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Columna
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Lecciones de odio

Carlos Castilla del Pino, que estudió a fondo los entresijos del comportamiento humano, afirmaba que ese sentimiento es incompatible con la felicidad

Las palabras amos y odio pintadas en las manos de un hombre.
Las palabras amos y odio pintadas en las manos de un hombre.by Ruhey (Getty Images)

No, si al final va a ser cierto que el odio se ha convertido en uno de los signos definitorios de nuestro tiempo. Me lo hicieron catar a menudo por los días en que anduve encenagado en las redes sociales. Aventurabas una opinión, cometías la imprudencia de publicar una chanza, elogiabas el silencio de los búhos, y al rato se te colaba en la mañana el consabido seudónimo deseoso de obtener satisfacción maligna. El odio, como la democracia, como el ajedrez o la viticultura, es una creación humana. Se trata de una creación sucia de la que no se suele alardear. Incluso hay quien se pronuncia contra los discursos del odio y luego se dedica a odiar a diestro y siniestro. A mí no me consta que la araña odie a la mosca ni la hiena a la gacela. Sí, hay fiereza, colmillos, veneno o instinto territorial (los hipopótamos constituyen una especie bastante nacionalista), pero a uno el armamento animal le parece más bien encaminado a asegurar la procreación y la comida. No consta en los tratados de biología que el tigre salga a cazar porque sienta amenazada su identidad o su estructura como sujeto, que es, según los expertos, el principio activador del odio. Carlos Castilla del Pino, que estudió a fondo los entresijos del comportamiento humano, afirmaba que el odio es incompatible con la felicidad. El odio es propio de insatisfechos. Como el amor con su objeto, el odio vincula estrechamente al odiador con el suyo, aunque sólo sea por las ganas intensas de destruirlo. Lo lleva a todas partes, duerme con él, sueña con su dolor, su infortunio y su aniquilamiento, sin que la muerte del odiado le garantice el fin de su quemazón interna. Es común odiar a quien no se conoce en persona o vive lejos. Castilla del Pino agrega (Teoría de los sentimientos, pág. 296) que “odiar es odiarse”. Sospecho que nuestra época se siente a disgusto consigo misma y no poca gente llena el día dando o recibiendo lecciones de odio.

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