Los sectarismos
Creerse en posesión de la verdad y considerar que el otro es un enemigo hace inviable el respeto a las diferencias

Los insultos sólo hacen verdadero daño cuando el enemigo tiene razón. Vamos a pensarlo. Como las ambiciones económicas cultivan el descrédito de la política para tener las manos libres en sus negocios, conviene que la conciencia política reflexione sobre las dinámicas que procuran infectar su prestigio. Una muy peligrosa es el sectarismo. Resulta peligroso en la teoría y muy dañino en la práctica, hasta el punto de convertirse en un arma de degeneración individual. Creerse en posesión de la verdad y considerar que el otro es un enemigo hace inviable el respeto a las diferencias que caracteriza las relaciones sociales. Más que convivir, se trata de habitar el infierno con el insulto en la boca.
Pero no es este el único sectarismo. A la hora de actuar en política, resulta muy peligroso convertir el compañerismo en complicidad. Cuando uno de los nuestros comete un error o actúa como un sinvergüenza, podemos denunciar sus actuaciones o podemos cerrar los ojos, negar los hechos, caer en el espectáculo del y tú más, generando un ruido que sólo sirve para camuflar las culpas. Mala cosa.
Peor es cosa todavía peor dejar de defender las propias ideas si se considera prioritario atacar al otro, aunque eso signifique traicionar nuestro pensamiento. La política crispada sirve para que el machista critique actitudes ofensivas contra las mujeres, el pacifista pida abrir fuego en aguas internacionales o los patriotas intenten hacer daño a los intereses de su patria. Se valora un presupuesto y, más que sobre los intereses de la nación, se discute sobre lo que le conviene a un Gobierno, a un partido o a una secta. Hay izquierdistas más interesados en llamar la atención que en defender la justicia social y jueces que trabajan para saltarse las leyes a la torera. Convendría repartir un manual poético para aprender a mirarse en el espejo. Los insultos sólo hacen daño cuando el enemigo tiene razón.
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