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Columna
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Una epopeya española

El abuelo del ministro Carlos Cuerpo tenía claro que lo mejor para sus hijos era que estudiaran: la educación era la mejor garantía de prosperidad

Desde la izquierda, María Jesús Montero, Nadia Calviño y Carlos Cuerpo, el viernes en el traspaso de carteras.Foto: Jaime Villanueva
Jordi Amat

Entonces en la mina se construyeron nuevas galerías, un funicular y se introdujeron toda clase de mejoras —oficinas, lavadores, el economato, una escuela, 100 viviendas—. A principios de los cuarenta, el objetivo de los nuevos arrendatarios estaba claro: aumentar la extracción de wolframio, un mineral esencial para la producción del armamento que necesitaba el ejército nazi. La mina San Nicolás, en Valle de la Serena (Badajoz), era explotada por una de las empresas del holding que controlaba Johanes Bernhardt, empresario alemán instalado en España que llegó a entrevistarse con Hitler, tenía relación fluida con Franco y amasó una gran fortuna gracias a los negocios opacos de las guerras. Claro que muchos trabajadores de la mina, en todos los niveles de la cadena, participaban del estraperlo con el mineral, una estrategia de boicot promovida por el ejército aliado para aumentar el precio del wolframio que debía llegar a Alemania. Naturalmente, el pueblo se benefició de aquellas circunstancias, que en parte se repitieron con la guerra de Corea. En 1950, Valle de Serena llega al pico de población. 5.072 habitantes. Pero fue entonces, como en la práctica totalidad de la geografía española, cuando empezó el intensísimo ciclo migratorio que ya afectó a ámbitos semiurbanos de las zonas rurales.

El abuelo materno de Carlos Cuerpo, que de niño se había ganado el pan con pequeños trabajos alrededor de la mina, tenía claro que lo mejor para sus hijos era formarse en la capital. En la capital de la provincia. Iros. Esta es nuestra gran epopeya.

Explicaba el viernes Juan Miguel Méndez, en el digital Hoy Alconchel, que el abuelo paterno del nuevo ministro de Economía era un guardia civil originario de Badajoz que en los sesenta fue destinado a Alconchel. Se instaló con su mujer y sus cuatro hijos en la casa cuartel. Pero el guardia civil falleció joven, en 1968. Su mujer quiso que los hijos en edad escolar siguiesen estudiando. En la España desarrollista existía la conciencia que la educación era la mejor garantía de prosperidad. Uno de sus hijos, Gregorio, decidió ser profesor y se formó para ello en la Escuela Normal de Maestros de Badajoz. También quería ser profesora Manoli, la hija de aquel chaval que con nueve años había cargado sacos de arena sobre un burro o había trabajado de pinche en la mina San Nicolás. Se casaron. Los padres de Carlos Cuerpo forman parte de las promociones de docentes que empezaron a impartir clases en el marco de la Ley General de Educación, aprobada en 1970, cuyo principal cambio fue la ampliación de la educación obligatoria hasta los 14 y universalizó la secundaria inferior. Así cambia un país.

A finales de la década de los ochenta, como contó el ministro en su toma de posesión, sus padres, su hermano y él se trasladaron a Suiza. Ya no era aquella emigración de la miseria de los sesenta, la que vació Extremadura y que había tenido Suiza como uno de sus principales destinos en virtud del acuerdo firmado por los dos países en 1961. Era otro tiempo. Allí darían clases de español, pero además sabían que una necesidad fundamental para avanzar en la prosperidad era que los hijos aprendiesen idiomas. Regresaron a Badajoz. Carlos Cuerpo acabó sus estudios en los maristas y se matriculó en la Facultad de Económicas de la Universidad de Extremadura, una facultad que se había implantado en 1982. También la expansión de las universidades en las provincias constituye un capítulo relevante de esa epopeya modernizadora. También lo es la relativa normalización de la ampliación de estudios en el extranjero, que ya no era únicamente patrimonio de las familias adineradas. Él amplió estudios en la London School of Economics. Entró en la élite de los altos funcionarios al ganar la plaza de Técnico Comercial del Estado. En 2017 leyó su tesis doctoral, escrita en inglés y analizando asuntos de política económica relacionados con la crisis financiera. Entonces ya lo puso por escrito: “Gracias a mi abuelo, por tener la suficiente visión como para mejorar la vida de todos los que hemos venido después”.

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Sobre la firma

Jordi Amat
Filólogo y escritor. Ha estudiado la reconstrucción de la cultura democrática catalana y española. Sus últimos libros son la novela 'El hijo del chófer' y la biografía 'Vencer el miedo. Vida de Gabriel Ferrater' (Tusquets). Escribe en la sección de 'Opinión' y coordina 'Babelia', el suplemento cultural de EL PAÍS.

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