No, la agroecología no solucionará los problemas del sistema alimentario
Detrás las imágenes de mujeres sonrientes con azadas se esconden las ideas románticas de lo que creemos que es la agricultura ecológica, y lo que es realmente en la práctica
Mientras entrecavo las tomateras en mi huerto casi orgánico, escucho la radio. Hablan sobre un proyecto agroecológico en Camerún, en el que un promotor dice que debido al uso abonos químicos, en tres años la producción desciende, en vez de aumentar. Esto es probablemente falso, y seguramente se debe a un mal manejo agronómico del que no hay que culpar a los fertilizantes. Pero la locutora lo comenta entusiasmada, quizá pensando que han encontrado la solución del hambre en el mundo: no usar abonos químicos.
La agricultura comparte con la educación el dudoso honor de ser un campo del conocimiento donde todo el mundo se siente con la autoridad de opinar, sin importar que la experiencia agronómica más cercana haya sido ir a comprar a la cooperativa ecológica de la esquina. Por tal razón, decidí intentar hace unos meses explicar por qué la agroecología (ciencia, movimiento y práctica de la aplicación de los procesos ecológicos en los sistemas de producción agrícola, pecuaria y forestal) no es una solución para los problemas del sistema alimentario en este vídeo.
Hay ideas muy enraizadas sobre la agricultura con respecto a la mejora de los sistemas alimentarios. La primera impresión es la que cuenta, y a partir de ahí caemos en el sesgo de confirmación, haciendo caso solo de la información que reafirma nuestras ideas previas. Como decía Sánchez Ferlosio, nunca nadie convence a nadie de nada.
Un asesor me dice: “¡No importa, cuéntales historias! Las historias convencen más que los datos”. Mi alma racionalista se estremece por intentar convencer por la vía sentimental en vez usar los datos, pero él me dice que tranquilo, lo importante es convencer a alguien. Así que, perseverando en mi empeño vocacional de socavar mi empleabilidad a base de crear polémicas, paso a intentar convencer de que esto de la agroecología ofrece menos de lo que promete, pero contando historias.
Necesitamos un sistema capaz de alimentar a 9.500 millones de personas en 2050. No podemos promover falsas soluciones basadas en ideas estéticas y románticas
Mi prevención sobre la agroecología viene de hace mucho. En Nicaragua, en 2005, visité a un dirigente campesino con 20 hectáreas de arrozal. Le pregunté si utilizaba compost. Me dijo que no, que no podría conseguir la cantidad necesaria para tanta extensión y que no tenía la mecanización suficiente para repartirlo. Él empleaba abono químico, pero los proyectos de su organización promovían el abono orgánico para los más pobres.
En 2008, visité en Guatemala a un matrimonio indígena que producía maíz, apenas lo justo para subsistir. Llevaban años con apoyo de un proyecto para aplicar la agroecología. Habían dejado de recurrir a fertilizantes químicos para pasar a abonar solo con orgánico, con lo que sus rendimientos habían bajado. Sus declaraciones me entristecieron: “Ahora comemos menos, pero estamos contentos porque ya no envenenamos la tierra”. Pensé, pero no lo dije: ¿Envenenar la tierra? ¿Quién les ha dicho que la envenenan? ¿Por qué no podían comprar más fertilizantes si no usaban más de 10 kilos de abono por hectárea?
Otro día, todavía en Guatemala, fui a ver a un productor de café en una finca en la montaña. Producía menos desde que solo utilizaba compost, porque como solo podía acceder en burro, no podía llevar la misma cantidad de fertilizante (el compost abulta mucho más). El compost tiene entre 10 y 50 veces menos concentración de nitrógeno que la urea, un fertilizante químico, lo que implica una necesidad de emplear mayores cantidades, y por ende hacer muchos más viajes.
En Burkina Faso, África del Oeste, los proyectos agroecológicos se dirigen también a los pequeños productores. En el norte de este país, en 2012 vi cómo empleaban una pequeña fosa para compostar, con una producción de abono orgánico totalmente insuficiente, que no bastaba para compensar la pérdida de nutrientes que sufren los suelos desde hace decenios.
Pocos proyectos hacían cálculos sobre el balance de nutrientes que resulta de la utilización de abonos orgánicos. En mis 30 años de trabajo en cooperación nunca me he topado con un proyecto que analice los cambios en el suelo como resultado de las nuevas prácticas introducidas.
Así que, cuando en 2008 propuse un estudio para medir los efectos en un proyecto agroecológico en Paraguay, los resultados no me sorprendieron: el fertilizante orgánico no tenía la concentración de nutrientes necesaria para asegurar el mantenimiento de la fertilidad en los suelos. Al cosechar, las extracciones de fósforo y potasio en los campos eran de alrededor de entre 38 y 180 kilos por año, mientras que la aportación de ambos nutrientes mediante fertilizante orgánico era de entre 1,8 y 2,5 kilos anuales. El estudio sí arrojó algún resultado inesperado: los investigadores fueron declarados personas no gratas por la organización paraguaya, que además pidió mi despido por haber promovido la investigación (petición ignorada, para mi alivio personal).
En mis 30 años de trabajo en cooperación nunca me he topado con un proyecto que analice los cambios en el suelo como resultado de las nuevas prácticas introducidas
En ausencia de números, nos basamos en la estética, y eso nos pierde, porque viendo un paisaje de arrozales en terrazas no pensamos en el trabajo inhumano que representa: preparar la tierra, sembrar y cosechar en desnivel. Solo vemos un paisaje bonito e inferimos que quienes viven allí son felices. Quienes trabajan en terrazas lo hacen porque no tienen acceso a un terreno llano y arable con maquinaria, lo cual seguramente preferirían, aunque luego no saliesen en las fotos de buenas prácticas.
Mostramos fotos de mujeres contentas con azadas, sin pensar que seguirán pobres mientras no las cambien por un tractor. Tienen el mismo derecho que cualquiera a no deslomarse con el trabajo, pero la mecanización no está entre las estrategias más promovidas por las ONG.
La visión predominante de la arcadia feliz nos muestra que la agroecología está lejos de alcanzar la justicia alimentaria que algunos defienden. La agroecología ha triunfado, y eso hay que agradecérselo, al mostrar las contradicciones de un sistema alimentario demasiado dependiente de los combustibles fósiles, que son reales y graves, pero sin ofrecer en la práctica soluciones viables.
Necesitamos un sistema capaz de alimentar a 9.500 millones de personas en 2050. No podemos promover falsas soluciones basadas en ideas estéticas y románticas. En el camino del infierno, empedrado de buenas intenciones, crecen lechugas orgánicas entre las losas.
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