Galicia, un arma de doble filo para Feijóo
La intensa implicación del presidente del Partido Popular en la campaña y su empeño en jugar las elecciones en clave nacional aporta más peligros que beneficios al líder popular
“No me confundí cuando aposté por Galicia, mereció la pena”. Con esa rotundidad celebraba Alberto Núñez Feijóo su cuarta mayoría absoluta en unas elecciones autonómicas. 41 escaños, tres más de los 38 necesarios, la certificaban. El recuento del voto exterior los convertiría en 42, dejando en manos populares otro diputado por Pontevedra a costa de un partido socialista que caía a la tercera posición. Mientras, un BNG en auge capitalizaba la crisis de Podemos, Mareas y Galicias en común y copaba el espacio parlamentario a la izquierda del PSOE.
El 12 de julio de 2020 se celebraron los comicios gallegos más atípicos, convocados y retrasados por la pandemia. Gallegas y gallegos votamos con mascarilla, recién salidos del confinamiento, sin saber que todavía nos quedaban unas cuantas olas y muchos sustos antes de que las vacunas nos permitieran percibir el coronavirus como una amenaza superada. Tampoco votamos demasiados, un 58,84% del censo. Muchos lo hicieron por correo, un 80% más que en las elecciones anteriores. El electorado apostó con claridad por una nueva legislatura con presidencia indiscutible de Feijóo.
La apuesta del presidente por Galicia, en cambio, fue más ambigua. ¿Apuesta por renunciar al liderazgo de su partido tras la dimisión de Mariano Rajoy o miedo a tener que disputarlo y perder? Para despejar las dudas, el lema de aquella campaña apuntó conciso: “Galicia, Galicia, Galicia”. La voz quebrada del presidente al pronunciarlo en su discurso la jubilosa noche electoral y los aplausos entusiastas que la arroparon certificaron el fin de las dudas, despejando cualquier tentación madrileña. El presidente se quedaba en casa. Hasta que la tensión entre Pablo Casado e Isabel Díaz Ayuso estalló, la silla se movió y la presidencia del Partido Popular quedó vacante en medio de una crisis a micrófono abierto que dejó heridas difíciles de curar. Ahora sí, todas las miradas populares se posaron en Feijóo y la llamada fue unánime. Era el salvador necesario.
Casi dos años después, la salvación no se ha consumado del todo. Casado parece un recuerdo difuso, el PP recuperó la primera posición (al principio en las encuestas, después en las elecciones generales), pero Feijóo no ha conseguido llegar a La Moncloa. Su estilo se ha desdibujado en un mar nacional más proceloso y menos controlable que el gallego, ha probado la dureza del fuego amigo de la presunta prensa afín y la unanimidad sobre su liderazgo ya no es tan unánime. En un paisaje estancado e incómodo, las elecciones gallegas se presentan como una oportunidad de volver a casa a recuperar impulso. Pero en la tierra de los matices las lecturas nunca son tan simples.
El desembarco de Feijóo en la campaña no podría ser más potente. Su estancia gallega está llena de actos y mítines por toda la comunidad, al punto de tener una agenda de campaña propia. En vez de venir a arropar a su sucesor, Alfonso Rueda, por momentos parece el candidato. Frente a un lema que bebe de los tiempos previos, “A Galicia que funciona”, el tono escogido por Feijóo se empeña en mover la portería al ámbito nacional. “O Rueda o Sánchez”, afirmó en la plaza de toros de Pontevedra. El nombre del presidente, la amnistía o las alusiones a Bildu y a ETA cuando se refiere al BNG, segundo en las encuestas, repiquetean constantes en sus intervenciones. El presidente de la Xunta, por su parte, nada entre dos aguas y combina una campaña típica del PP de Galicia con el coqueteo con la bronca y las coordenadas nacionales. Lo mismo visita la Feria del Cocido de Lalín, recorre los pueblos o ficha a un “mozo de Arousa” como afirma que Sánchez se presenta camuflado a estos comicios para implantar una sucursal de Moncloa.
