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Columna
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Urgencias de fin de año

Los ucranios y los palestinos son los que se llevan la peor parte en muerte, destrucción e incertidumbre sobre el futuro

War Ukraine Gaza
Solados ucranios preparan proyectiles de mortero en el frente.Libkos (Getty Images)
Lluís Bassets

La victoria es improbable, quizás inalcanzable. Si pocos creen que Ucrania pueda recuperar los territorios anexionados por Rusia, menos son todavía los que dan por vencedor a Vladimir Putin, de forma que pueda colocar un gobierno títere en Kiev y reintegrarla en el espacio postsoviético. Algo similar sucede en Oriente Próximo, donde se hace difícil imaginar que Benjamin Netanyahu liquide a Hamas y mucho más todavía que Hamas tenga posibilidad alguna de aplicar su programa de destrucción de Israel y de expulsión de los judíos del territorio donde viven entre el Jordán y el Mediterráneo.

Las fuerzas ucranias están exhaustas, escasas de munición y de combatientes, hay divisiones entre dirigentes militares y civiles, flaquean los aliados y es grande la resiliencia defensiva del enemigo. Las fuerzas rusas, recuperadas de sus sucesivas derrotas y atrincheradas en la guerra de desgaste, saben que se les ha escapado cualquier idea de una victoria auténtica, puesto que Ucrania ya es candidata reconocida a ingresar en la Alianza Atlántica y empieza ahora la negociación de su adhesión a la Unión Europea. El símbolo de su definitivo adiós al mundo ruso es el desplazamiento de la festividad navideña ucrania del 7 de enero del calendario ortodoxo al 25 de diciembre del calendario cristiano occidental.

En tres meses de una ofensiva devastadora sobre Gaza, Netanyahu no ha podido descabezar la cúpula de Hamas y ha liberado por la fuerza un solo rehén, lejos de los objetivos razonables que le permitirían declararse vencedor y terminar una operación tan costosa en vidas, en destrucción e incluso en prestigio de su país. Tampoco los dirigentes de Hamas pueden estar satisfechos, a pesar del truculento éxito conseguido el 7 de octubre con su sangrienta razzia en territorio israelí y del arma negociadora de los rehenes. Como suele suceder en toda guerra, a la sorpresa del ataque inadvertido de Hamas le ha sucedido la sorpresa de una reacción que ha superado en envergadura destructiva cualquier expectativa de los propios provocadores. La popularidad momentánea de Hamas entre los palestinos difícilmente evitará una eterna inquina por las consecuencias de su brutal y fanática provocación, hasta poner en peligro, este sí existencial, a la propia nación árabe que pretenden salvar.

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No suele haber victorias definitivas en las guerras de hoy, sino derrotas para todos, aunque en proporciones distintas. Los ucranios y los palestinos son los que se llevan la peor parte en muerte, destrucción e incertidumbre sobre el futuro. Putin y Netanyahu se escudan en la mención a un peligro existencial para Rusia e Israel respectivamente, pero el daño que están sufriendo sus respectivos países afecta antes a su alma que a su existencia. En la política de la fuerza, la inclinación expansionista, la hostilidad hacia el multilateralismo y las instituciones internacionales, el etnonacionalismo supremacista y la limitación de la democracia y del Estado de derecho confluyen peligrosamente el autoritarismo imperial y mafioso del Kremlin con el sionismo del gobierno más extremista de la historia de Israel.

Estas victorias esquivas no conducen a la paz, sino que estimulan la guerra en cadena y sin fin. La guerra es una derrota toda entera, a la que se amarran quienes solo se sienten legitimados por la política de la fuerza, a la que suelen reducir toda política. Las escaladas, con todos sus anormes riesgos, es lo que les conviene a esos intransigentes, a los que solo les vale la rendición del enemigo. De ahí que encuentren motivos para abominar de cualquier acuerdo pasado entre quienes se combaten, al que consideran causa y no remedio de la guerra. En días de buenos deseos urge clamar por el alto el fuego definitivo y por la negociación que devuelva algo de paz y de justicia a Ucrania y a Palestina

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).
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