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Asediados por las compañías de créditos rápidos en Pakistán

En un país azotado por la altísima inflación y el desempleo, algunos paquistaníes que recurren a aplicaciones de préstamos instantáneos denuncian el acoso al que son sometidos cuando no pueden devolver el dinero

Préstamos
Un hombre usa un ordenador en Karachi (Pakistán), el 16 de octubre.REHAN KHAN (EFE)

Mansoor Khan solicitó un préstamo instantáneo para una urgencia sanitaria. Había visto en internet el anuncio de una aplicación que solo requería su identificación oficial y su número de teléfono. Este hombre, que prefiere mantener su nombre y el de la aplicación en el anonimato por motivos de seguridad, cuenta que se sintió tentado por la oportunidad ante la falta de otras opciones para conseguir dinero. “Me mudé a Karachi [la capital económica de Pakistán] desde mi pueblo el año pasado y no tengo una cuenta bancaria”, explica. Esta aplicación le pareció una mejor opción que tener que pasar vergüenza pidiendo prestado a amigos y familiares. Un mes después, el crédito de 20.000 rupias paquistanís (unos 68 euros) se había triplicado.

Solo pudo devolver el dinero porque el jefe de su mujer intervino para ayudarle. Pero no todo el mundo tiene tanta suerte. A mediados de julio de este año, la sociedad paquistaní vivió una conmoción cuando Mohammad Masood, un hombre de 42 años, se quitó la vida en Rawalpindi, una ciudad al norte del país, tras no conseguir devolver dos préstamos rápidos de 800.000 rupias (unos 2.700 euros). La familia culpa a las aplicaciones que, aseguran, presionaron a Masood hasta niveles insoportables.

Gran parte de la población de Pakistán sufre dificultades financieras, con una inflación que este año ronda el 27,1% y unas tasas de empleo en mínimos históricos. La industria de la agricultura, que aporta un 18,5% del PIB, según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), se ha visto tremendamente afectada por inundaciones que en 2022 provocaron una crisis humanitaria sin precedentes y que han arruinado las cosechas, provocando pérdidas de 15.000 millones de dólares (unos 14.200 millones de euros).

Una gran parte de la población de Pakistán se dedica al trabajo informal, que supone el 35% del PIB nacional, según diversos informes. Estos trabajadores no tienen solvencia económica y ningún tipo de relación con las entidades financieras. En 2017, solo el 21% de los paquistaníes tenían una cuenta en el banco y el 35% había conseguido ahorrar algo en el año anterior, según el índice Global Findex. Apenas el 26% de los adultos de este país asiático tienen conocimientos sobre finanzas, según la mayor encuesta sobre el tema. En este caldo de cultivo han surgido en el último año en internet multitud de aplicaciones que conceden microcréditos instantáneos de forma muy fácil.

Los principales consumidores de estas plataformas suelen ser personas con dificultades económicas e ingresos bajos. HayBiyar Qalandrani, trabajador social y fundador del Consejo de Derechos Humanos de Baluchistán, ha estudiado el impacto que estas aplicaciones tienen en los consumidores vulnerables. Le preocupan especialmente los niños y adolescentes. “He observado la cantidad de veces que aparecen anuncios de este tipo dentro de ciertos juegos que son populares entre ellos. Puede ser peligroso: la idea del dinero instantáneo puede resultar atractiva para los jóvenes que no son conscientes de los peligros que entrañan estos préstamos”, señala.

Qalandrani explica las diferencias de estas aplicaciones de préstamos rápidos con otros sistemas de créditos que funcionan en Pakistán, como EasyPaisa y Jazz Cash, donde él mismo ha pedido créditos en el pasado. “Las plataformas verificadas, como EasyPaisa, tienen un tipo de interés fijo y, si no devuelves el dinero prestado, recurren a la justicia. En cambio, estas otras aplicaciones no suelen establecer un tipo de interés por adelantado y, de repente, se presentan ante los prestatarios con una suma enorme a pagar. También los acosan y amenazan cuando se dan cuenta de que no pueden devolver esa cantidad, que no para de aumentar”, subraya.

Eso estuvo a punto de pasarle a Shahida Aslam, una viuda de 40 años de Karachi que trabaja como esteticista a domicilio. Cuenta que necesitó dinero porque cada vez le resulta más difícil llegar a fin de mes por culpa de la inflación en Pakistán. No tenía ni idea de cómo solicitar un crédito por la vía formal, y, aunque sabía que una persona de su comunidad concedía préstamos a vecinos, tampoco se lo solicitó porque sabía que tenía fama de ser cruel a la hora de pedir su devolución. Acabó recurriendo a una aplicación de la que le había hablado su vecina. “No sé leer ni escribir, así que no era consciente de las condiciones ni de la cantidad de intereses que cobraban”, lamenta. “Fue tan fácil que no me paré a pensar en nada más”. Aunque finalmente consiguió devolver el préstamo, el aumento de la cantidad a deber y los constantes mensajes hicieron mella en su salud física y mental. “Había oído hablar de gente amenazada y me preocupaba que me pasara lo mismo”, recuerda.

El trabajador social Qalandrani señala que resulta relativamente fácil averiguar datos personales a partir de un número de Tarjeta de Identidad Nacional Computarizada (CNIC por sus siglas en inglés), que se necesita para solicitar un préstamo, por lo que, asegura, estas aplicaciones a menudo no solo buscan detalles personales del prestatario, sino también de sus familias. “Muy a menudo vemos que obtienen información de mujeres de la familia para acosarlas, porque las consideran objetivos más fáciles”, alerta.

Para frenar el acoso, Google ha tomado cartas en el asunto. Junto con la Comisión de Valores y Bolsa de Pakistán (SECP por sus siglas en inglés), el gigante tecnológico ha actualizado su política de préstamos personales para garantizar que las aplicaciones no puedan acceder a los contactos e información personal de los usuarios.

Las plataformas de préstamo pueden, por otra parte, tener la ventaja de hacer la vida más fácil a un sector demográfico marginado por los bancos hasta ahora. “Creemos que acceder a los servicios financieros es un derecho de todos”, explica a EL PAÍS la portavoz de la Comisión de Valores y Bolsa de Pakistán, Musarat Jabeen. “No pretendemos que este sector deje de funcionar. Lo que queremos es regularizarlo, porque los métodos tradicionales de concesión de préstamos, como los usureros, son muy inhumanos”.

La SECP lleva más de un año trabajando para regular estas aplicaciones, asegura Jabeen. “Las aplicaciones que no están aprobadas por la SECP, y que por lo tanto operan ilegalmente, no están disponibles en [la tienda de aplicaciones móviles] Play Store, aunque, por desgracia, se pueden encontrar en internet. Recibimos quejas y muchas veces conseguimos que la gente recupere su dinero. Si se trata de aplicaciones no reguladas, remitimos las quejas a la Agencia Federal de Investigación”, detalla.

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