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Literatura Africana
Tribuna
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La introspección de Tsitsi Dangarembga a través del ensayo: “Escribir me confirma que soy más que negritud y feminidad”

El libro de ensayos ‘Mujer y negra’ de la escritora y cineasta zimbabuense se traduce y publica en español y abre una puerta a su infancia entre Zimbabue e Inglaterra, la historia de su país y su forma de ver el feminismo africano

Tsitsi Dangarembga
Analía Iglesias

“Como niña adoptada y criada en un hogar blanco, siempre tenía la sensación de que había algo ahí donde yo no estaba y donde no me atrevía a entrar, pero cuya existencia implicaba que yo no podía existir plenamente donde estaba. Tenía la sensación de vivir fuera de mí”, escribe Tsitsi Dangarembga, en Mujer y negra (Plankton Press, 2024), un libro recientemente traducido y publicado en español. “Identificarme conmigo misma se volvió imposible”, confiesa, a continuación, la escritora y cineasta zimbabuense, en este ensayo que parte de sus propias memorias para atravesar la historia de su país, así como las posibilidades personales y colectivas en la práctica de un feminismo africano.

El concepto del no-yo recorre estos textos para explicar tanto el trauma del “distanciamiento” íntimo, como el que afecta a la identidad de Zimbabue, su nación, segregada bajo la colonia británica y herida por el patriarcado autoritario poscolonial. Dangarembga nació en la antigua Rodesia del Sur, en 1959, lo cual indica que es contemporánea de las independencias africanas, que conoce el doble azote del machismo europeo junto al de los usos tradicionales. También es señal de que sabe de las violencias de colonos que no querían perder sus privilegios en los estados con apartheid (como su propio país) y de los “ajustes de identidad frente a la blanquitud” de unos ciudadanos que tampoco sabían si podían “existir plenamente” donde habían nacido. “La primera herida para todos los que estamos clasificados como ‘negros’ es el imperio… Una verdad que muchos de nosotros —estemos o no incluidos en esa categoría— preferimos evitar”, afirma Dangarembga. .

Sin eufemismos ni complacencias, la autora de la novela Condiciones nerviosas ahonda en la naturaleza del “imperio lacerante” y la de su propia vida como “persona melanizada” que no pudo “huir de la noción de la negritud” en el “mundo blancocéntrico”. Este, a su juicio, fue reforzado con las teorías raciales, a partir de la Ilustración, ya que dieron una “justificación intelectual para la categorización” de los seres humanos.

“La concentración de melanina en la piel de las personas negras era y es una ventaja. Justificó nuestra constante subyugación aun cuando el discurso de los derechos humanos germinaba en la cúpula del poder mundial, en Estados Unidos, a finales de la década de 1940″, interpreta. Y agrega que, en el caso de África, el “castigo” (por existir y tener tierras, deseos y riquezas naturales) “se disfraza de salvación”, ya que les convierte en recursos útiles para las potencias coloniales, a través de una educación adaptada a sus maneras. En ese proceso de inculturación, la escritora incluye las becas de formación profesional que llevaron a su familia a mudarse a la metrópoli.

La concentración de melanina en la piel de las personas negras era y es una ventaja. Justificó nuestra constante subyugación
Tsitsi Dangarembga

La novelista —que estudió cine en Berlín y fue activa también en el desarrollo de un entorno feminista de creación cinematográfica en su país— se refiere a los “regalos envenenados” de los colonizadores, en una imagen que no deja de tener vigencia si escuchamos discursos actuales como el del presidente francés, Emmanuel Macron, que reclama a sus excolonias que deberían darle las gracias.

Con todo, esta genealogía colectiva africana le sirve a Dangarembga para situar su relato en la desazón de una niña —hija de la primera mujer universitaria en Zimbabue—, que procede del “país equivocado”, en un lugar extraño, y en los instantes previos a desgajarse de sus progenitores. Lo hace con belleza literaria: “Los primeros días en Inglaterra son el momento en que comienzan mis recuerdos… hay luz. No puedo decir si esta iluminación es real o no, si es la estela del sol subtropical sobre la arena clara de la misión de Murewa, donde vivía mi familia, o la luz de la alegría”.

