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Cuarenta y tantos

La idea de que una comunidad autónoma no puede hacerse cargo de medio centenar de menores es un poco desasosegante

Un grupo de menores migrantes no acompañados se dirige junto a su educador a la nave donde están alojados cerca de la frontera de El Tarajal, el 17 de agosto, en Ceuta.
David Trueba

En algunos cursos durante mi primera adolescencia compartía clase con cuarenta y tantos alumnos. Éramos tal cantidad que los profesores lo primero que hacían al entrar en el aula era abrir las ventanas. Nosotros habíamos perdido ya irremediablemente el olfato, pero a cambio disfrutábamos del anonimato que te concedía formar parte de una clase tan amplia. Había compañeros que lograron durante varios cursos que ningún profesor se supiera sus nombres, gracias a lo cual nunca eran llamados para nada. Otro logramos ser tan invisibles escondidos en los soportales durante las clases de gimnasia que ni tan siquiera tuvimos que comprar un chándal. Supongo que los pedagogos de entonces consideraban que un grupo de cuarenta y tantos chavales era gobernable, aunque es posible que varios de nuestros profesores de entonces no estuvieran del todo de acuerdo. Esta cifra me ha vuelto a llamar la atención porque, la semana pasada, la presidenta de Baleares pidió ser eximida en el reparto de 49 menores inmigrantes que le habían sido asignados para ser sacados finalmente del hacinamiento en las islas Canarias. La idea de que una comunidad no puede hacerse cargo de cuarenta y tantos menores es un poco desasosegante. Más que nada porque cerrarles la puerta a la acogida los condena a unas condiciones indecentes que ya llevan soportando meses.

La presidenta balear ha utilizado la reciente y repetida llegada de inmigrantes a través de la ruta argelina hacia las islas para sacudirse la responsabilidad. Pero en el futuro es muy probable que solicite el reparto a la Península de los que sean acogidos en la isla y podría encontrarse con el rechazo de sus pares, que para entonces también tendrán sus infraestructuras saturadas, como ahora sucede en Canarias, Ceuta y Melilla. Lo que parece imprescindible es que todos se conciencien de que hay que ampliar las residencias de acogida, mejorar las condiciones y tratar de encontrar el equilibrio entre control y humanidad. No veremos pronto un final a estas llegadas porque los países desarrollados están virando hacia modelos de gobierno basados en el estúpido lema de “nosotros primero”. Esto consiste en reventar las costuras de los países más necesitados y, como consecuencia de ello, disparar la emigración forzosa. Se le suman, además, las condiciones extremas, tanto climáticas como sociales, que condenan a los jóvenes a emigrar en busca de oportunidades. A todos nos encantaría encontrar la solución para este rompecabezas, pero por ahora nos hemos quedado en la mera epidermis del asunto y pretendemos tratar a las personas como mosquitos molestos.

En un país que es capaz de recibir casi cien millones de turistas anuales, y aquí Baleares es un campeón nacional, resulta descorazonador escuchar la que se monta por tener que acoger a cuarenta y tantos menores. De hecho, si el plan para con ellos fuera verdaderamente ambicioso, podríamos estar hablando de beneficios futuros en lugar de tanta furia oportunista. La acumulación de menores no protegidos en Canarias es tan insultante que hasta le ha acarreado al Gobierno una sentencia de obligado cumplimiento para proceder al reparto. No se trata ya de ponerse exquisitos, sino de sencillamente resolver una indignidad nacional entre todos. Por supuesto que cada rincón de España tiene sus problemas, pero como se ha demostrado en los recientes incendios, cuando las cosas arden va en beneficio de todos una espontánea solidaridad colectiva. Con el cupo migratorio, tan rentable electoralmente, es imprescindible enterarse de qué andan diciendo algunos y en qué consiste esa absoluta incapacidad que los retrata.

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