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Mohammad Hawajri, enfermero en Gaza: “Mis cuatro hijos me preguntan por qué nos matan”

Huir y ser atacados, luchar cada día para tener comida para la familia y respuestas para calmar los miedos de sus hijos y seguir trabajando bajo las bombas: el doloroso viaje de este trabajador gazatí de Médicos Sin Fronteras desde octubre

Mohammad Hawajri, enfermero palestino de Médicos Sin Fronteras (MSF), atiende a un paciente en el hospital Shifa de la ciudad de Gaza, en noviembre de 2023
Mohammad Hawajri, enfermero palestino de Médicos Sin Fronteras (MSF), atiende a un paciente en el hospital Shifa de la ciudad de Gaza, en noviembre de 2023Cedida por MSF

“Íbamos en un convoy de Médicos Sin Fronteras (MSF) hacia el sur y nos dispararon. Un colega recibió un disparo mortal en la cabeza. Nosotros estábamos en ese coche. La bala pasó a escasos centímetros de mi frente y le alcanzó. Mis hijos no pueden olvidar aquello, lo recuerdan sangrando y muriendo frente a nosotros”. Mohammad Hawajri, enfermero palestino de la ONG, hoy desplazado en el sur de la Franja de Gaza, también tiene pesadillas con ese momento, uno de los más duros que ha tenido que vivir con su familia en estos cinco meses de guerra.

“Mis cuatro hijos me preguntan por qué nos matan, qué hemos hecho para sufrir algo así. Si yo no consigo encontrar una explicación de hacia dónde vamos y por qué estamos viviendo esta injusticia, ellos aún menos”, explica a este diario en mensajes de audio enviados por WhatsApp, afirmando que se siente “inútil e impotente” para calmar los temores de los pequeños, de entre cuatro y 10 años, que además están a menudo enfermos debido a la mala y escasa alimentación.

Este hombre de 34 años, experto en tratamiento de quemados graves, lleva desde 2012 trabajando para la ONG y antes de octubre era empleado de una clínica de la organización en la ciudad de Gaza. Ahora, envía sus mensajes desde un refugio de MSF en Rafah, la última ciudad del sur de la Franja, fronteriza con Egipto. Es el tercero en el que vive desde que empezó la guerra, el 7 de octubre, pero en ningún momento ha dejado de trabajar como enfermero.

Primero en el hospital Al Shifa, en la ciudad de Gaza, después en el hospital Europeo, de Jan Yunis. “Era muy peligroso llegar hasta allá cada día. Decenas de pacientes llegaban en medio de una falta total de doctores, medicamentos y material. Había pacientes que necesitaban curas diarias para sus heridas, otros tenían heridas muy graves y no podían recibir los cuidados que requerían”, recuerda. “Me ocupé de una niña pequeña allá. Le llevaba comida y algo de ropa. Tenía cinco años y era la única superviviente de toda su familia, aunque sufrió severas quemaduras en muchas partes del cuerpo. Pedía ver a su madre, pero estaba totalmente sola”, agrega. Ahora, este enfermero atiende a heridos de guerra en el hospital de campaña indonesio de Rafah.

La huida de esta familia comenzó el quinto día de bombardeos israelíes, hacia el 13 de octubre, cuando Hawajri, su esposa y sus cuatro hijos tuvieron que abandonar su casa en la ciudad de Gaza. Un supermercado colindante fue alcanzado de lleno por un proyectil y la vivienda de este enfermero también quedó inhabitable. La familia encontró refugio en una casa-oficina de la ONG en la misma zona hasta mediados de noviembre. “El tiempo en que estuvimos refugiados en esa casa de MSF los pasamos rodeados de tanques. El sonido de los disparos y el ruido de los blindados desplazándose no paraba nunca. Mis hijos quedaron traumatizados e incluso hoy confunden los sonidos de los coches con los de los tanques”, explica.

Mis cuatro hijos me preguntan por qué nos matan, qué hemos hecho para sufrir algo así.
Mohammad Hawajri, enfermero de MSF

Volver y reconstruir

El 7 de octubre, milicianos del movimiento islamista palestino Hamás, que gobierna de facto en Gaza, se infiltraron en Israel y mataron a unas 1.200 personas y tomaron como rehenes a 250, según cifras oficiales. Horas después, Israel lanzó una ofensiva militar, aérea y terrestre, contra la Franja que dura hasta hoy y ha provocado más de 30.000 muertos en Gaza, según cifras del Ministerio de Sanidad palestino.

“Mis hijos están muy afectados por la guerra, me cuesta mucho que se duerman. El pequeño se despierta un montón de veces, tiene pesadillas y pregunta por sus juguetes, su mochila del colegio o su habitación. Mi hija mayor perdió a algunos amigos y profesores, su escuela fue bombardeada varias veces y no deja de pensar en eso”, explica. “Intento contarles historias de esperanza, que esta guerra terminará y mañana, ojalá, podremos volver a nuestra casa, la arreglaremos y reconstruiremos Gaza”, agrega.

Cuando la familia de Hawajri llegó del norte a Rafah, encontró cobijo junto a otros trabajadores de MSF en un antiguo salón de eventos que la ONU habilitó como refugio. Pero a principios de enero un obús de tanque atravesó una de las paredes e hirió gravemente a una niña de cinco años, Malak, hija de un empleado de la organización, que falleció posteriormente. Si el proyectil hubiera explotado habría sido una masacre.

Desde ahí, Hawajri y su familia se instalaron en otro refugio, también en la ciudad de Rafah. “Es muy duro seguir siendo fuerte. Me despierto cada día y doy gracias por estar aquí todavía. Primero, compruebo cómo están mis cuatro hijos, si se sienten bien, porque han tenido problemas de salud como calambres en el abdomen y dolores de estómago. Intento darles té caliente, veo cómo conseguir agua en buen estado... “, explica.

Es una batalla lograr pan, alubias enlatadas, alguna galleta o lo que sea para que mis hijos coman. Ya no hay comida sana en el mercado.
Mohammad Hawajri, enfermero de MSF

Este padre de familia explica que frecuentemente están enfermos, como gran parte de los niños de Gaza, que comen poco y lo que encuentran, a menudo comida en mal estado y agua no potable. Además, el humo y las sustancias desprendidas por las bombas y los explosivos les afectan al sistema respiratorio y a los ojos. “Soy enfermero y ni siquiera logro ocuparme bien de mis hijos. ¿Te das cuenta?”, piensa en voz alta.

“Cada mañana también veo como están mis colegas, que están con nosotros en el mismo refugio. Nos contamos las últimas noticias, a menudo malas. Siempre hay colegas, parientes, amigos que han muerto. Todos los días tengo que dar el pésame a alguien”, explica.

Hacia las siete de la mañana, un autobús recoge a los trabajadores de MSF para trasladarlos al Hospital de campaña indonesio de Rafah, donde la ONG presta apoyo con personal palestino e internacional para atender a heridos que necesitan cuidados postoperatorios. Cuando terminan la jornada, el mismo autobús los traslada al refugio. “Trabajamos duro en el hospital, hacemos todo lo que podemos por los heridos, intentamos salvar vidas. Cuando el autobús nos trae de vuelta, intento ir al mercado que está cerca del refugio, para comprar algo de comida para los niños. Es una batalla lograr pan, alubias enlatadas, alguna galleta o lo que sea para que mis hijos coman. Ya no hay comida sana en el mercado”, concluye.

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