Keir Starmer, el hombre sin dramas
La personalidad del líder laborista es clave para explicar su ascenso y su futuro gobierno
Napoleón solía decir: “Sé que es un buen general, pero, ¿tiene suerte?”. Se podría haber hecho esta misma pregunta sobre Keir Starmer cuando asumió el liderazgo del Partido Laborista en 2020. Uno de los mejores abogados de su generación, incluso sus oponentes en las filas conservadoras reconocieron que tenía un talento excepcional en la Cámara de los Comunes y como político. Lo que nadie sabía entonces era si a Starmer también le acompañaría la suerte necesaria para ganar las elecciones.
Al final, el Partido Conservador le ha regalado a Starmer el toque de suerte que necesitaba. Según todas las encuestas, será el próximo primer ministro del Reino Unido tras las elecciones generales de la semana que viene y encabezará un Gobierno laborista con una mayoría aplastante.
La suerte de Starmer ha sido liderar al Partido Laborista contra una de las administraciones más fragmentadas y menos competentes a lo largo de la historia de la política británica. Desde el caos del Brexit hasta las fiestas ilegales en Downing Street durante la pandemia de la covid, los tories han quedado atrapados en una espiral mortal que se habrá cobrado la vida política de cuatro primeros ministros en los últimos cinco años.
El declive y caída del partido tory ha sido tan rápido como inesperado. Desde su fundación hace dos siglos, los conservadores han dominado la política británica, en concreto a lo largo del siglo XX. Durante los últimos 14 años el inquilino de Downing Street ha sido un primer ministro tory, pero ahora parece que el partido podría estar al borde de la extinción. Las batallas interminables sobre el Brexit y divisiones agrias sobre la dirección para el futuro han dejado la formación a la deriva sin propósito. Lógicamente, un partido internamente ingobernable tampoco puede gobernar.
Mientras los tories se desintegran, Starmer ha estado sudando la camiseta para llevar a cabo una reforma profunda del Partido Laborista y adoptar políticas coherentes en las que confían los votantes. La credibilidad, el activo más codiciado en la política, será la clave del éxito electoral de los laboristas la semana que viene y esto tiene sus raíces tanto en la personalidad de Starmer como en su programa electoral.
Bajo el liderazgo de su predecesor, el veterano socialista radical Jeremy Corbyn, muchos votantes laboristas abandonaron el partido que, en las generales de 2019, experimentó uno de los peores batacazos de su historia. Pero con Starmer al timón los votantes han vuelto porque su plataforma electoral refleja un estilo de socialdemocracia rigurosa, sólida y, sobre todo, creíble. La recompensa ya es evidente: el aumento del voto laborista en las recientes elecciones parciales y regionales ha crecido de una forma espectacular.
Al final, todas las elecciones se deciden por una proposición muy simple que está en la mente de cualquier elector cuando deja su papel en la urna: ¿más vale el malo conocido o es hora de hacer un cambio? Y, por si quedaba alguna duda en la mente de los votantes, la propaganda electoral del partido laborista utiliza decenas de veces la palabra “cambio” y un sinfín de fotos de Starmer mientras que en la publicidad de los tories, la imagen de su candidato, Rishi Sunak, brilla por su ausencia.
En parte debido a su vertiginoso ascenso —fue elegido al Parlamento en 2015— y en parte por su personalidad, Starmer es una especie de incógnita, tanto personal como política. Probablemente, la política más comparable sea Angela Merkel. Al igual que la excanciller alemana, doctora en química cuántica, Starmer es muy inteligente, meticuloso y muy trabajador. Es un político cauteloso al que le gusta dominar los detalles y, con su postura tranquila en medio del alboroto de Westminster, rápidamente se le puso el apodo de No drama Starmer. No es un gran orador y sus discursos, frecuentemente bastante secos, no suelen generar más emoción que los de un abogado cuando presenta su caso ante un juez. Lo que sí tiene es autenticidad en sus valores.
Su padre era ingeniero en una fábrica y su madre era enfermera, cuya carrera se vio truncada por una enfermedad crónica que la dejó en silla de ruedas. De niño no pasaba hambre, pero tampoco había dinero de sobra en su familia y, a menudo, su padre trabajaba muchas horas extras para que la familia llegara a fin del mes. A pesar de ocupar desde hace años cargos de alto perfil como fiscal jefe de Inglaterra y Gales y ahora líder de su partido a las puertas del poder, Starmer protege su vida personal —especialmente la de sus hijos— con mucho cuidado.
Cuando monta una fiesta, pueden ser pocos los nombres de políticos entre la lista de invitados. No entró en el Parlamento hasta que tenía 53 años y goza de una red de amigos que provienen del mundo de la abogacía o reflejan sus otros intereses como su pasión por el fútbol, el arte y la música (Starmer toca la flauta y podría haberse convertido en músico si no hubiera tomado la decisión de estudiar Derecho).
Pero por mucho que valore su intimidad, cuando Starmer entre en Downing Street estará expuesto como nunca al escrutinio implacable y tendrá que enfrentarse a algunos retos, altamente interconectados entre sí, que requerirán de todas sus habilidades forenses para resolverlos.
El aumento de los flujos migratorios es una de las tendencias a las que Reino Unido —al igual que otros países— debe enfrentarse. Durante la última década, la población de Reino Unido ha aumentado en millones y solo en el último año el flujo neto de migración fue de unos 685.000 inmigrantes. El enfoque de los conservadores de “¡paremos los barcos!” era un eslogan simplista, claramente inadecuado. Starmer tendrá que seguir trabajando con sus socios europeos para desarrollar una política que sea coherente y humana. Un segundo ámbito que requiere mucha planificación es cómo adaptar los servicios públicos a una población cada vez más envejecida. Al igual que en otros países, como España, antes de que acabe esta década, millones de trabajadores británicos llegarán a la edad de la jubilación y los servicios públicos tendrán que adaptarse a la nueva realidad. En el punto opuesto de la escala demográfica se encuentra el desafío que enfrentan muchos jóvenes y familias para encontrar una vivienda digna. Una vez más, no se trata de un reto limitado a Reino Unido, sino de uno probado en ciudades desde Berlín hasta Barcelona.
Las medidas eficaces para hacer frente a algunos de estos retos, y otros como la crisis ambiental, requerirán una cooperación a nivel internacional, sobre todo con los países colindantes de la Unión Europea. Y esta, quizás, será una de las tareas más espinosas para el nuevo primer ministro. Starmer fue el portavoz del grupo laborista en los años tumultuosos en la Cámara de los Comunes tratando de oponerse a un Brexit duro. Es diputado de una circunscripción en el centro de Londres donde más de 7 de cada 10 personas votaron a favor de que Reino Unido permaneciera en la UE. Sin embargo, está claro que la medida en la que Reino Unido sea capaz de volver a integrarse en la comunidad europea no depende exclusivamente de Londres y se podría complicar aún más por acontecimientos al otro lado del canal de la Mancha.
Otras elecciones, las de Francia, podrían ser incluso más importantes que las de Reino Unido si Jordan Bardella se convierte en el nuevo primer ministro en París. Con su mensaje ultranacionalista, una victoria de Bardella contribuirá al impulso de otras formaciones que quieren crear un continente más insular y menos tolerante. Si eso sucede, la victoria de Starmer debería celebrarse tanto dentro como fuera de Reino Unido como un importante baluarte contra una derecha radical y populista en Europa.
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