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Columna
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Confirmado: los lunes son odiosos

Los datos ratifican lo que todos habíamos sospechado desde que existe algo parecido a un calendario

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Ya siento sacar esto un sábado, pero los datos confirman lo que todos habíamos sospechado desde que existe algo parecido a un calendario: que los lunes son odiosos. En ese día funesto la ansiedad se dispara, el estrés se agudiza y la probabilidad de infartos y demás eventos cardiovasculares aumenta en casi un 20%. De los suicidios ni hablemos. Menos mal que este año la Navidad cae en jueves.

Todo esto, naturalmente, explica que no haya nada más inquietante que una tarde de domingo. Yo las recuerdo con pavor desde niño, cuando volvía con mis padres de la Casa de Campo —una gran zona verde de Madrid— y mi padre ponía el fútbol en la radio del coche, porque en la época no solo se iba en coche a la Casa de Campo, sino que se metía el coche hasta los encinares más profundos y los más altos pinares, no fuera a ser que los súbditos de la dictadura respiráramos tanto oxígeno que nos diera un mareo. A la salida de la Casa de Campo siempre había un atasco de Seat 600 y Renault Dauphine y la basca ponía el fútbol en la radio del salpicadero. Ese sonido significaba que al día siguiente era lunes y generó en mi alma infantil, o lo que tuviera en su lugar, una aversión duradera al deporte rey que no me ha abandonado sesenta años después.

Por cierto que este abatimiento de los domingos por la tarde ha persistido incluso en las etapas de mi vida en que no he tenido que trabajar los lunes, como si hubiera algo intrínsecamente perverso en la tarde del domingo, una premonición oscura de que algo está a punto de ir mal, aun cuando nada vaya a hacerlo. Aprendo ahora que los episodios de ansiedad de los lunes generan una activación persistente del sistema de estrés del cuerpo que se prolonga durante meses, y que esto ocurre incluso en la gente jubilada. Así que, si odias los lunes, prepárate para vivir todo el resto de tu vida con ese mal rollo entre las cejas, o donde quiera que se geolocalice el mal rollo en el fatigado mapa de tu cuerpo.

Tarani Chandola, un profesor de sociología médica en la Universidad de Hong Kong, ha investigado esa chocante persistencia del efecto lunes. Cuando experimentamos algo estresante, el cerebro provoca la secreción de cortisol, una hormona que agudiza la concentración y moviliza la energía muscular. Si una maceta está a punto de caerte en la cabeza, ese pulso de cortisol es una gran ayuda para esquivar el golpe, pero si la hormona permanece elevada de forma crónica las cosas empiezan a complicarse con ansiedad, depresión, daños cardiovasculares, diabetes, sobrepeso y desajustes del sistema inmune. Un cromo.

Según sus resultados, las personas maduras que dicen estar ansiosas un lunes tienen un 23% más de cortisol que el resto —la hormona se puede medir en una muestra de pelo—, y eso dura dos meses después del odioso lunes en cuestión. Curiosamente, esto no ocurre con los que se sienten ansiosos un martes o cualquier otro día. Es la ansiedad de los lunes la que sube el cortisol de manera duradera. Y más curiosamente aún, el aumento persistente del cortisol sigue ocurriendo en los jubilados que detestan los lunes, que son una clase especial de jubilados.

Hasta ahí los datos. Sobre las posibles causas, Chandola especula que los lunes suponen un grado de incertidumbre mayor que los demás días. Después de un fin de semana intentando abstraerte de las servidumbres del trabajo, ves que llega el lunes y tu vida va a seguir siendo igual que antes. Chandola debería medir el cortisol a los que oyen el fútbol por la radio el domingo por la tarde. Feliz Navidad.

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