La intensa implicación de Feijóo en la campaña y su empeño en jugar las elecciones en clave nacional son un arma de doble filo que aporta más peligros que beneficios al líder popular. Si las encuestas se cumplen y Rueda conserva la mayoría, se mantendría el escenario actual, sin más. Un triunfo siempre es positivo, pero lo que se da por hecho no aporta excesivos réditos. Por el contrario, perder unas elecciones convertidas en plebiscito contra la amnistía y contra Sánchez sería una derrota personal. Caer en casa debilitaría su posición y abriría el debate sobre su liderazgo dentro y fuera del partido.
Desenfocar la campaña de Galicia tiene otro riesgo: activar al electorado menos dado a participar en las elecciones autonómicas y diluir el voto dual, beneficiando a sus rivales. No en vano, pese a encadenar mayorías absolutas en el Parlamento Gallego, en los últimos ocho años el bloque de derechas sólo se impuso al de izquierdas en las autonómicas de 2020. Las demás candidaturas quieren jugar su partido en ese resquicio, conscientes de que las primeras elecciones de un Rueda pendiente de consolidación son la mejor oportunidad para un cambio de ciclo. Cambio que, según el CIS, muchos anhelan, pero pocos creen posible. Mientras casi un 63% del electorado desearía un cambio de gobierno, el 79,6% cree que ganará el PP. Crear un ambiente de movilización que modifique esa percepción es el objetivo de las izquierdas.
A favor, la presencia de liderazgos sólidos, con una Ana Pontón imparable que impulsa al BNG hacia las mejores expectativas de su historia. Su reto: mantener el pulso a la campaña, no cometer errores y cimentar una propuesta transversal que ensanche su base electoral más allá del voto útil. La escenificación de la reunificación del nacionalismo, con la vuelta a casa de Anova, y su discurso propositivo, apelando al marco gallego y a los temas sociales, son pasos en ese camino. “Hay muchas maneras de sentirse gallego y todas son necesarias para el cambio”, afirmó en su minuto de oro en el debate de la TVG.
El partido socialista gallego, por su parte, juega con la ventaja de unas expectativas bajas y un punto de partida mediocre que, salvo debacle, tiene muchas opciones de mejorar. El empeño del PP de llevar la campaña a la contienda nacional puede activar ese electorado que no acaba de identificarse con el nivel autonómico del partido. Sus bazas positivas las completa su candidato, el recuperado José Ramón Gómez Besteiro, el líder más robusto de los socialistas gallegos en años. Su objetivo, además de contribuir al cambio, debería ser reconstruir el partido poniendo en marcha un proyecto a medio plazo que facilite el recambio generacional y reenganche con su público.
La decisión de Podemos de dinamitar su pacto con Sumar y presentarse por separado es el principal lastre de las candidaturas progresistas, al atomizar la oferta y dispersar el voto arriesgando sus opciones, inexistentes según las encuestas, y también las de Sumar. La formación de Yolanda Díaz roza el umbral necesario para obtener una representación de la que puede depender el cambio. La candidatura de Marta Lois, aunque tardía y apresurada, fruto de un adelanto electoral que pilló a contrapié a la plataforma, es uno de sus principales activos.
La gran incógnita por la derecha es Democracia Ourensana, situada en esos márgenes difíciles de captar por las encuestas. ¿Conseguirá algún escaño? Si no lo hace, ¿restará voto relevante al PP? Su candidato, Armando Ojea, mano derecha de Jácome, presume de conocer palmo a palmo la provincia, tras haber recorrido los 92 ayuntamientos ourensanos como teclista del grupo Pachán entre fiestas y verbenas. Populismo pueblo a pueblo que, con todas las incógnitas, supera las opciones de un Vox casi invisible y termina de dibujar un escenario abierto y volátil donde un mínimo movimiento puede consolidar el mapa o abrir un nuevo ciclo en Galicia.
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