La moda africana está de moda
El crecimiento de las clases medias y de la población joven, así como el comercio en línea impulsan la industria del diseño en el continente, según un estudio de la Unesco. Hay 32 semanas de la moda cada año, pero el sector aún necesita inversión, formación y protección de trabajadores
“Nosotros podemos transmitir nuestro savoir faire [saber hacer] de la moda en África. Es un conocimiento ancestral. Tenemos 54 países de inspiración”, comparte el diseñador maliense Sidahmed Seidnaly, Alphadi (Tombuctú, 66 años). Entusiasmado con la recién estrenada Escuela Superior de Moda y Artes en Niamey (Níger), manda fotos de unas 70 mujeres, uniformadas con velos de un naranja vibrante, que aprenden ahora la disciplina entre patrones, reglas e hilos en el mismo edificio en el que hace casi una década el modista declaraba a EL PAÍS su sueño de levantar algún día este proyecto, que cuenta con apoyo internacional.
“Sin educación no hay industria ni evolución”, decía convencido en 2015, cuando ya vivía amenazado por grupos terroristas por su manera de entender el desarrollo. La Unesco lo nombró artista para la Paz ese año y embajador de Buena Voluntad en 2022. Ha sido impulsor del informe de ese organismo de la ONU titulado El sector de la moda en África: tendencias, desafíos y oportunidades de crecimiento (octubre de 2023), que concluye que hay un creciente interés en el continente por la producción local, particularmente entre los menores de 25 años, que representan más del 50% de la población del continente.
La demanda de la moda hecha en África se ve favorecida por “la floreciente clase media en el continente, que supone más del 35% de la población”, así como el rápido aumento del sector digital, lo que facilita el comercio y la aparición de talentos, según la Unesco. Los diseñadores africanos ya acumulan un patrimonio ingente de técnicas artesanales, como la aplicada en los hipnóticos grafismos del bogolán maliense (tela tintada con arcilla), que intercala tonos terrosos, mostazas, blancos o negros; o el kente, tela precolonial de los ashanti de Ghana de diversos colores, que esconde cada uno un significado. Son la herencia —junto a joyas y accesorios fabricados con metales, cuentas, cauríes, cuernos o rafia— que conforman unas señas de identidad que revalorizan esos trabajos y los reivindican ante la apropiación cultural. A este bagaje se suman también nuevas creaciones originales y exclusivas. Y todo el compendio se incorpora a la industria textil global con un escenario alentador que, sin embargo, precisa de importantes ajustes en ámbitos legislativos, de inversión, de costes de materiales o de protección de los empleados.
Paco Rabanne, y Jean Paul Gaultier
La diseñadora tanzana Doreen Mashika, que estudió en Suiza y abrió su taller en Zanzíbar en 2008, confirma las tesis del informe, en el que ha participado como entrevistada. “Con los avances tecnológicos puedo trabajar con mucha más facilidad. Los métodos de pago, la banca digital o las aplicaciones hacen que todos los trámites y las tasas sean más transparentes”, contaba mientras prepara la colección para la semana de la moda de París.
El continente cuenta con 32 semanas de la moda al año, lo que fomenta la difusión y el encuentro entre creadores. Alphadi, que fundó en 1998 el Festival Internacional de Moda Africana (FIMA), atestigua el crecimiento de estos eventos en estos 25 años. “Al FIMA han acudido Yves Saint Laurent, Kenzo, Paco Rabanne, Jean Paul Gautier, Pathe’O, Collé Sow Ardo, Oumou Sy, Maimour...”, enumera.
La periodista francesa Emmanuelle Courrèges, autora del libro Africa, The Fashion Continent (Flammarion), concluye que en los últimos años se está registrando un auge general de la moda africana. “Se refleja en el número de publicaciones internacionales. Vogue, Business of Fashion (BOF) y otras importantes revistas informan periódicamente sobre la producción africana gracias a su participación recurrente en las citas internacionales. También son cada vez más los diseñadores africanos que aparecen en los calendarios oficiales de estos encuentros, al igual que los que ganan premios internacionales. Muchos de ellos están decididos a revitalizar las historias, culturas, prácticas y técnicas artesanales africanas, que han sido marginadas, a veces despreciadas y amordazadas por la historia colonial”, asegura la redactora.
Courrèges destaca la explosión de concept stores (establecimientos de diseño), tiendas online y otras efímeras con productos del continente. La exposición Africa Fashion celebrada hasta la primavera pasada en el Victoria and Albert Museum de Londres, que por primera vez en sus 170 años de historia mostró la moda del continente con 250 piezas, fue un punto de inflexión. Como también lo fue que Chanel se trasladara a Dakar en 2022 para presentar por primera vez en África subsahariana su colección Métiers d’Art. “En cinco años se ha producido un auge extraordinario en la oferta y la infraestructura de la moda africana”, observa la periodista.
Hacia un modelo de industria sostenible
El debate del desarrollo económico en África pasa por no repetir los modelos extractivos, contaminantes y de abusos laborales de otras latitudes. La radiografía de la Unesco también lo refleja así para la industria textil. El continente es un importante productor de materias primas (37 de 54 países producen algodón), exporta material textil por valor de 14.600 millones de euros al año e importa 21.700 millones en tejidos, prendas y calzado. “Pero la riqueza del sector no está solo en este aspecto”, matiza el coordinador del informe, Ernesto Ottone. “Se ha estudiado también el valor de lo inmaterial y las carencias estructurales del ecosistema. Se han identificado oficios perdidos y analizado la apropiación cultural. También se recogen las demandas de empleos de mejor calidad y de respeto al medio ambiente”, detalla el también subdirector general de Cultura de la Unesco.
El informe recoge que el 59% de los profesionales percibe una falta de inversión pública y privada, seguido de una carencia de educación formal (lo dice un 49%); del coste y la disposición de textiles locales (45%); o la debilidad de infraestructuras adecuadas (44%). “La formación es fundamental, y que los profesionales que estudian en el extranjero vuelvan, para que no quede un vacío en la transmisión de conocimiento”, incide Ottone.
Mashika volvió. “Quería que mi trabajo tuviera un efecto positivo en mi comunidad. Me di cuenta de que se importaban muchísimos bienes de otros países y nosotros tenemos unas telas muy bonitas”, explica la diseñadora, que cuenta con nueve trabajadores en su taller. “Mi idea es seguir creciendo”, añade. Entre sus valores están la producción con criterios éticos, cuidar más del medio ambiente, promover el consumo local o que incluso que se consuma menos. “No es barato ser verde y los productos pueden subir de precio con estos criterios, pero la población necesita adaptarse ante la producción descuidada”, concluye. Mashika también destaca la importancia de políticas públicas que faciliten el desarrollo del sector, como la prohibición del Gobierno ugandés de importar ropa de segunda mano, no exenta de polémica.
El texto recoge también propuestas como la de Burkina Faso para adoptar el uso de la tela Faso dan fani para uniformes escolares y togas de jueces, o la de otros países como Ghana o Lesoto, que han declarado los Local Wear Fridays (vestir con ropa local los viernes). “Es un informe que está pensado para los gobiernos de África”, indica Ottone sobre los ajustes, que incluye establecer estándares medioambientales y mejorar la transmisión de ese savoir faire tan valioso. “Tenemos talento, pero los políticos no son serios”, remarca Alphadi, que se muestra decidido a seguir luchando como en sus últimos 40 años de profesión: “Hemos sufrido golpes de Estado en Níger, Malí, Burkina Faso... que generan muchos problemas para la integración y la educación. ¡Pero continuamos!”.
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