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Columna
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Un debate con sílabas de más

El enfrentamiento llevó al aspirante socialista donde quería verle el PP, en un marco puede que simple pero sencillo: derogar el sanchismo

Sala de prensa durante el programa 'Cara a Cara. El Debate', en Atresmedia, a 10 de julio de 2023, en Madrid.
Sala de prensa durante el programa 'Cara a Cara. El Debate', en Atresmedia, a 10 de julio de 2023, en Madrid.Eduardo Parra (Europa Press)
José Luis Sastre

Alguna gente escribe la palabra problemática. Podrían escribir problema, que es más sencilla y directa, pero prefieren alargar los textos porque así los ven mejores, de más nivel. Es una manera de complicarse en la escritura y de complicarse en general: consiste en escoger las soluciones más largas pensando que les harán ganar en altura cuando, en realidad, lo que lograrán es distancia; que también se mide en metros pero no es lo mismo. No es lo mismo lo simple que lo sencillo ni hablar largo es hablar mejor: es hablar largo y ya está. A los políticos les da a menudo por comportarse de esa manera, como si no les quedara más remedio que ir desperdigando las sílabas. Y si les haces una pregunta de sí o no contestan que a ver, que las respuestas son complejas, y que les sabe mal pero es que problemática.

A veces, sin embargo, las cosas son más sencillas que nuestra tendencia a enrevesarlas. De hecho, puedes dedicar los días a preparar un debate y a que te inunden con datos y con gráficos, a reunirte con grupos de asesores de los que hablan con palabras sobresdrújulas para que, en la hora de la verdad, te acaben descolocando con un déjeme hablar o un no se ponga usted nervioso. Uno puede armarse de datos y querer darlos a la vez, atragantado en el power point, sin caer en que perdiste con un gesto la atención que querías atraer con una frase prefabricada o pretenciosa, con una promesa fuera de plazo, de las que sigues haciendo pese al resultado electoral de mayo.

Es difícil el equilibrio porque es sencilla la receta: antes de ahogarse en datos o en acusaciones, el objetivo de un debate tan largo, con tantas cosas, es trasladar un tono y, más importante incluso, una idea. Es reduccionista y seguramente injusto, pero es. Ocurre en cada ámbito: con los titulares de periódico, con las notas del colegio, con las palabras que elegimos, sean de tres o de cinco sílabas. Al final de una rutina que cargamos de ocupaciones y atenciones, nos hace falta orientarnos con premisas que se entiendan y que podamos explicar a los demás. En este caso, se trata de saber quién ha ganado el cara a cara, quién va a ganar las elecciones y quién va a gobernar con quién. Se trata de saber en qué idea se resume el discurso de cada candidato. Feijóo tiene una, puede que simple pero sencilla. De momento, le funciona, pese a que se agarre a cifras inciertas o cuestionables. Pese a que él mismo ha adelantado que, si gobierna, mantendrá la reforma laboral, emblema de este Ejecutivo que su partido boicoteó.

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Sánchez tenía a su alcance trasladar ante su rival aquello que venía haciendo en sus últimas entrevistas: explicar su gestión de manera sencilla, con ejemplos concretos. Transmitir un tono. En vez de eso, se dejó llevar a los campos que el PP ha preparado durante años y que fueron a converger sobre la mesa del plató. Ahí estaban Bildu y ETA, el Falcon y la rectificación de la ley del sólo sí es sí. Estaba hasta la gestión de Zapatero. Cuesta entender que hubiera que implorarles que hablaran de la vivienda —¡de la vivienda!— aunque eso fue lo que sucedió: el enfrentamiento llevó al aspirante socialista donde quería verle el PP, en un marco puede que simple pero sencillo: derogar el sanchismo; que es una palabra de tres sílabas. Dos menos que problemática.

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Sobre la firma

José Luis Sastre
José Luis Sastre (Alberic, 1983) es licenciado en Periodismo por la UAB con premio Extraordinario. Ha sido redactor, editor, corresponsal político y presentador en la Cadena SER tanto en Madrid como en Barcelona. Autor de varios podcasts, ha colaborado en El Periódico y eldiario.es. Es subdirector de Hoy por Hoy en la SER y columnista en EL PAÍS.

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