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Columna
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Los acuerdos decepcionan. Está en su naturaleza

La alternativa a los pactos del clima o la inteligencia artificial no es la utopía, sino el infierno

Carme Artigas Inteligencia Artificial
Rueda de prensa en Bruselas tras el acuerdo sobre la ley europea de IA.SIERAKOWSKI FREDERIC (Unión Europea)
Javier Sampedro

Nos quejamos mucho de la bronca política y la polarización, pero la verdad es que vivimos tiempos muy interesantes. En solo unos días hemos presenciado dos acuerdos trascendentes sobre la inteligencia artificial y el cambio climático, y otro algo más provinciano sobre la ley de amnistía. Si el único que te interesa es este último, cámbiate a otro columnista, porque aquí vamos a centrarnos en los dos primeros, que son los verdaderamente importantes para tu futuro y el de tus hijos. Aunque también es posible que, aun siendo un obseso de la amnistía o del rechazo a la amnistía, puedas aprender algo sobre la naturaleza de los acuerdos, esas cosas que siempre decepcionan porque, como el escorpión que mató a la rana que le estaba cruzando el río, está en su naturaleza.

La ley de inteligencia artificial acordada en Bruselas ha dejado insatisfechos a los países miembros, a la Comisión Europea, al Parlamento de Estrasburgo, a los magnates de Silicon Valley y a los activistas por los derechos sociales. Es natural, porque todos ellos tienen intereses contrapuestos. Estrasburgo quería imponer una serie de prohibiciones sobre el uso de la inteligencia artificial (IA) por los Estados, cosa que a los Estados no les volvía locos, como parece lógico. Las mayores empresas del planeta quieren tener en Europa un mercado para sus sistemas de IA tan desregulado como el norteamericano, pero los especialistas en ética tecnológica piensan que Europa es la única potencia creíble que puede restringir esa ley de la jungla para evitar que se convierta en una herramienta de discriminación por etnia o sexo, de exclusión irracional en la contratación laboral, de violación masiva de los derechos de propiedad intelectual.

El resultado de esas tensiones aparentemente irreconciliables ha sido un texto más artesano que artístico, más ingenieril que científico, más pragmático que idealista. Los sistemas de reconocimiento facial en tiempo real, como los que vemos en las películas de espías, sufren restricciones sustanciales, pero no tantas como pretendía el Parlamento: los Estados podrán usarlos con autorización judicial para la persecución del tráfico sexual, por ejemplo, y en casos de amenaza terrorista genuina. Y los “modelos fundacionales”, o modelos grandes de lenguaje (large language models, o LLM) que subyacen a ChatGPT y otras decenas o centenares de sistemas, incluidos algunos esenciales para la ciencia y la innovación, serán juzgados no en sí mismos, sino por su utilización maliciosa o contraria a los derechos fundamentales. Los activistas se quejan, las empresas también, pero el caso es que la Unión Europea ha marcado la estrategia a seguir en una decisión que tendrá repercusiones mundiales, al menos en los países democráticos.

El acuerdo del clima recién alcanzado en Dubái también deja insatisfecho a todas las partes —quien esperara otra cosa, no sabe en qué mundo vive—, pero pone el petróleo en el punto de mira pese a haberse celebrado en una monarquía petrolera, y plantea una triplicación de las energías renovables. Vale que no es vinculante, pero es que el planeta no dispone de una policía climática que vigile el cumplimiento de los compromisos. La alternativa a los imperfectos acuerdos del clima no es el mundo utópico con el que soñamos, sino la falta absoluta de acuerdos. Elija el lector.

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