El ‘sheriff’ del Salvaje Oeste
Estados Unidos ha emprendido una acción de dudosa legalidad en aguas internacionales que parece tener más que ver con amedrentar a gobiernos locales que con la persecución del narcotráfico


Ya son 70 las personas ejecutadas por el ejército estadounidense en el mar Caribe bajo la acusación de que en sus lanchas transportaban droga. Hasta el momento se desconocen las identidades de los cadáveres ni se han ofrecido más evidencias que la sospecha de que esas embarcaciones eran lo que parecían. El control del tráfico de drogas es una de las grandes carencias del sistema mundial. Muchos países desarrollados albergan un submundo criminal que pone en peligro nuestra convivencia. Todos los consumidores de drogas, como los de la prostitución, saben que el dinero que destinan a ambas cosas va a parar a manos de la economía criminal, sin embargo, no se sienten concernidos por el problema. Estados Unidos ha emprendido una acción de dudosa legalidad en aguas internacionales que parece tener más que ver con amedrentar a gobiernos locales que con la persecución del narcotráfico. En España conocemos bien el asunto y por ahora a nadie se le ha ocurrido que la Guardia Civil ejecute a los que pilotan esas numerosas embarcaciones que atraviesan el Estrecho. Quizá todo llegue en esta carrera por despojarnos de derechos y garantías y abrazar la dinámica del miedo y la violencia del Salvaje Oeste.
Todo el mundo sabe que la mafia de la droga emplea a personas extorsionadas para el transporte de las sustancias. Es habitual que en los aeropuertos y fronteras se utilice a personas enganchadas a las drogas, endeudadas o que necesitan desesperadamente el dinero. Se les llama mulas y son carne de cañón. Cuando pasan un alijo, escondido a veces dentro de su propio cuerpo, la red mafiosa entrega a uno o dos de ellos para lograr pasar a un tercero impunemente. Nadie nos dice que entre los 70 muertos en las narcolanchas no pueda haber alguna de estas personas que se ven forzadas por la necesidad a alistarse en el bando del mal. Ni siquiera estamos del todo seguros de lo que afirman los voceros del Gobierno de Trump, hasta hoy no han aportado ninguna prueba fiable. Sin embargo, permanecemos absolutamente petrificados ante una violación así de los derechos de las personas. Supongo que estas ejecuciones le suman puntos a Trump en su camino hacia el Nobel de la Paz. Si ha conseguido seguir postulándose mientras persigue y humilla a cientos de inmigrantes que sobreviven en su país y amenaza con retroceder tres décadas para relanzar los ensayos nucleares, la manga ancha de nuestro juicio sobre él no hace más que ampliarse.
A estas alturas ya sabemos que Duterte en Filipinas y Bukele en El Salvador se hicieron muy populares electoralmente por aplicar la mano dura indiscriminada y sin control judicial. Ellos lo hicieron en países donde la seguridad era un problema acuciante, pero Trump los imita en una democracia desarrollada, lo cual apunta a una vulneración transparente de los valores constitucionales. La estética del sheriff implacable ha vuelto a estar de moda y convendría que algunos repasaran la gran película de Clint Eastwood, Sin perdón, en la que Gene Hackman encarnaba a ese hombre fuerte que lucía la estrella en la pechera como marchamo de impunidad. Los traficantes de droga son criminales peligrosos, pero aplicar sobre ellos la ejecución sumaria tan solo sirve para fortalecer el poder de los grandes capos. Me temo que si a ellos se les persiguiera a conciencia el presidente Trump no debería enviar a su Armada tan lejos de casa, bastaría con rastrear en mansiones de lujo y en esos hoteles rutilantes que tan bien conoce, frecuenta y promociona.
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