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Seres Urbanos
Coordinado por Fernando Casado
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La diplomacia de las ciudades ante la guerra en Ucrania

El municipalismo internacional no tiene el poder de incidir en la contienda, pero sí de exigir la paz, acoger y proteger a los refugiados y facilitar canales para el encuentro. Algo que solo será posible sin bloques, desde la unidad y tendiendo puentes, tal como ya se hizo tras la Segunda Guerra Mundial o durante la Guerra Fría

Una pareja de ancianos camina frente a edificios de apartamentos destruidos en la ciudad de Borodyanka, Ucrania, el pasado 9 de abril de 2022.
Una pareja de ancianos camina frente a edificios de apartamentos destruidos en la ciudad de Borodyanka, Ucrania, el pasado 9 de abril de 2022.Petros Giannakouris (AP)

Desde la fundación de la primera organización Internacional de autoridades locales (la International Union of Local Authorities) en 1913, pocos meses antes del estallido de la Primera Guerra Mundial, el municipalismo internacional situó la paz y el pacifismo como uno de sus elementos vertebradores. Tras la Segunda Guerra Mundial, los hermanamientos entre urbes francesas y alemanas señalaron el camino de la reconciliación y durante los años de la guerra fría la Federación Mundial de Ciudades Unidas (FMCU) se convirtió en espacio de encuentro de autoridades locales, occidentales y soviéticas. Todo ello al tiempo que Mayors for Peace, organización impulsada por los alcaldes de Hiroshima y Nagasaki, abogaba por la abolición del armamento nuclear.

Hoy, el municipalismo internacional se expresa a través de un amplio y rico ecosistema de redes y plataformas en las que conviven en un delicado equilibrio localidades de todas las geografías del planeta. Un equilibrio que hasta ahora le ha llevado a trascender las tensiones inherentes a un orden global que vuelve a configurarse en bloques de poder. Pero la capacidad que han tenido los alcaldes y alcaldesas de todo el mundo de generar espacios de diálogo hasta ahora relativamente inmunes a los conflictos que enfrentan a los estados, puede estar en riesgo con la guerra que ha desatado la invasión rusa a Ucrania.

Si lo analizamos en término de bloques, las ciudades de occidente se han posicionado de manera contundente en contra de la invasión y se han alineado con sus gobiernos nacionales apoyando las sanciones impuestas a Rusia y desplegando puentes de solidaridad con sus pares en Ucrania. En el otro extremo del tablero, las autoridades locales rusas se mantienen al lado del Kremlin, mientras que las de China y las de muchos otros países del Sur global, se han abstenido de denunciar el conflicto y persisten en una tensa equidistancia que incomoda a sus socios occidentales.

Desde que las tropas rusas entraron en Ucrania, miles de urbes en Europa, Estados Unidos, Canadá, Japón, Australia o América Latina han denunciado de forma contundente lo que consideran una agresión inasumible. Lo han hecho posicionándose sin matices en favor de la paz y en contra de la guerra, apoyando las sanciones y la expulsión de Rusia de los espacios multilaterales. Han apelado al simbolismo, iluminando construcciones icónicas con la bandera ucraniana; coordinando movilizaciones ciudadanas que han congregado a miles de personas ante los ayuntamientos; o promoviendo declaraciones políticas, como el llamado de más de cien alcaldes impulsado por el de Mariupol y la de Gdansk instando a los estados e instituciones europeas a que aceleren los esfuerzos por detener la guerra.

En los últimos meses, la acción diplomática de las ciudades, en especial europeas y norteamericanas, ha mantenido un ritmo frenético. En marzo el alcalde de Rotterdam envió una carta a su homólogo de San Petersburgo para que denunciara la invasión. Ambas localidades están hermanadas y vinculadas por la destrucción que sufrieron durante la Segunda Guerra Mundial. Otras, como Glasgow, Karlsruhe, Chicago o Tokio, han cancelado cualquier actividad con sus homólogas rusas y redes como la Coalición de Ciudades por los Derechos Digitales las han suspendido de membresía.

El Pacto de las Ciudades Libres, impulsado por Praga, Varsovia, Budapest y Bratislava, facilita la acogida coordinada de los millones de personas refugiadas que huyen de la guerra; y cientos de ellas movilizan recursos y despliegan puentes de apoyo a las ciudades ucranianas y a las de los estados limítrofes desbordadas por la llegada de refugiados. Barcelona, por ejemplo, ha lanzado una convocatoria específica para financiar la acción de las organizaciones humanitarias que operan en el conflicto; y Mannheim ha aprobado un millón de euros en ayudas a aquellas con las que mantiene partenariados en Ucrania, Polonia y Moldavia.

Un municipalismo fragmentado corre el riesgo de dejar de ser parte de la solución a las múltiples crisis que, más allá de Ucrania, enfrenta el mundo

Sin embargo, la perspectiva en Rusia y en otros países como China, Irán, India, Pakistán, Sudáfrica o Senegal es totalmente diferente. El municipalismo ruso, empezando por los alcaldes de las dos principales metrópolis del país, Moscú y San Petersburgo, está plenamente alineado con Vladímir Putin y su gobierno. Como lo están con el suyo las ciudades chinas y buena parte de las grandes urbes iraníes, indias, sudafricanas o de otros países africanos y del sudeste asiático que se han beneficiado durante años de la ayuda rusa. Como sus gobiernos nacionales, abogan por la paz, pero son contrarios a las sanciones y señalan que la OTAN y occidente comparten responsabilidad en un conflicto de consecuencias inciertas. Muestran su solidaridad con los refugiados, pero apuntan a la hipocresía de europeos y americanos que, mientras se vuelcan con los ucranianos, olvidan el drama que viven otros desplazados por conflictos considerados de segunda o generados por el propio occidente.

En un contexto de fuerte polarización a escala global, la guerra en Ucrania sitúa al municipalismo internacional ante el riesgo de una confrontación entre bloques que puede provocar su fractura. Una fractura que no solo llevaría a desandar un camino que ha costado más de un siglo recorrer, sino que desactivaría el potencial que, como se vio tras la Segunda Guerra Mundial, tienen las ciudades para facilitar la reconciliación. En este sentido, hay que saludar iniciativas como los Municipal Peace Talks que ha lanzado Ciudades y Gobiernos Locales Unidos; y poner en valor que localidades como París o Berlín mantengan, aunque con perfil bajo, el vínculo con sus contrapartes en Rusia.

Por difícil que sea es necesario explorar vías de diálogo que contribuyan a reducir la tensión y sienten las bases para la reconstrucción. El municipalismo internacional no tiene el poder de incidir en la guerra, pero sí debe exigir la paz, acoger y proteger a los refugiados y facilitar canales para el reencuentro. Algo que solo será posible desde la unidad, tendiendo puentes. Porque un municipalismo fragmentado, de bloques, dejará de ser relevante para la comunidad internacional y corre el riesgo de dejar de ser parte de la solución a las múltiples crisis que, más allá de Ucrania, enfrenta el mundo.

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