Rearme: Mambrú se irá a la guerra
Una cosa es hablar de abstracciones geoestratégicas y otra muy distinta ver a tu hijo vestido de soldado


Tantos años después, aún no sé si maldecir a José María Aznar o darle las gracias por haber suprimido la mili. Por un lado, me privó de la única rebeldía posible para un joven español en la muy nihilista década de 1990: la insumisión. Por otro, como pospuse la desobediencia con prórrogas de estudios, y entre prórroga y prórroga, la mili se acabó, tal vez Aznar me libró del ridículo. Quién sabe si, llegado el momento de la citación judicial y la más que probable cárcel, me hubiese venido de pronto la marcialidad. Nunca sabré si habría sido un buen insumiso o una rata cobarde.
Lo que sí sé es que pertenezco a una generación privilegiada de varones españoles que se libraron del ardor guerrero. Una diferencia radical con nuestros padres, hermanos mayores y amigos de edades talludas es que no tenemos batallitas de la mili. A un gobierno de derechas con fama de belicoso le debemos que nuestros traumas de juventud los causaran asuntos banales de estribillo pop y no los uniformes y las pistolas. A los gobiernos de izquierdas de Felipe nunca les tembló el pulso para enchironar a los pacifistas, y es probable que otro gobierno de izquierdas, comandado por Pedro Sánchez, acabe con este paréntesis histórico de jóvenes desarmados. Aunque al presidente no le guste la palabra rearme, el futuro se parece cada vez más a ese pasado en que Mambrú se fue a la guerra. Habrá que rescatar también el cancionero de soldadesca.
Entre los quintos como nosotros, a los que Aznar libró de la mili (y todos los que nacieron después), las generaciones anteriores que aún tienen pesadillas con sargentos y guardias en Sidi Ifni, y la arraigada conciencia antimilitarista de España, mucho se lo van a tener que trabajar los propagandistas para superar las evidentes razones históricas y sacar chispas de ardor guerrero. Porque una cosa es hablar de números, presupuestos, abstracciones geoestratégicas y alegatos europeístas más o menos churchillianos, y otra muy distinta imaginarte a tu hijo con uniforme.
Pero estamos en la fase del murmullo, en la que todo, pese a lo que ya sabemos y sufrimos, parece hipotético. Una prueba de que pocos se toman en serio el giro que ha dado el mundo en un par de meses es que cada país europeo, y casi cada región, sigue concentrado en sus peleítas hogareñas, y los partidos siguen más pendientes de cómo les van las encuestas que de lo que se nos viene encima. Así es fácil ganarse a una opinión pública convencida de que nunca conocerá a Mambrú. A ver cómo se da cuando le pongamos cara.
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