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“Los más débiles entre los débiles”: el desafío de devolver una vida a los niños de la calle en Ghana

Varias organizaciones tratan de dar techo, comida y educación a menores que malviven en las calles del país africano, ante la falta de voluntad de las autoridades para hacer frente a este drama

Niños Ghana
Dos niñas hacen los deberes en las instalaciones de la Street Children Empowerment Foundation, en el centro de Accra (Ghana).Rodrigo Santodomingo

Priscilla ya era huérfana de madre cuando su padre murió tras un accidente en una mina de oro en el oeste de Ghana, recuerda James Kotey, pastor de la Shofar Revival Church. Él la vio por primera vez cuando tenía apenas cuatro años y yacía sola a la entrada de la mina, inmóvil como esos perros fieles que esperan a un dueño que nunca volverá. “Estaba literalmente tirada en el suelo”, recuerda Kotey. Probablemente, Priscilla no entendía que ya no contaba con nadie en este mundo. Otros mineros detallaron al religioso la desgracia de la niña, a la que una mujer daba algo de comida para que no muriera de hambre. El pastor cogió a la pequeña en brazos y la llevó a su orfanato en Accra, la capital de Ghana, que entonces aún no se llamaba African Street Kids Orphanage (ASKO, Orfanato africano para los niños de la calle).

No todos los niños de la calle que malviven en el país africano tienen la suerte de cruzarse con un buen samaritano. Tal vez porque se cuentan por miles. Se les ve buscándose la vida bajo el escaléxtric de puentes urbanos junto a Circle Station, donde Accra bulle en un tránsito caótico y febril. También marcando territorio, en pandillas de dura inocencia, por las playas que salpican el litoral de Ghana, acomodándose para pasar la noche en los mercados cuando cierran los puestos o mendigando en los semáforos o en las estaciones de autobuses.

Hacemos el trabajo que tendría que hacer el Gobierno
Kwaku Amoah, responsable de la Victory Foundation

No hay datos fiables que cuantifiquen esta tragedia. La última estimación se remonta a 2010, cuando el Ministerio de Bienestar y varias ONG cifraron en más de 60.000 los menores que aquel año se encontraban —solo en la región de Accra— en “situación de calle”, según la expresión que utiliza la Street Children Empowerment Foundation (SCEF, Fundación para el empoderamiento de los niños de la calle). Su director, Paul Semeh, explica que las cifras incluyen a menores que duermen en la calle y a los que tienen un mísero techo para pasar la noche y vagabundean el resto del día, sin escuela, horarios ni un mayor de edad que se haga responsable de ellos y movidos por el mero instinto de supervivencia. Las causas que explican este drama son varias: abandono, orfandad, maltrato, disfuncionalidad familiar, éxodo del campo a la ciudad o escaso control de la natalidad, entre otras, pero todas convergen en el denominador común de la pobreza extrema.

Semeh considera que la ausencia de estadísticas revela la razón última que perpetúa el problema: la falta de voluntad política para resolverlo. Se trata de una opinión compartida por las cuatro organizaciones visitadas para este reportaje que, ante la negligencia de las altas instancias, se esfuerzan por frenar el continuo goteo de menores arrojados a las calles. “Las élites se han inmunizado, han normalizado la situación”, lamenta Semeh. “Hacemos el trabajo que tendría que hacer el Gobierno”, afirma Kwaku Amoah, de la Victory Foundation, que acoge a unos 60 niños en su albergue-escuela de Namong, una pedanía de Offinso, en el centro de Ghana.

El tiempo se agota

La madre de Amoah, Victoria Addai, hija de campesinos, recorre despacio el kilómetro de vegetación subtropical que separa al colegio de la residencia. A sus 70 años, Addai tiene las piernas muy hinchadas y sufre otras dolencias sin diagnosticar. Se la ve frágil y preocupada, siempre alerta y pendiente de los chiquillos.

Victoria Addai (izquierda) junto al resto de su equipo y algunos niños acogidos en la Victory Foundation, en Offinso (Ghana).
Victoria Addai (izquierda) junto al resto de su equipo y algunos niños acogidos en la Victory Foundation, en Offinso (Ghana).Rodrigo Santodomingo

Madam Victoria, como la conoce todo el mundo en Namong, duerme con los niños y acude cada día a la escuela para aportarles educación, orden y valores. El día de la visita, un chico de unos 10 años, con sus harapos y su aire perdido, destaca entre el alegre bullicio de uniformes escolares verdiblancos. “Acaba de llegar. Hace unos meses su madre perdió la cabeza y él decidió que era mejor irse de casa”, explica Amoah.

Hace 25 años, Madam Victoria empezó a hacerse cargo de infantes desposeídos. Su hijo tenía entonces seis años y creció viendo cómo su madre adoptaba a pequeños desamparados. El joven estudió Educación y hoy quiere “llevar a la fundación al siguiente nivel”. Un objetivo que solo frena la escasez de fondos.

Las organizaciones tratan de movilizar a donantes para lograr fondos que financien los estudios de los niños e impedir que vuelvan a las calles

En el caso del pastor Kotey, el paso a la acción se produjo gracias a su propio hijo. Camino del colegio, siempre pasaban junto a un vertedero en el que Kennedy y su hermana Pascale, de cinco y tres años respectivamente, escarbaban en busca de restos de comida. El niño preguntó a su padre cómo siendo él un hombre de Dios podía contemplar a diario semejante estampa y seguir como si nada. Fue el comienzo de ASKO, que en la actualidad da alojamiento a 23 chicas y chicos (hoy ya adolescentes) y busca patrocinadores que costeen sus estudios.

