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Anatomía de Twitter
Columna
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Desprecio urbanístico en España

Somos individualistas, buscamos la comodidad sin pensar en el ruido visual que pueden provocar nuestras reformas

Un edificio con terrazas cubiertas y abiertas en Madrid.
Un edificio con terrazas cubiertas y abiertas en Madrid.GOOGLE MAPS
José Nicolás

“Aquí tenéis el festival del cerramiento”, tuiteó la cuenta @MadridProyecta hace unos días. Adjuntaba una imagen de un gran edificio del barrio de Arganzuela de Madrid en el que no había una ventana igual a la otra, un balcón cerrado de la misma forma que el del vecino de arriba o de al lado y se veía un popurrí de aires acondicionados y maceteros colgados de la fachada al tuntún. Ese edificio resume el libre albedrío que hay en España a la hora de ejecutar reformas menores en las viviendas.

Para conocer el destrozo visual que la desidia estética ha provocado en las ciudades no es necesario acudir a las redes, basta pasear por las calles. Así lo escribe Andrés Rubio en España fea (Debate), “recorrer las ciudades españolas es comprobar que los vecinos no han previsto ni han sido guiados para encontrar soluciones a la instalación de los aparatos de aire acondicionado (...) desubicados en las fachadas, ni tampoco se les ha encauzado para lograr una unidad de estilo en los ascensores que se adosan exteriormente a los edificios, ni ha habido directrices lógicas en los cerramientos de las terrazas, ni en los materiales ni en las formas”. Esto no solo sucede en casas humildes porque suelen ser pequeñas y seguramente han necesitado más espacio, en los barrios más pudientes también se da este caos absoluto. Sin salir de la capital, no hay más que caminar por el paseo de la Castellana o por la plaza de España para apreciarlo.

Resulta que hacerlo por cuenta propia es ilegal. Según la Ley de Propiedad Horizontal debe haber una licencia de obra de por medio y la aprobación de la reforma por parte de la comunidad de propietarios. En la línea estética no entra la ley. Manuel Viejo publicó en EL PAÍS una historia sobre este asunto: un vecino de Salamanca denunció a otro por haber cerrado su terraza. El afectado decidió vengarse y presentó 300 denuncias por cerramiento ilegal de terrazas en su ciudad.

Esto no solo va de cerramientos, el mal gusto se extiende mucho más allá. Rubio pone como ejemplo la situación de la ermita plateresca de San Cosme y San Damián en el casco histórico de Ourense, del siglo XVI, tras la que construyeron un enorme bloque de edificios de 10 plantas que la eclipsa completamente. También está lo de tirar abajo viviendas históricas para construir urbanizaciones que, además de elevar el precio del suelo en los barrios, están completamente cercadas y sin posibilidad de abrir locales comerciales en sus bajos, por lo que acaban con el contacto diario entre vecinos.

Estamos acostumbrados a vivir en edificios afeados y caóticos, somos muy individualistas y no nos importa romper con la línea estética de nuestra comunidad, buscamos la comodidad sin pensar en el ruido visual que provocamos y, claro, cuando visitamos ciudades en las que esto sí se tiene en cuenta y se cuida, alucinamos: vemos los edificios de París, donde te pueden multar por colgar una toalla de un balcón, y nos quedamos con la boca abierta. No creo que sea necesaria una legislación tan restrictiva, pero sí que exista una norma por la que cuando se cierre una terraza, se haga igual en todo el bloque, y por la que uno no pueda decidir que en su piso las persianas sean oscuras cuando en el resto del edificio son blancas.

¿Cómo no vamos a maltratar nuestras casas si no se cuidan ni los edificios públicos? En algunas ventanas del edificio de la ampliación del Congreso de los Diputados hay colgadas banderas de España con crespones negros desde hace semanas. ¿Ilegal? No creo, entra en la libertad de expresión. ¿Pésimo gusto y falta de respeto a la enseña? Sin duda.

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Sobre la firma

José Nicolás
Es editor en la sección de Opinión, donde es uno de los encargados de sus contenidos digitales. Escribe la columna 'Red de redes'. Es graduado en Periodismo por la Complutense y máster en Periodismo de Datos y Nuevas Narrativas en la Universitat Oberta de Catalunya. Antes de su llegada a EL PAÍS trabajó en Onda Regional de Murcia y Cadena SER.

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