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Tribuna
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El problema de Europa es que es demasiado atractiva

Millones de personas en el mundo desearían venir a vivir aquí, pero si el continente no sabe gestionar cómo hacerlo podrían socavarse sus valores, como ya se está viendo en los planteamientos de algunos gobiernos y políticos

Migrants wait to be transferred from Lampedusa Island, Italy, Friday, Sept. 15, 2023
Migrantes en la isla italiana de Lampedusa, el pasado septiembre.Valeria Ferraro (AP)
Timothy Garton Ash

El poder blando europeo puede socavar el poder blando de Europa. El profesor de Harvard Joseph Nye define el poder blando como la capacidad de atracción de un país. Una encuesta mundial reciente ha vuelto a confirmar que Europa lo tiene de sobra. Cuando se pregunta a personas de países tan diversos como Turquía, Arabia Saudí, Corea del Sur, Sudáfrica y Brasil dónde les gustaría vivir aparte de su propio país, la mayoría eligen Estados Unidos o Europa. En cambio, casi nadie quiere vivir en China o Rusia.

Y ese es precisamente el problema de Europa. Es tan atractiva que millones de personas desearían venir a vivir aquí. Y lo intentan cientos de miles, que arriesgan la vida en endebles embarcaciones a través del Mediterráneo o en otras rutas peligrosas. “Europa o la muerte”, decía uno. Pero el miedo a la inmigración masiva y descontrolada está haciendo que muchos votantes europeos opten por partidos populistas xenófobos que no se limitan a explotar el pánico por el peligro que ven para la civilización sino que hacen todo lo posible por fomentarlo.

2023 recuerda cada vez más a 2015. La crisis de los refugiados que comenzó ese año impulsó con claridad el voto a Alternative a para Alemania (AfD) en Alemania y al Partido Liberal de Austria, para no hablar del Brexit. Ahora, la AfD vuelve a tener buenos resultados en las encuestas, incluso en regiones prósperas de Alemania occidental como Baviera y Hesse. En Austria, el Partido de la Libertad encabeza los sondeos de opinión. Esta semana, el Partido de la Libertad del populista antiislámico Geert Wilders logró un triunfo sorprendente en las elecciones nacionales de los Países Bajos. Y el próximo mes de junio se celebran las elecciones al Parlamento Europeo.

Frente a esta tendencia, los partidos mayoritarios también están proponiendo medidas cada vez más duras para controlar la inmigración ilegal. Un jefe de Gobierno europeo me dijo hace poco que, en su opinión, Europa tendría que hacer “algo intolerable” para abordar este problema. Estuve a punto de responderle: ¿no lo estamos haciendo ya? ¿No es intolerable que los guardacostas griegos sean sospechosos de rechazar embarcaciones de refugiados, lo cual infringe el principio tradicional de no devolución? ¿No es intolerable que la UE haya permitido que las fuerzas libias se lleven de vuelta a espantosos campos de internamiento a quienes intentan emigrar? ¿No es intolerable que el Gobierno italiano de Giorgia Meloni esté impidiendo que ni siquiera los barcos de rescate de ONG privadas puedan salvar a personas de morir ahogadas en el Mediterráneo? ¿No es intolerable que el Gobierno británico piense seriamente en retirarse del Convenio Europeo de Derechos Humanos, solo para enviar a unos cientos de solicitantes de asilo a Ruanda?

La gente de todo el mundo ve que la maravillosa libertad de circulación de la que disfrutan los europeos en el espacio Schengen se compra a costa de las restricciones con las que se topan los demás para venir a Europa. No hay más que preguntar a cualquier turco o indio cuál ha sido su experiencia em el intento de obtener un visado Schengen o un visado para el Reino Unido. Por si fuera poco, la estridente retórica de los populistas de extrema derecha como la exministra del Interior británica Suella Braverman —que califica la inmigración ilegal de “invasión” y a los manifestantes contra las acciones militares de Israel en Gaza de “turbas propalestinas”— amenaza con enfurecer cada vez más a los millones de personas inmigrantes que ya viven en Europa.

El poder blando de Europa no consiste solo en la prosperidad, el Estado de bienestar y la calidad de vida. También tiene que ver con la libertad, el Estado de derecho, la tolerancia y el respeto a los derechos humanos. En esa misma encuesta llevada a cabo en todo el mundo, muchos entrevistados afirman que la Rusia de Vladímir Putin no forma parte de Europa “en lo que respecta a sus principios políticos actuales”. Europa se asocia a una serie de valores. Pero no resulta creíble como continente de principios si la propia Europa los quebranta, precisamente en los lugares donde la gente del resto del mundo entra en contacto con ella: sobre todo en las fronteras, pero también en la acogida de solicitantes de asilo y en la provocadora y errónea calificación de las personas de origen inmigrante que ya están dentro de esas fronteras.

No cabe duda de que hay que gestionar la migración a Europa. El eslogan de la campaña del Brexit —”¡Recuperemos el control!”— fue todo un hallazgo porque llegaba a lo más hondo del miedo de los votantes: que la inmigración se hubiera desbordado. Ahora, el expresidente alemán Joachim Gauck está hablando de Kontrollverlust, la pérdida de control, que nos suena. Si, en los próximos seis meses, los gobiernos europeos no consiguen transmitir a sus electores la sensación de que la migración está controlada, es posible que las elecciones europeas del próximo junio representen un brusco giro de la UE hacia la derecha iliberal. Ahora bien, la inmigración debe gestionarse de manera segura, humana y legal, o Europa traicionará sus propios principios.

Si Europa no es capaz de hacerlo y emprende una deriva en un sentido u otro, la manera de afrontar las consecuencias de su “capacidad de atracción” empezará a socavar otro aspecto importante de su poder blando: los valores. Este es el dilema.

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