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Anatomía de Twitter
Columna
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Abandonar la red social de Elon Musk

Los cambios en la plataforma hacen que algunos medios y usuarios quieran dejar de alimentar sus perfiles

Twitter X
Unos trabajadores, colocando el nuevo logo de la plataforma antes conocida como Twitter en la sede de la compañía, en julio.Noah Berger (AP)
José Nicolás

El último tuit informativo que lanzó la radio estadounidense NPR fue el 5 de abril. La organización dejó de usar Twitter porque las nuevas políticas de la red social le colocaron, primero, una etiqueta de “medio de comunicación afiliado al Estado” y luego, tras protestar, la de “medio financiado por el Gobierno”. En un comunicado, consideraron que esas denominaciones cuestionaban su independencia editorial y buscaban socavar su credibilidad. Días después, en un hilo, dieron alternativas para acceder a sus contenidos sin depender de esta red social.

Las consecuencias de abandonar Twitter —ahora X— han resultado, para ellos, “insignificantes”, según una nota distribuida entre los trabajadores de la NPR y que ha analizado el periodista Gabe Bullard. En su artículo en Nieman Reports dice lo que muchos pensamos: esa red social no merece el esfuerzo que le dedicamos, sea profesionalmente desde los medios de comunicación, pues el porcentaje de audiencia que llega desde allí no es tan grande; o sea desde una cuenta personal, ya que la desinformación, las malas formas de algunos usuarios o incluso el propio algoritmo pueden hacer que nuestra experiencia no sea tan grata como esperamos.

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Los periodistas, sobre todo los más jóvenes, tienen —tenemos— la presión de estar presentes en todas las plataformas, cuantas más mejor, y cuidar y alimentar activamente los perfiles en cada una de ellas, ya que esa es la única forma de que te conozcan y te den una oportunidad laboral. De ello escribió Rubén Serrano (@RubenSerranoM) hace unos días, cuando confesó la razón por la que llevaba unos meses más alejado de las redes: “Estar presente porque me nacía pasó a serlo por necesidad y por unos precios que me hicieron creer que mi trabajo no valía la pena. Me quemó, me desgastó y las redes me secaron por completo. Poner un tuit o no ponerlo me disparaba la ansiedad”.

En la misma línea publicó Mario Juárez (@_emenauta): “Cada día tengo menos fuerza para seguir aquí. Vuelvo porque esto me ha traído gente increíble a mi vida, pero me tenéis que decir cómo hacéis para que las guerras, las temperaturas planetarias, los cadáveres y los medios buitres no os destrocen por dentro”. Juárez se refirió también a la ansiedad que puede generar en ocasiones esta red social, que impulsa a participar en todos los debates, a tener una opinión formada y urgente sobre todos los temas. Una opinión que, encima, se puede malinterpretar.

Esta cuestión la abordaba Jaron Lanier en 2018 en su libro Diez razones para borrar tus redes sociales de inmediato, donde hablaba de su funcionamiento: “Remezclan el significado, cualquier cosa que digamos se contextualizará y se le dará significado a través de la forma en la que los algoritmos, las multitudes reales y las de personas falsas la remezclen con lo que dicen otras personas”. También criticaba la presión que se imponen los medios de comunicación para difundir y conseguir audiencia, algo que seguro también tendrían en la NPR antes de irse de Twitter.

Sí, es cierto que la plataforma no es solo el tráfico que reporta. Twitter también es amistad, comunidad, fuentes de información, temas de conversación y debates interesantísimos. Precisamente por eso, y aunque reneguemos, muchos aguantaremos en ella hasta el fin de sus días —que pueden ser pocos, ya que Elon Musk ha sugerido que bloqueará el acceso en Europa para evitar cumplir con la legislación comunitaria, según Business Insider— o hasta que tengamos que pagar para usarla, como ya hace con los nuevos perfiles en Filipinas y Nueva Zelanda para, dice, evitar bots. Como si las granjas de bots no pudieran pagar un dólar al año para seguir intoxicando.

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Sobre la firma

José Nicolás
Trabaja en la sección de Opinión, es uno de los encargados de sus contenidos digitales y escribe en 'Anatomía de Twitter'. Es graduado en Periodismo por la Complutense y máster en Periodismo de Datos y Nuevas Narrativas en la Universitat Oberta de Catalunya. Antes de su llegada a EL PAÍS trabajó en Onda Regional de Murcia y Cadena SER.

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