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Abriendo trocha
Columna
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Israel-Palestina: normalizando el horror, ¿después qué?

Cuando termine de destruirse todo, y se lleve a cabo la pendiente “operación terrestre” israelí en Gaza, se podría suponer que habrá un poco “más de lo mismo”

Un padre carga a su hijo tras un ataque de Israel en el sur de Gaza
Un padre carga a su hijo tras un ataque de Israel en el sur de Gaza este jueves 26 de octubre.STAFF (REUTERS)
Diego García-Sayan

Estremecedora la escena de un padre llorando luego del bombardeo israelí en Gaza que destruyó una iglesia y mató a sus tres menores hijos. U otra, en el sur de Gaza, en la que decenas de civiles yacían muertos o heridos luego del bombardeo a un mercado, un padre, destruido por un inmenso dolor, cargaba en sus brazos a su hija recién muerta. Y la familia de Wael Dahdouh, corresponsal jefe de Aljazeera en Gaza.

Solo este martes 24 de octubre fueron más de 750 los muertos civiles (la mitad niños) por los bombardeos israelíes, uno de los mayores desastres humanitarios que se vive en el mundo en las últimas décadas. La mayor parte de ellos en la cercada Gaza; una cantidad menor en Cisjordania.

El hecho es que la población civil sigue siendo el principal objetivo militar: pagándolo con sus vidas, o con el desplazamiento forzado masivo -ya de más de 600.000 personas-, hambre y falta de medicinas. Arrasando con las más elementales normas de derecho humanitario y leyes sobre la guerra establecidas en las Convenciones de Ginebra de 1949 y sus Protocolos Adicionales. Normas convertidas, ahora, en papel mojado.

Dos semanas ya del brutal ataque de Hamás el 7 de octubre, mientras siguen reteniendo como rehenes a cerca de 200 civiles israelíes. En lo que siguió, miles de víctimas civiles palestinas. Ciertamente, Israel tiene derecho a defenderse. Pero no a romper -sistemáticamente- con el derecho internacional como lo está haciendo.

El mundo no reacciona aún de manera proporcional a la espiral bélica y de desastre humanitario en curso. Y a la perspectiva inmediata de su conversión en un conflicto regional involucrando a Irán y Hezbolá. E Israel, para actuar sin control, pide en Nueva York la renuncia de Guterres por haber recordado algo una verdad histórica: esta guerra “no surge de la nada”, y “que nace de un conflicto de larga duración, con 56 años de ocupación y sin un final político a la vista”.

Dos constataciones que debieran pasar primer plano.

Primero: 56 años de ocupación israelí sobre territorios palestinos. Abordar ese asunto es la única solución de fondo a esta guerra y a decenas de años de tensión en la zona: dos Estados, uno para judíos y el otro para palestinos. Como se acordó en 1947 cuando Naciones Unidas creó Israel.

En los márgenes una región latinoamericana, hoy fragmentada y marginal, que está obligada por la historia a tener un mayor protagonismo en esta crítica coyuntura. Hay que recordar que en esa decisión el voto latinoamericano fue decisivo, significaba más del 30% de los Estados miembros.

Nada se resolverá si no se aborda el despojo persistente y continuado de territorios palestinos y al virtual “apartheid” en las décadas que siguieron. Que fueron convirtiendo la zona en una bomba de tiempo. Por hechos como la ocupación de los Altos del Golán después de la guerra de 1967 hasta los ilegales “asentamientos” judíos promovidos por el gobierno israelí en territorios palestinos ocupados. Todo en contra del derecho internacional.

Segundo: Gaza, que merece mención aparte. Tanto por ser el objetivo de las principales operaciones militares israelíes y por el antihumanitario cerco a la población palestina desde hace décadas. Que viola, también, el derecho internacional. “El más grande campo de concentración” como calificó Gaza, hace unos años, el profesor de la Universidad Hebrea en Jerusalén, Baruch Kimmerling.

Más de 2,5 millones de personas cercadas en esa prisión a cielo abierto, ahora bajo persistente bombardeo. De acuerdo a calificados observadores militares cerca de 6.000 bombas han sido arrojadas en estos días sobre Gaza. Cantidad de bombas superior a las arrojadas por EE UU sobre Afganistán en la larga guerra que azotó a ese país. Y forzada al desplazamiento masivo de más de un millón de personas, en hecho que no veía el mundo desde hace décadas.

Considerada “animales” por el alucinante ministro de defensa Yoav Gallant, población dejada sin agua, alimentos, medicinas y energía. Israel deja entrar a cuenta gotas, literalmente. Mientras, el secretario general sigue recordando que hay cientos de camiones avituallados, en cola, que Israel no deja pasar mientras la población sigue sin agua, alimentos ni medicinas.

¿Qué viene después? Cuando termine de destruirse todo, y se lleve a cabo la pendiente “operación terrestre” israelí en Gaza, se podría suponer que un poco “más de lo mismo”. Y, con ello, solo la agudización de la tensión y las contradicciones de fondo: más civiles muertos, millones de nuevos desplazados, más espacios urbanos demolidos y posibles áreas adicionales de ocupación en contra del derecho internacional.

Crímenes de guerra que en su momento tendría que conocer la Corte Penal Internacional, que tiene competencia para hacerlo. Es hora que el mundo -y el Consejo de Seguridad de la ONU dentro de él- aborde los asuntos de fondo. Como respuesta inmediata y norte estratégico de planes de mediano y largo plazo.

Si todo se traba en el Consejo, avanzar, paralelamente, en las márgenes, que algunos miembros del Consejo, países de la UE (fragmentada en esto) y los gobiernos árabes generen condiciones, primero, para un inmediato cese de fuego. Segundo, para una apertura real a la asistencia humanitaria hoy trabada. Y, tercero, un escenario de negociaciones que apunte a poner después en marcha algo que hoy aparece ilusorio: los dos Estados, Israel y Palestina.

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