La vergüenza mutante
En el debate de hoy, todos deberían aplicarse en pro de los intereses de la ciudadanía
Cuando empieza el debate del estado de la nación observamos cómo se han multiplicado los problemas y angustias que le suponen al Gobierno ganarse los votos precisos para llegar a la mayoría absoluta en el Congreso de los Diputados. Pareciera como si todos los grupos parlamentarios, excepto el principal de la oposición, hubieran estado disponibles para pactar con los socialistas tanto en la primera legislatura de José Luis Rodríguez Zapatero, la de 2004 al 2008, como durante buena parte de la segunda, de 2008 en adelante. Eran años en los que había una capacidad instalada de vergüenza, que mantenía al grupo del Partido Popular rigurosamente aislado, sin aliados posibles a escala nacional, autonómica o municipal. Se percibía que a todos los partidos les daba reparo coincidir en cualquier votación con los peperos. Sin embargo, a partir de los resultados de las elecciones locales y autonómicas del 22 de mayo, al cundir el barrunto de victoria arrasadora de los de Rajoy en las legislativas, el panorama se ha invertido.
Será porque soplan otros vientos y se abomina del Zapatero conocido frente al Rajoy nebuloso, o será porque las actitudes tienden a configurarse en función de las expectativas. El caso es que ahora quien padece la penosidad del aislamiento es el Partido Socialista. Los mismos que cortejaban al PSOE, cuando le consideran exhausto, toman distancia para evitar que les pase factura esa amigable compañía. Es como si se hubiera producido una migración de la vergüenza, que habría terminado anidando en la otra orilla. Así quienes exhibían con orgullo algunas amistades socialistas, ahora las ocultan avergonzados. Lo mismo sucede pero a la inversa con los acompañamientos populares, antes disimulados ahora ostensibles. Es como si, en estos momentos, nadie —tampoco los de su propio partido— quisiera coincidir con Zapatero. En las sesiones del Congreso de los Diputados, desde hace poco más de un año, viene quedando patente. Los grupos que antes competían para ofrecer su apoyo al PSOE, lo más que ahora conceden es el beneficio de la abstención. Y cuando se lo otorgan, exhiben como justificante el precio astronómico obtenido a cambio.
Jorge Manrique, en las coplas a la muerte de su padre, don Rodrigo, se hacía preguntas retóricas como aquella sobre los infantes de Aragón, de los que bien sabía que no quedaba rastro. Aquí, los que han acompañado a Zapatero en estos años se hacen también preguntas desencantadas sobre el carácter efímero de los logros políticos. Se sienten dolidos por los ataques de ingratitud aguda que ahora perciben. Piensan en los de la otra banda, donde ni Carlos Fabra ha pagado por el aeropuerto sin sentido de Castellón, ni Francisco Camps por los enredos de la trama Gürtel, ni Esperanza Aguirre por el sectarismo y las manipulaciones de Telemadrid. Lamentan que cuando los errores o abusos han corrido por cuenta de los socialistas, la respuesta de los votantes haya sido de abrumadora desafección. Pero si así fuera, si se les exigiera más, por ser vos quien sois, esa mayor exigencia en lugar de pesadumbre debería producirles orgullo al comprobar que “socialismo, obliga”. Andar a viva quien vence, argumentar con el “y tú más” o pedir indulgencia para los abusos de quienes visten la misma camiseta, equivale a corroborar la más destructiva de todas las afirmaciones del desengaño, según la cual los políticos son todos iguales. Por la senda manriqueña cabría indagar qué ha quedado, por ejemplo, de los logros en materia de derechos civiles, Televisión pública, cesiones económicas a la Iglesia verdadera, beneficios de la Ley de Dependencia o reducción a cero de la capacidad asesina de ETA. Pero tampoco habrá dividendos de la paz. Primero, por el pecado original de las negociaciones, terminadas con la voladura del aparcamiento de la T-4 en Barajas. Segundo, porque de la comparecencia de la coalición abertzale Bildu en las elecciones del 22 de mayo, por decisión de los tribunales, y de su éxito se pasa la culpa al Gobierno.
En breve, estamos en un momento en que los aciertos del Partido Socialista se han hecho ingrávidos mientras que sus errores adquieren la pesantez del plomo. En el otro hemisferio, el del PP, sucede a la inversa. Los aciertos se mantienen en indefinida resonancia y los errores se evaporan instantáneos, sin dejar rastro. Es lo que se llama el estado de gracia, pendiente de contrastarse con los problemas reales si les correspondiera gobernar. Pero en el debate parlamentario de hoy y mañana todos deberían abstraerse de sus conveniencias electorales y aplicarse al consenso en pro de los intereses generales de la ciudadanía.
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