No solo ‘pellets’: vivimos rodeados de plástico
Desde los nanoplásticos en la cadena alimenticia hasta los vertidos en las playas, este tipo de contaminación está bien documentada y es necesario acelerar las estrategias para reducir el uso y producción de este material
A las playas de Galicia, Asturias y quién sabe cuántas más están llegando parte de las 25 toneladas de pellets de plástico que cayeron al mar el pasado 8 de diciembre, cuando el buque Toconao perdió parte de su carga frente a las costas de Portugal. No habrán sido pocos los que estos días, alarmados por las noticias que llegaban del Cantábrico, han descubierto que los pellets son comunes en muchas playas. Tanto, que las de Tarragona están ya acostumbradas a convivir con ellos, como vienen denunciando ayuntamientos de la zona y organizaciones ecologistas desde el año 2018, aunque sólo ahora la Generalitat de Cataluña haya comenzado a investigar al complejo petroquímico allí instalado como posible origen de los plásticos, lo que le ha llevado a expedientar a ocho químicas. En este caso se trata de vertidos desde el origen, pero en otros, como el del buque Toconao, son accidentes que se producen durante el viaje y que desvelan la opacidad de un comercio que hace muy difícil determinar los orígenes, propietarios y responsables de cada mercancía.
Los pellets que inundan ahora las playas del Cantábrico y de otros mares son piezas esenciales para la fabricación de plástico, un material que irrumpe en nuestras vidas a mitad del siglo XX, que triunfa por su versatilidad, ligereza, durabilidad y precio, y que nos rodea por doquier. Desde su aparición se han producido 8.700 millones de toneladas y las previsiones de la OCDE hablan de que en el año 2060 se podría triplicar la capacidad actual, llegando a los 1.000 millones de toneladas anuales. Los estudios disponibles calculan que tan solo el 11% de los plásticos comercializados en el mundo acaban siendo reciclados y un 25% termina en vertederos irregulares, quemados sin control alguno o vertidos directamente al mar. En los últimos años se han encontrado micro y nanoplásticos en la alta montaña o en el Ártico, lo que da idea de la dimensión del problema. Nada escapa al plástico, y mucho menos a los humanos. Los nanoplásticos acaban siendo inhalados, absorbidos por la piel o ingeridos una vez que entran en la cadena trófica.
Consciente de la gravedad del asunto, en marzo de 2022 la Asamblea de Naciones Unidas para el Medio Ambiente aprobó la resolución 5/14 para alcanzar un tratado mundial sobre plásticos que debería ver la luz a finales de 2024. Como mínimo, habría de incluir compromisos sobre la reducción del uso y producción, la mejora de los tratamientos y reciclado y la búsqueda de alternativas que sustituyan el empleo de fósiles en su fabricación. Con este objetivo se han celebrado ya tres reuniones con avances tímidos, si bien una parte cada vez mayor de la industria es consciente de la necesidad de un cambio relevante que pase por rebajar drásticamente la producción de plásticos, fomentar la reutilización desde el mismo diseño, reciclar más y mejor, reducir los aditivos y potenciar nuevos materiales menos contaminantes y agresivos con el medio ambiente, apostando por la biomasa y dejando de lado los de origen fósil. En esta línea camina ya la Estrategia de Plásticos de la UE, aprobada en 2018 y en fase de desarrollo, que contempla el incremento y mayor facilidad del reciclaje, la mejora de la recogida selectiva de los residuos de plástico, así como la creación de mercados viables para el plástico reciclado y renovable. En aplicación de esta estrategia se prohibió ya en 2021 la venta de plástico de un solo uso en la UE para aquellos productos que cuenten con alternativas viables. La industria está también en este camino, con hojas de ruta como la presentada en España hace escasos meses por parte de la organización Plastics Europe, que reúne a las principales empresas del sector. Todas estas estrategias, públicas y privadas, necesitan acelerar los tiempos y dar mayor empuje a una transformación profunda del conjunto de sectores implicados.
Junto a ello, la gestión política no puede volver a repetir los errores de otras ocasiones. Tanto si actuó por desconocimiento como si trataba de evitar un escándalo que pudiera afectar a las ventas del pescado y el marisco gallego en plena temporada navideña, la Xunta de Galicia obvió el tema como si con ello desapareciera, ignorando no sólo la imposibilidad de que los pellets se volatilizaran, sino algo fundamental en la gestión de problemas ambientales: que cuanto más se tarda en gestionar el desastre, mayores son sus consecuencias. Inmersos en una lógica electoralista marcada por el calendario de las elecciones autonómicas del 18 de febrero, los responsables, a diferencia de los gobiernos de Asturias y Cantabria, se resistieron a elevar el nivel de alerta y cuando lo hicieron fue con una clara vocación de desafío al Gobierno de España, pidiendo medios desproporcionados y que nada tenían que ver con la solución del problema. No pareció importar a la Xunta de Galicia en aquel momento que la Fiscalía de Medio Ambiente actuara en aplicación de los principios de urgencia y precaución, claves en el Derecho Ambiental, abriendo inmediatamente una investigación para determinar los efectos de la aparición de los pellets.
La contaminación por plásticos está estudiada y existe cada vez más conocimiento sobre sus impactos y posibles alternativas. La que produce la falta de responsabilidad y la cobardía política todavía está por cuantificar.
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