Niños que matan padres
Hay tres tipos de parricidas: el menor gravemente abusado, el peligrosamente antisocial y el gravemente enfermo mental
El parricidio es la forma más rara de asesinato. No supera el 2% de los homicidios. La estadística se inclina fuertemente hacia el lado inverso: niños que mueren dentro de su propia familia, bien por violencia directa y continuada, bien por negligencia fatal. Unicef estima que, solo en los 27 países más ricos del mundo, mueren al menos 3.500 menores de 15 años cada año, principalmente por violencia intrafamiliar.
Además de exótico, el parricidio es tabú. Eso no significa que no haya sido documentado y estudiado en profundidad. Kathleen Heide, profesora de criminología y asesora habitual en tribunales de todo el mundo, es una de las principales especialistas. En su libro Entendiendo el parricidio: cuando hijos e hijas matan a los padres, dice que hay tres tipos de parricidas: el niño gravemente abusado, el niño peligrosamente antisocial y el niño gravemente enfermo mental.
La edad es importante. Cuando son pequeños y adolescentes, el niño gravemente abusado y el niño peligrosamente antisocial son los más comunes, explica Heide. Entre los mayores, predominan los enfermos mentales y el perfil antisocial. Casi siempre son varones. Los antisociales matan por razones egoístas o instrumentales, como libertad para ir a una fiesta, relacionarse con una pareja o conseguir dinero. Sienten que los padres son un obstáculo para conseguir sus propósitos y planean su defunción. Son los favoritos de la prensa porque corresponden al arquetipo cinematográfico de la “mala semilla”, aunque son infrecuentes. El adolescente o joven con un trastorno mental grave mata, mayoritariamente solo, como resultado de un brote psicótico, fuertes alucinaciones, o episodios derivados de la adicción. El niño gravemente abusado mata para poner fin al maltrato porque no encuentra otra salida. Es el perfil más habitual.
Cuando mata a su padre o a su madre, este perfil suele haber sufrido abusos durante años pero es demasiado pequeño para marcharse de casa. Vive consumido por la culpa y la vergüenza y no ve un final a su situación. “Típicamente han tratado de buscar ayuda”, explica Paul Mones, abogado especializado en parricidio y autor de When a Child Kills: Abused Children who Kill Their Parents [”Cuando un niño mata: niños maltratados que matan a sus padres”]. “Típicamente se lo han dicho a alguien y nadie los ha ayudado, y el abuso ha ido in crecendo hasta que no pueden más”. Se siente abandonado por todos, rodeado de gente que lo sabe y no hace nada. O peor: lo niega. Son niños sin antecedentes violentos que intentan no meterse en problemas y sacar buenas notas para evitar el conflicto, pero no les sirve de mucho. El maltratador también tiene un perfil.
“Suelen ser personalidades tipo A, que imponen normas imposibles”, dice Mones. “Gente trabajadora sin antecedentes criminales que esconden una personalidad controladora”, explica la académica Julie Rowe en el Boletín de Derecho Penal de la Universidad Americana. Portarse bien no sirve para evitar el conflicto, porque el maltratador usa al niño para gestionar sus propias emociones, añadiendo la disonancia cognitiva que llamamos “luz de gas”. Suelen estallar en la adolescencia. Con el tiempo, el abuso suele escalar. “El sistema suele condenar a los niños que cometen parricidio más severamente que otros homicidios”, dice Judith Anspach, profesora asociada de la Thomas Cooley Law School. Más que a las mujeres maltratadas que matan a sus maridos. No se entiende que las víctimas son ellos y el sistema les falla una vez más.
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