Cinco años después, nadie ha pedido perdón
En el fondo todos sabíamos que dejar salir a pasear a los perros y no a los niños era una barbaridad


El 14 de marzo de 2020, Pedro Sánchez salía a anunciar que se decretaba el estado de alarma. Supongo que, como cuando Arias Navarro anunció que Franco había muerto o el día del 11-S, todos recordamos donde estábamos cuando recibimos la noticia. Yo estaba fumándome un cigarro en la cocina de mi piso compartido en el centro de Madrid. No sé a ustedes, pero a mí se me antoja como si desde entonces hubiera pasado mucho tiempo, pero estrepitosamente rápido. Como si hubieran transcurrido 20 años a cámara rápida.
Entonces no tenía hijos, pero en mi portal vivían dos niños: Nico y Samuel. Nico vivía en un piso reformado con su padre y su madre, que tenían buenos trabajos, pero Samuel vivía solo con su madre en un apartamento minúsculo y sin luz natural. Calculo que tendría unos 30 metros, el salón y la cocina estaban juntos y madre e hijo dormían en la misma habitación. No había ni más ni menos trastos que en cualquier otra casa pero, dadas las dimensiones del apartamento, la sensación era de un apiñamiento agobiante.
Las primeras semanas, como estábamos aterrados, hablábamos por la ventana. Pero andando el tiempo, nos dimos cuenta de que aquello era absurdo: ninguno de nosotros salíamos a la calle más que para ir al supermercado, así que era imposible que estuviéramos contagiados de la covid, dijeran lo que dijeran los telediarios y los periódicos, algunos de los cuales nos recomendaban lavar la compra. Y empecé a salirme a jugar con Nico y Samuel a la corrala de vez en cuando. Ninguno de ellos tenía perro, así que, durante meses, los únicos ratos que vieron la luz y no fue a través de un ventanuco fueron los que pasamos en esa corrala.
Hace cinco años se nos dijo que debíamos suspender el juicio por solidaridad. Que quien deslizara que ponerse la mascarilla en exteriores era absurdo, opinara que pueblos y ciudades no podían regirse por las mismas directrices o apuntara una perogrullada como que las farmacéuticas son empresas con intereses económicos era un conspiranoico. Hace cinco años se tomaron decisiones a ciegas y en una situación de alerta y pánico, desconociendo en muchos casos las consecuencias. Pero que dejar salir a pasear a los perros y no a los niños era una barbaridad era algo que, en el fondo, todos sabíamos. Al menos todos los que eran padres. Sin embargo, casi nadie dijo nada. Porque hace cinco años nos consiguieron convencer de que cualquier ciudadano crítico con el poder y sus decisiones era un mal ciudadano.
Supongo que es vergonzante y hasta doloroso, sobre todo para quienes se toman muy en serio a sí mismos y las verdades de su tiempo —la ciencia, la democracia liberal— mirar atrás y ver no sólo la tragedia sino también la comedia en todo lo que ocurrió. Cuánto hicimos el canelo dándole la vuelta al carrito en Mercadona o señalando a nuestros vecinos mientras teníamos a un ministro siendo un putero y a un hermano de enriqueciéndose con las comisiones de las mascarillas.
A mí al menos me ocurre: leo algunos de mis textos de entonces y me dan risa y vergüenza. A quienes no parece avergonzarles sino todo lo contrario es a los que decidieron tener a los críos encerrados. En la web del Ministerio de Sanidad hay un informe de 2020 sobre el impacto del confinamiento en los niños, bastante pobre pero esclarecedor: la mayoría de los expertos sociosanitarios consultados consideraban que deberían haber salido a pasear y a jugar. Cinco años después, nadie ha pedido perdón porque Nico, pero sobre todo Samuel, se pasara tres meses encerrado en su piso interior de 30 metros.
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