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editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Horas críticas en Ucrania

La ofensiva rusa sobre Járkov demuestra la gran desproporción entre la recuperación militar de Moscú y la fatiga de Kiev

El presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, y el secretario de Estado de EE UU, Anthony Blinken, el pasado 14 de mayo en Kiev.
El presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, y el secretario de Estado de EE UU, Anthony Blinken, el pasado 14 de mayo en Kiev.UKRAINIAN PRESIDENTIAL PRESS SER (EFE)
El País

La guerra de Ucrania ha entrado en una nueva fase con una ofensiva lanzada directamente desde la frontera rusa sobre la provincia y la ciudad de Járkov, la segunda del país, que ya sufrió un cruento y fracasado asalto hace dos años, en los primeros meses de la contienda. La contundencia del actual envite hizo que el presidente Volodímir Zelenski suspendiera su gira internacional —que debía llevarle a España y Portugal— para desplazarse a la zona atacada, donde reconoció la enorme dificultad en que se encuentra el frente.

La operación del Kremlin aprovecha la escasez de armamento que sufre Ucrania debido a los siete meses de retraso que acumuló la aprobación en el Congreso de Estados Unidos de los 60.000 millones de dólares comprometidos por Joe Biden. A ello hay que sumarle las dificultades de Kiev para encontrar tropas de refresco —resultado del cansancio y el debilitamiento de la moral de la población—, lo que ha obligado al Gobierno a intensificar el cada vez más impopular reclutamiento.

Pese a todo, los refuerzos de urgencia enviados por Kiev han permitido momentáneamente estabilizar este nuevo frente, aunque no puede descartarse su lento desmoronamiento e incluso otra entrada rusa en la ciudad. La maniobra ordenada por Putin podría ser parte de una estrategia de distracción para atraer refuerzos ucranios desde el Donbás y lanzar allí una ofensiva dirigida a la recuperación de las dos provincias de Donetsk y Lugansk, anexionadas nominalmente a la Federación Rusa bajo la particular legalidad putinista, igual que Jersón, Zaporiyia, Crimea y Sebastopol.

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Vladímir Putin ha aprendido algunas lecciones de su fracaso inicial y del estancamiento como guerra de desgaste de la invasión de 2022. La destitución de su ministro de Defensa, Serguéi Shoigu, sustituido por el economista Andrei Belousov, revela el carácter cada vez más industrial que está tomando el conflicto y la necesidad de una gestión eficaz de uno de los ejércitos más corruptos del mundo. Moscú ha puesto a punto su industria armamentística, controlado las milicias privadas, recuperado y ampliado el reclutamiento, y construido una alianza para obtener suministros militares en Corea del Norte e Irán y componentes tecnológicos en China. Precisamente, el viaje de Putin a Pekín este viernes le ha permitido evocar ante las autoridades chinas la necesidad de una salida diplomática a la guerra. Formulada por Putin y Xi Jinping en medio de una ofensiva militar, solo cabe entender esa salida a partir del reconocimiento por parte de Ucrania de la anexión rusa de un trozo de su territorio.

El contraataque de Putin tuvo su réplica en la visita a Kiev del secretario de Estado estadounidense, Antony Blinken, que subrayó el apoyo de Washington a la recuperación de la integridad territorial ucrania al tiempo que admitió el eventual envío de instructores militares de la OTAN a regiones próximas al frente. Reafirmaba así, en línea con el presidente francés, Emmanuel Macron, la disposición de los aliados a realizar cuanto esté en su mano para evitar la victoria de Rusia. La alternativa sería aceptar la invasión de un Estado soberano, es decir, la imposición de la ley del más fuerte, algo que dejaría a la Unión Europea ante el abismo. No solo por el precedente de tolerar en sus fronteras una agresión militar que podría seguir extendiéndose, sino porque supondría la derrota y amputación de un país al que en junio de 2022 se le concedió el estatuto de candidato a ingresar en la UE.

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