. En Holanda, los dos principales han caído del 66% al 40% entre 1989 y 2010. En Finlandia, del 49% de 2002 al 39% de este año. En Grecia, del 86% al 77% entre 1993 y 2009. En Portugal, del 78% en 2002 al 66% actual.

La natural alternancia democrática hace bajar por rondas un bando u otro: pero en una perspectiva más amplia, ambos bandos ceden consenso, y la crisis actual no ayudará a revertir esa tendencia. Es razonable pensar que la política europea tendrá que lidiar en el futuro con parlamentos más fragmentados, y que se reabran agrios debates sobre los sistemas electorales, para empezar, y quizá sobre las arquitecturas constitucionales, después.

Naturalmente, el fenómeno tiene excepciones. En Francia la cuota parece, grosso modo, estable. En España, en las elecciones de 2008 se registró la mayor concentración de voto hacia los dos principales partidos desde la democracia, con casi el 84%. Pero en las recientes administrativas, varios partidos pequeños tuvieron buenos resultados, y en la próxima ronda de elecciones generales, según apuntan los sondeos, el agregado de los dos mayoritarios bajará, por el previsible descalabro socialista.

Varios analistas sugieren que el ascenso conservador actual es el nuevo episodio de un fenómeno recurrente: cuando hay crisis, el electorado vira a la derecha. Un gráfico publicado recientemente en la versión online de The Economist muestra que hay cierta coincidencia estadística entre frenazos del PIB y derrotas socialdemócratas. Como si en tiempos de tormenta los electores encontraran el refugio del centroderecha más tranquilizador. No es solo una cuestión de gestión económica.

“Una de las explicaciones del resurgimiento conservador es que está impulsado por el miedo”, reflexiona en una conversación telefónica James Kloppenberg, historiador de la Universidad de Harvard especializado en el estudio de la socialdemocracia. Los problemas económicos soplan sobre la llama de cuestiones sociales o culturales que parecen impulsar a la derecha. “Creo que la cuestión de la inmigración y del pluralismo cultural son asuntos que están preocupando a mucha gente en Europa”, apunta Kloppenberg.

Lassalle usa substantivos diferentes para expresar un concepto análogo: “Ante un paradigma de incertidumbre e inseguridad a escala global, se ha generado la exigencia de una respuesta con certezas. De ahí, la aproximación a un discurso de moderación”.

Cualesquiera que sean las razones, la socialdemocracia empieza una travesía en el desierto. Caldera insiste en que los conceptos de “solidaridad” y “empatía” deben volver a ser la estrella polar progresista. Que hay que convencer a la ciudadanía de que una sociedad equitativa no es solo moralmente deseable, sino económicamente más eficiente que una marcada por las desigualdades que produce el libre mercado.

Curiosamente, en una conversación mantenida a pocas horas de distancia, el historiador de Harvard Kloppenberg también emplea la palabra “empatía”. “Tuve una conversación con un exprimer ministro [socialdemócrata] europeo que manifestaba su preocupación por el debilitamiento de ese valor, que fue tan central en los Gobiernos progresistas de la posguerra, y que parece haber perdido su poder de atracción”.

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Sobre la firma

Andrea Rizzi
Corresponsal de asuntos globales de EL PAÍS y autor de una columna dedicada a cuestiones europeas que se publica los sábados. Anteriormente fue redactor jefe de Internacional y subdirector de Opinión del diario. Es licenciado en Derecho (La Sapienza, Roma) máster en Periodismo (UAM/EL PAÍS, Madrid) y en Derecho de la UE (IEE/ULB, Bruselas).

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