Más unión
La cita de los Veintisiete en Granada respalda la voluntad de Europa de influir en un mundo roto por la guerra en Ucrania
Los líderes de la Unión Europea celebraron este viernes en Granada una cumbre informal que tenía como objetivo impulsar la definición del rumbo estratégico de Bruselas. El día anterior, los Veintisiete se habían reunido con una veintena de mandatarios de los países que, junto a los de la UE, componen la Comunidad Política Europea. Las dos citas han emitido múltiples señales políticas. Algunas, esperanzadoras; otras, decepcionantes.
Granada ha tenido, en primer lugar, el mérito de haber dejado finalmente explícito el creciente respaldo a un cambio de actitud sobre la ampliación de la UE. Hay reticencias y discrepancias, pero tras una década de parálisis hoy nadie discute la idea de que es oportuno empezar a trabajar en serio para prepararse para una nueva ronda. Esto significa un giro copernicano y resulta obvio que se debe a la invasión de Ucrania por parte de Rusia. Prepararse no significa abrir la puerta apresuradamente, ni ofrecer atajos a los que no estén en condiciones; supone emprender por fin un ciclo de reformas que permita a la Unión realizar una ampliación lo más eficaz posible cuando los aspirantes estén suficientemente maduros.
En segundo lugar, los socios han subrayado su intención de afianzar su autonomía estratégica, un asunto fundamental por las claras limitaciones de la Unión en el terreno militar, en el energético, en el de las materias primas hoy más relevantes y en el de las tecnologías punteras, lo que la expone a arriesgadas dependencias del exterior. En vísperas de la cumbre, la Comisión impulsó un proceso para evaluar los riesgos por la debilidad en sectores tecnológicos clave como los microchips avanzados, la inteligencia artificial, la tecnología cuántica y la biotecnología. La conciencia de la importancia de estas cuestiones crece, y se dan pasos. La UE supo sortear hábilmente la dependencia de la energía rusa, impulsar la industria de semiconductores y sus países miembros han aumentado el gasto militar. Sin embargo, el camino hacia una significativa reducción de las dependencias problemáticas se perfila larguísimo y, mientras no se avance de forma decidida, se proyectan dudas sobre la capacidad de la UE para ser un actor realmente independiente en la escena global.
Se ha reafirmado, en tercer lugar, el apoyo a Ucrania. Este no está exento de problemas, con la gesticulación polaca por las exportaciones de cereales de Ucrania, la victoria del filorruso Robert Fico en Eslovaquia y los habituales problemas procedentes de Budapest. Pero lo cierto es que la posición del país más relevante —Polonia— responde más a un reflejo táctico ante las próximas elecciones que a un giro sustancial. Sería una mala idea, por otro lado, levantar el bloqueo de los fondos europeos dirigidos a Hungría para obtener un sí en las gestiones ucranias. Deben buscarse alternativas. En cualquier caso, pese a algunas señales de fatiga, el apoyo político europeo a Kiev sigue en conjunto bastante sólido, más firme que el de unos EE UU con un Parlamento en estado de ebullición.
Todos los desafíos de esta nueva época geopolítica —también la decepcionante respuesta a la cuestión migratoria— conducen a la misma respuesta: hace falta más Unión Europea. Es preciso reducir las áreas de veto; dotar al proyecto de un presupuesto más sólido; ampliar las políticas comunes y perfeccionar algunas ya existentes. No hay alternativa ni marcha atrás, y si los Veintisiete no pedalean, terminarán cayéndose. Es necesario seguir avanzando, con prudencia. Granada ha mostrado discrepancias y reticencias. También una creciente conciencia de lo que hace falta y una creciente voluntad de ponerse a ello.
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