Es domingo y en la Shofar Revival Church, al oeste de Accra, se celebra un servicio religioso aderezado con atronadores aleluyas, cánticos gospel y bailes espontáneos. Tras la celebración, Priscilla, hoy convertida ya en una adolescente, asegura que encontrarse con “papa y mamá [así llaman todos a Kotey y a su mujer, Theresa] fue una bendición” y declara que en el orfanato “viven como una familia”. Acaba de finalizar la educación secundaria y quiere estudiar Derecho “para poder ayudar a mujeres desfavorecidas”. Joy, que tiene 17 años, afirma que le gustaría continuar su excelente trayectoria académica en una escuela de negocios.

Pero Kotey no puede contener las lágrimas al admitir que el tiempo de niños como Priscilla, Kennedy y Joy se agota y la perspectiva de que sigan estudiando resulta casi utópica. El pastor trata de movilizar a donantes desde el púlpito, desde su web y redes sociales y viajando a Europa ocasionalmente. “No hay dinero. Y en breve tendrán que irse, buscar un trabajo, un lugar donde vivir”, afirma, angustiado.

El sueño de Kotey pasa por construir un complejo con residencia, iglesia y centro para aprendizaje de oficios. Para ello compró un solar en Winneba, a una hora en coche de Accra. El proyecto marchaba viento en popa hasta que unos donantes alemanes quisieron desvincularlo de la iglesia. “En Europa ya no creen que Dios sea importante”, dice, con algo de amargura. En Winneba viven con su abuela tres hermanos que pasaron un tiempo en el orfanato. Durante una visita sorpresa, los niños abrazan al pastor, quien les da algo de dinero. “La abuela casi no se ocupa de ellos, apenas comen”, desliza, en voz baja.

Cama, comida y educación

La imagen soñada por Kotey se parece a Hopeland, complejo de Formación Profesional situado en Tema, mísero suburbio a las afueras de Accra. Sus instalaciones —donde duermen 15 chavales rescatados de la calle— pertenecen a Catholic Action for Street Children (Acción católica para los niños de la calle, CAS).

En 2010, el Ministerio de Bienestar y varias ONG calcularon que había más de 60.000 menores viviendo en las calles de Accra.

El CAS se centra en adolescentes sin hogar, acude a los puntos calientes donde suelen reunirse los chicos y algunos de ellos comienzan a frecuentar sus centros de formación en la capital. “Nuestro problema es la poca constancia. Es muy difícil hacer una intervención cuando no hay regularidad”, admite Cosmas Kanmwaa, director del proyecto. El responsable añade que “muchos llegan asalvajados e inmersos en la cultura de la calle, que tiene sus propias leyes”. Solo a aquellos que demuestran tesón y fidelidad se les propone entrar en Hopeland, donde encuentran cama, comida y educación.

El pastor James Kotey con tres hermanos que vivieron durante un tiempo en su orfanato de Accra (Ghana).
El pastor James Kotey con tres hermanos que vivieron durante un tiempo en su orfanato de Accra (Ghana).Rodrigo Santodomingo

Pascal, de 15 años, cuya sonrisa constante destila luz y pillería, se fue de casa a los siete. “Mis padres me trataban mal, no me daban suficiente comida”, recuerda. Durante años, se ganó la vida descargando mercancías. Dormía bajo los puestos del mercado de Kantamanto, en el centro de Accra. Cuando conoció CAS, vislumbró una existencia más digna. Durante meses hizo esfuerzos sobrehumanos para cumplir con sus talleres de sastrería y seguir trabajando en la calle. “Tenía claro que quería salir adelante”, continúa. Hoy, quiere convertirse en un buen sastre mientras prueba suerte en el mundo de la música. Quiere convertir su pasado en rap y mostrar al mundo que es posible ser engullido por la calle y volver para contarlo.

Hopeland ha empezado también a escolarizar a chicos que llaman “pobres urbanos”, jóvenes que tienen algún referente familiar, pero “viven hacinados en condiciones infrahumanas y hace tiempo que no pisan la escuela”, explica Kanmwaa. Otras organizaciones como SCEF apuestan por ir más allá. Su objetivo es crear entornos que se acerquen lo más posible a la normalidad. “Intentamos construir redes de protección para los niños”, explica su director, Paul Semeh. Primero se busca y tantea al núcleo familiar. Si falla, el esfuerzo se centra en conseguir una familia de acogida o una plaza en un internado. “No creemos en la idea de refugio, salvo en casos extremos como maltrato físico grave o violación”, sostiene el responsable.

La financiación directa posibilita ese retorno a una infancia más o menos estándar. Semeh sintetiza los criterios para elegir, entre los miles de niños en busca de auxilio, a los 100 que se benefician de sus ayudas: “Los más débiles entre los débiles”. El ejemplo es una niña con discapacidad psíquica, víctima de burlas y estigma, a la que están buscando hogar. A sus nueve años, explica Semeh, “solo emite sonidos ininteligibles, pero ha demostrado una gran determinación por aprender, un hambre inmensa por progresar”.

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