¿Me felicitarán mi cumpleaños cuando ya no esté?
Las tripas de Facebook albergan un cementerio digital donde ciertos usuarios acuden para rememorar a sus fallecidos


No esperaba escribir de esto, pero las coincidencias del calendario me han arrastrado hasta aquí. Todo comenzó el 1 de julio, mientras rastreaba en Facebook publicaciones antiguas de cuentas oficiales para corroborar una información en la que estaba trabajando. Mientras hacía un scroll infinito, una alerta de la plataforma zarandeó el recuerdo de uno de los errores de mi vida. “Hoy es el cumpleaños de Encarna Martín”. Pinché en su cuenta y, al ver su foto en la biografía, recordé el día en que mi madre me mandó una nota de audio para decirme que la hermana Encarna había muerto. Yo estaba rodando un publirreportaje en el Parador de Granada, en medio de la pandemia, y un nudo se me enquistó en la garganta.
Encarna era una monja que trabajó en mi pueblo hace 25 años, cuando yo era un adolescente. Para el Casar de Cáceres, era una religiosa inusual: vivía mezclada entre la gente, con una ideología aperturista ―antes de la era Francisco― y enseñaba las uñas cuando alguien arremetía contra los inmigrantes o los excluidos de la localidad. Siempre al lado de los vulnerables. Ya mayor, llegó a Madrid cuando yo intentaba buscarme la vida como periodista. Me llamó repetidas veces para que nos viéramos, estaba enferma y ella presentía que era el final. Yo busqué excusas y nunca la visité. Entré en su perfil en busca de fotos que me revelaran cómo habían sido sus últimos años. Pero lo que me encontré me desconcertó.
Varios de sus contactos le habían escrito ese primero de julio para felicitarla: “¡Feliz cumpleaños, Encarna! 🥳🎈🎉”, leí. Estaba claro que no sabían que Encarna había muerto y seguían, de alguna manera, interactuando con una persona que ya no estaba entre los vivos. ¿O sí? A lo largo de todo ese mes y las primeras semanas de agosto he revisado mi lista de contactos de Facebook, preguntándome si alguien de entre esos cientos de personas había muerto o no. Descubrí que la plataforma, en caso de fallecimiento de un ser querido, ofrece la posibilidad de crear “una cuenta conmemorativa” con el fin de que “amigos y familiares se reúnan y compartan recuerdos”.
Me puse entonces a comprobar si alguna de las personas a las que seguía y conocía que habían muerto tenía una cuenta así. Era como buscar el camposanto de una ciudad infinita. De la larga lista de amigos, solo las de los famosos (músicos, artistas, políticos...) habían reenfocado su finalidad como una página para rememorar su vida. Pero no encontré las lápidas digitales de mis conocidos fallecidos. La mayoría de esas cuentas habían sido cerradas y su pasado en Facebook ha desaparecido. Solo encontré una alusión, tan inesperada y que me sobresaltó: mi tía Mariángeles (hermana de mi madre) lleva más de una década felicitando desde su perfil a su hermano, mi tío Víctor, a quien un accidente de moto le arrebató trágicamente la vida a comienzos del verano de 2009.

Cogí el móvil y le pregunté que me contara por qué lo hacía. “Es un sentimiento que me sale cada año, en forma de recuerdo. Mi manino siempre está presente. Y ese día, como no lo puedo felicitar personalmente, lo hago así. Y no soy la única persona que lo hace. Tengo conocidos que lo hacen con sus padres o amigos”, me contestó. Desde entonces, me pregunto: ¿me felicitarán mi cumpleaños cuando ya no esté?
Hoy es 14 de agosto, y mi tío hubiera cumplido 46 años. Mi tía volverá a escribir ese mensaje. La vida de mi tío Víctor, como la de tantos que nos dejaron, no está colgada en las redes, pero gente como mi tía Mariángeles acude a ellas como si fuera uno de esos teléfonos de vasos conectados con una cuerda. No con la esperanza de que alguien le conteste, sino para materializar con palabras que, aunque los seres queridos se van, aquí queda el desconsuelo si su marcha ha sido repentina, el remordimiento por abandonar una amistad que ya no volverá del otro lado y, sobre todo, un amor que nunca dejará de agrandarse.
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