La comunión de Gallardón
El alcalde de Madrid vive un día de gloria como anfitrión de dos grandes líderes políticos
A la una de la tarde del 15 de mayo, el día y la hora con más concentración de comuniones del año, Alberto Ruiz Gallardón celebraba su particular eucaristía profesional. Porque comunión es también, según la Real Academia, la participación en lo común. La constitución de un grupo político. La comunicación de unas personas con otras. Una ocasión de lucir la propia casa y las mejores galas. Y de juntar a la familia. La propia y la política. Aunque no se traguen, los padrinos del comulgante hacen de tripas corazón para no estropearle el día al chico. Llegan, se felicitan, brindan juntos pero no revueltos y se van con un suspiro de alivio. Todo eso fue, o lo pareció, el acto de entrega de las Medallas de Madrid a los expresidentes Suárez, González y Aznar. La comunión de Gallardón. El momentazo de su vida.
Cuando el alcalde recorría los 200 metros de paseíllo que separan la calle Alcalá del crucero de la bóveda acristalada del Palacio de Cibeles, sede del Ayuntamiento y nueva catedral laica de Madrid, parecía hallarse en estado de gracia. Caminaba solo, a cuerpo gentil, entre los dos presidentes del Gobierno de la democracia con el PSOE y el PP. González, a su izquierda, y Aznar, a su derecha, como está mandado, no parecían tan contentos. Se suponían que ellos eran las estrellas. Pero era Gallardón el que exultaba. Al fondo, la nube de fotógrafos de las grandes ocasiones inmortalizaba la escena. Puede que ese y no otro fuera el objetivo. Lo que vino después fue casi lo de menos. Y eso que no fue poca cosa.
La expectación y el morbo de los asistentes -que lo disimulaban- y la de los periodistas -que no-, estaba a la altura de la antipatía mútua de los galardonados, por decirlo suavemente. Nadie salió decepcionado. La liturgia estuvo a la altura. Primero hicieron su entrada las señoras. Mar Utrera, esposa del alcalde, abría la comitiva flanqueada por la concejala Ana Botella, cónyuge de Aznar, y Mar García-Vaquero, pareja de González, que hacía su primera aparición junto al expresidente en un acto institucional. Después, los caballeros. El orgulloso anfitrión y sus cariacontecidos invitados se dirigieron a un estrado donde, con una igualdad de tiempos medida al segundo, se pasaron revista a sus méritos. No faltaron los vídeos con emotivas imágenes del pasado. Ni los hitos de su vida política. Ni el trago amargo de sus adioses endulzado por el tiempo. Sentados cerca, pero con Gallardón de muro de contención, ambos contemplaban complacidos las escenas propias y con cara de póquer las ajenas. No se les vio un mal gesto, pero más allá del apretón de manos para la galería y el cruce de lugares comunes al entrar y salir, González y Aznar se ignoraron como dos cuñados que se aborrecen civilizadamente.
Fue luego, en los discursos, cuando aprovecharon para tirarse puyas encubiertas. Las crípticas “variedades de lo falso” que, según Aznar, “circulan entre nosotros”, y la “arrogancia y la soberbia” contra las que arremetió Felipe sonaron a eso. Menos mal que la Ritirata Notturna de Madrid, de Bocherini, interpretada deliciosamente por el cuarteto de cuerda Assai, puso fin a las especulaciones. A esa misma hora, Esperanza Aguirre irrumpía en la Pradera de San Isidro vestida de chulapa a ritmo de chotis. Cuestión de estilo. Y de personalidad.
González y Aznar se ignoraron como dos cuñados que se odian civilizadamente
Como las de los invitados al evento. Además de los convidados habituales, la platea se repartía entre los respectivos séquitos de González y Aznar. Mucha vaca sagrada: desde el cardenal Rouco Varela, que desapareció en cuanto acabaron los dicursos -tendría otras comuniones- al Nobel Vargas Llosa, que se quedó casi hasta el final repartiéndose exquisitamente entre las dos facciones. Muchas celebridades trasversales: de Plácido Arango a Florentino Pérez. Y mucho político, obviamente. Más del PP que del PSOE, al fin y al cabo, jugaban en casa. Ministros populares que lo fueron: Rato, Pilar del Castillo, Zaplana, Juan José Lucas, Piqué. Y otros que lo quieren ser: Ana Mato y Pío García Escudero. Por el PSOE, la ministra Garmendia y los candidatos al Ayuntamiento, Jaime Lissavetsky, y la Comunidad de Madrid, Tomás Gómez, hicieron la visita y se fueron a continuar la campaña -la suya, no la del rival- a otra parte.
Mucha gente mayor, en cualquier caso. Si la media de edad bajaba de los 50 era por Alonso Aznar y Gonzalo Miró. El primogénito de Aznar y el ahijado predilecto de González marcaron con su estilo la cohabitación de las dos culturas estéticas y políticas que alternaban cada una por su lado en la sala. El terno ajustado de solapa ancha y pecho palomo que lucía Aznar y el minimalista traje con camisa abierta de Miró lo decían todo. No se les vio charlar. O no se conocen, o no les apetece conocerse.
Tenían bastante con los mimos que les dispensaban las señoras. Elena Benarroch y Mar García Vaquero -vestida con un traje pantalón de crepe blanco y colgante de fantasía- se disputaban a Gonzalo. Mamá Botella -vestido y abrigo de hilo beis y bronceadas piernas al aire- dejaba a Alonso a su aire. Por cierto que tanto Mar Utrera, la esposa de Gallardón -con el pelo corto y muy buen aspecto-, como Elena Benarroch lucían al cuello sendas piedras con toda la pinta de haber sido talladas y regaladas por Felipe González. Botella, si las tiene, las dejó en casa. Quizá no le pegaban con el Lady Dior de charol crudo que llevaba suspendido en la muñeca. Al final, se fueron todos tan contentos. Si no lo estaban, lo disimulaban. De eso se trataba. De apurar el cáliz. La oblea se la tomó Gallardón.
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