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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

México, entre la gentrificación y la nota roja

Los residentes, nacionales o foráneos, somos apenas los testigos de los horrores. La violencia disparatada, bajo cuyo pie vivimos, procede del poder omnímodo del crimen organizado y de su red de complicidades

Fotografía general, el 14 de octubre de 2022, de la Colonia Americana de la ciudad de Guadalajara, en Jalisco (México)
Fotografía general, el 14 de octubre de 2022, de la Colonia Americana de la ciudad de Guadalajara, en Jalisco (México)Francisco Guasco (EFE)
Antonio Ortuño

Circula un popular video humorístico en la red en el cual un sujeto asoma por la ventana de su departamento y dispara al aire varias veces. “Así mantengo bajas las rentas de mi colonia”, reza el texto que acompaña las imágenes. Desde luego que no se trata de un meme nacional. En México, las ciudades se gentrifican cada día más, aunque la seguridad empeore sin remedio. Tenemos lo peor de dos mundos.

El área en que vivo, en Guadalajara, hace casi un año fue considerada ni más ni menos que como “la más cool del mundo” por la revista británica de turismo Time Out, y, consecuentemente, no podría estar más gentrificada. Hay nuevos edificios de departamentos por todos lados y varios más en construcción. Tenemos hoteles boutique, cafecitos culturales (y de los normales), galerías, bares, restaurantes gourmet, etcétera. Y, sin embargo, el crimen no para. Este domingo, sin ir más lejos, le dispararon a una pareja en un agradable restaurante francés, en la banqueta de enfrente de las oficinas de Televisa Guadalajara (por si alguien se quiere poner purista: esto, siendo rigurosos, sucedió fuera de la Colonia Americana… Pero a 450 metros de distancia. Y totalmente en su zona de influencia). ¿Creen ustedes que van a bajar las rentas? Aquí podría entrar uno de esos viejos audios de risas grabadas…

Incluso la bastante diplomática Organización Mundial del Turismo, en boca de su secretario general, el georgiano Zurab Pololikashvili, advirtió hace unos días, en una rueda de prensa por el Día Mundial del Turismo, que México debía mejorar su seguridad para no “afectar” el futuro de su industria en el ramo. Porque, sí, a pesar de la ola de violencia que ha dejado cientos de miles de muertos en los últimos lustros, con cifras comparables a las de una guerra, nuestro país forma parte del top ten de las naciones más visitadas en el orbe. Y no solo por “aves de paso” vacacionales. Existe un fenómeno creciente de extranjeros (muchos de ellos “nómadas digitales” que se dispersaron por los cuatro punto cardinales a partir de la pandemia) asentándose en México para aprovechar los bajos precios comparativos que encuentran aquí. El “barrio más cool del mundo” cuenta con una nutrida comunidad de estadounidenses, canadienses y europeos, por ejemplo. Lo mismo sucede en zonas como la Roma o la Condesa, en Ciudad de México, y muchas más en lugares en Baja California, Nuevo León, Guanajuato…

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Pero, a fin de cuentas, los residentes, nacionales o foráneos, somos apenas los testigos de los horrores. La violencia disparatada, bajo cuyo pie vivimos, procede del poder omnímodo del crimen organizado y de su red de complicidades, a toda escala y desde hace muchos tiempo, con el poder institucional. El reciente cálculo de que las organizaciones delictivas podrían ser consideradas como el quinto mayor empleador del país, por encima incluso de Petróleos Mexicanos o la operadora de tienda de conveniencia Oxxo, con alrededor de 175.000 personas en sus filas, puede ayudar a estimar en qué atolladero estamos metidos.

El gobierno ha tratado de desmentir estos cálculos, que proceden de un estudio del Complexity Science Hub de Viena que publicó la revista Science. Sin embargo, queda de manifiesto que el crimen posee un poder humano formidable. La mejor prueba de eso es el propio discurso oficial, que atribuye a las operaciones de la delincuencia una parte fundamental de los más de 165.000 homicidios dolosos que las autoridades reconocen que se han producido durante el presente sexenio (al que aún le queda un año y ya es, desde hace meses, el más violento desde que se llevan estadísticas).

Tenemos, pues, un problema. Y no es que no seamos cool. Es que somos una nación de nota roja.

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