Cuando Dangarembga tenía dos años, sus padres consiguieron una beca para estudiar en la universidad en Londres. La familia viajó a Inglaterra, pero los dos hijos fueron enviados a un hogar de acogida en Dover mientras sus padres terminaban su formación. “En esa época, yo no sabía que era negra; ni siquiera sabía que era mujer”, escribe sobre esa etapa de su vida. A los seis años, volvió con su familia a Zimbabue y allí comenzó el siguiente desgarro, en un lugar en el cual ella y su hermano exhibían modales de blancos, o la “forma de mirar” de los ingleses, por lo que sus compañeros les gritaban varungu (‘blancos’, en shona).

“Escribir me confirma que soy más que negritud y feminidad. Escribir me confirma que soy”, puede decir Dangarembga, al fin, en Escribir siendo mujer y negra, uno de los tres trabajos que integran este libro, con traducción de Cristina Lizarbe Ruiz y prólogo de Desirée Bela-Lobedde. Hay, aquí, subjetividad genuina, aproximación histórica y textos conmovedores que nos posibilitan ver, al menos, a la gente de ese rincón del continente que, desde lejos, solemos ubicar a la sombra del gran hermano sudafricano.

Como “no-persona”, sostiene la autora, que fue finalista del prestigioso Booker Prize 2020, “la alegría me rehuía (…) Los estados positivos tenían que ser intensos, como bajar rodando por las colinas de Dover, algo que solía hacer con mi hermano, o que me dijeran que mi hermano y yo íbamos a coger el tren a Londres para visitar a nuestros padres, para que yo pudiera experimentar una sensación real que estaba ocurriendo”.

“La degradación de la humanidad de las mujeres africanas”

En el segundo trabajo de este grupo de ensayos, Mujer, negra y la superheroína feminista negra, resulta muy interesante su análisis de “la degradación de la humanidad de las mujeres africanas”. Traza, en este punto, la intersección entre el drama colonial y la devolución de las atribuciones sobre la mujer a las autoridades tribales tradicionales masculinas, además de las paradojas del espacio de significación pública (“de las agendas del desarrollo”) y las prácticas privadas permitidas en la comunidad de una mujer feminista zimbabuense. “Ser feminista por convicción siendo mujer y negra, en contraposición a una feminista de profesión o de ONG, implica vivir de forma constante al borde de la supervivencia. Nuestros entornos no apoyan nuestra existencia”, declara.

Hay, también, una valiosa explicación sobre “los grados y localizaciones del poder femenino”, en el patriarcado tradicional, según los sistemas de parentesco, o transmitido por el linaje a las médiums espirituales. A la vez, Dangarembga disecciona los condicionamientos de clase en la sociedad poscolonial, en la que las clases medias amortiguan la iracundia de los desposeídos y los problemas comunitarios pueden verse interferidos por lo que inculcan “las muchas sectas religiosas cuasicristianas que suelen brotar por el país”.

En el capítulo dedicado a La descolonización como una revolución de la imaginación, la autora aborda la sustitución de los contenidos mentales del “proyecto colonial”, para que “los cuerpos desplazados accedieran a su desplazamiento y a su reconversión”, para dejar de ser “sujetos con derecho propio”. Así, señala la ambivalencia basada en su propia experiencia como ciudadana europea y africana: “Era perfectamente posible concebirse como alguien contenido dentro de un marco de blanquitud que confería inferioridad, además de como un individuo pleno en los propios círculos comunitarios”.

Hoy solo se puede pensar en descolonizar, en su opinión, teniendo en cuenta que el “sufrimiento” de los africanos “es el equivalente metafísico a un miembro fantasma”.

Por último, Dangarembga nos desafía con sus palabras a estos que somos los incluidos en “el colectivo yo de la sociedad blanca”. Las “personas con menos melanina sienten vergüenza por el comportamiento de sus antepasados, así que temen lo que les despierta ese sentimiento de culpa. El cuerpo de la persona melanizada encarna esta culpa”, escribe. Es su manera de alertar contra la “apuesta de futuro” que mantiene “las estructuras de emprendimiento social y económico que subyugan a las personas de África”.

La escritora de Zimbabue aboga, pues, por revolucionar el imaginario, llevando “a la consciencia los productos discursivos de quienes han sido relegados al estatus subjetivo del no-yo colonial”. Por la “igualdad discursiva”.

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Sobre la firma

Analía Iglesias
Colaboradora habitual en Planeta Futuro y El Viajero. Periodista y escritora argentina con dos décadas en España. Antes vivió en Alemania y en Marruecos, país que le inspiró el libro ‘Machi mushkil. Aproximaciones al destino magrebí’. Ha publicado dos ensayos en coautoría. Su primera novela es ‘Si los narcisos florecen, es revolución’.
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