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Papa Francisco
Columna
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Francisco quiere una Iglesia que sepa llorar, amar y besar

En estos días, los viejos amigos Bergoglio y Fernández, el nuevo cardenal argentino, han aparecido reflejando a un nuevo tipo de Iglesia más cercana a sus orígenes, más humanos que divinos

El papa Francisco durante una misa en el Vaticano
El papa Francisco durante una misa en el Vaticano, el pasado 29 de junio.ANGELO CARCONI (EFE)
Juan Arias

El papa Francisco acaba de nombrar, por sorpresa, 21 nuevos cardenales. De ellos, contra la costumbre secular del Vaticano de elegir cardenales sobre todo europeos, varios son también esta vez de la periferia de la Iglesia, como lo era él y entre los que podría estar quien le sustituya.

El jesuita papa Francisco, argentino, que al llegar a la cumbre de la Iglesia escogió, no el nombre del importante fundador de su Congregación, Ignacio de Loyola, sino el de Francisco, conocido como el santo de los pobres y amante de la naturaleza, ha buscado al elegir nuevos cardenales a personajes hasta ayer desconocidos, llegados de los lugares considerados como las favelas de la Iglesia.

Entre los 21 nuevos cardenales, el que más llama la atención es su compatriota argentino Víctor Manuel Fernández, considerado un doble suyo, amigo de una vida, con una visión de la Iglesia también en la línea de la renovación y de la vuelta a sus orígenes.

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Días antes del anuncio de los nuevos cardenales, Francisco ya había sorprendido a la Iglesia al poner a su amigo y compatriota al frente del dicasterio más importante del Vaticano, el de la Defensa de la fe, que estuvo siempre en manos de importantes, sesudos y conservadores teólogos de la Iglesia como el fallecido papa alemán Joseph Ratzinger, que fue el encargado de condenar a los modernos teólogos de la Liberación.

El papa Francisco, amante de devolver a la Iglesia a su espíritu primitivo, de perdón en vez de castigo, de sencillez y de fuerte cuño femenino, ya ha confesado que ha dejado por escrito su renuncia en caso de que alguna enfermedad le impida gobernar con lucidez.

No parece simple coincidencia el nombramiento inesperado de su amigo Fernández como Prefecto de la Congregación de la Fe, triste recuerdo de la Santa Inquisición, y enseguida el haberle elegido como cardenal. Ello le permitirá participar además en un nuevo cónclave para elegir al próximo papa, algo que está siendo analizado con alegría y aprensión al mismo tiempo en el ámbito sobre todo de la Iglesia conservadora, que considera al papa Francisco poco menos que un hereje con sus aperturas a los nuevos tiempos.

La Iglesia legada aún al viejo y severo Concilio de Trento, y a la que le gustaría sepultar al progresista Concilio Vaticano II, no ve con buenos ojos los nuevos horizontes teológicos que están abriendo, sea el papa Francisco o su amigo y cardenal, Fernández, que nada en sus mismas aguas a la búsqueda de la esencia de la revolucionaria fe de la Iglesia primitiva de los mártires.

Ambos, el papa Francisco y su amigo cardenal, Fernández, nadan en las mismas aguas no tanto de un moderno cristianismo apellidado de progresista, sino que han buceado siempre en los orígenes de un cristianismo de los excluidos, entre ellos las mujeres. De un cristianismo que a todos acoge y que no se avergüenza ni de amar ni de llorar, de ser humanos más que divinos. ¿Es ello ser conservador o progresista?

Es curioso que Francisco y su amigo Fernández sean difíciles de catalogar en su búsqueda de los orígenes de la Iglesia más carismática que teológica. Osaría decir, más humana que divina, más espiritual que teológica.

En estos días en los que el Vaticano ha sido noticia han quedado plasmados dos rasgos más humanos que divinos, que reflejan el alma del papa Francisco y del nuevo cardenal, su amigo y compatriota argentino, al que los vetustos teólogos dogmáticos no saben cómo catalogar.

Quizás porque aparecen más humanos que divinos, más modernos que tradicionales. ¿O es que alguien podía pensar antes de ellos que la Iglesia podría bendecir el sacramento del matrimonio a dos divorciados ya en su segunda familia? ¿O bendecir a una pareja de homosexuales? ¿O ir pensando en abolir el celibato eclesiástico e introducir a la mujer en el sacerdocio?

En estos días, los viejos amigos Bergoglio y Fernández han aparecido reflejando a un nuevo tipo de Iglesia más cercana a sus orígenes, apareciendo más humanos que divinos. No es una iglesia progresista, mundana, pero sí cercana a los dolores y alegrías de sus fieles.

El nuevo cardenal argentino ha acaparado la información mundial gracias a su libro publicado hace ahora 20 años, titulado “Sáname con tu boca. El arte de besar”. ¿Un obispo, hoy cardenal y Prefecto de la Doctrina de la Fe, que ya ha escrito sobre la importancia del beso, como expresión de amor humano? Y su libro, siendo aún joven, no hablaba de besos espirituales, sino humanos, carnales aunque como expresión de un amor profundo y delicado al mismo tiempo.

El nuevo cardenal, y quién sabe si posible sucesor del papa Francisco, en su libro habla del beso con todos sus detalles más humanos, diría hasta carnales, al mismo tiempo que expresión de un amor puro. “Si no hay beso de verdad, puede haber sexo pero no amor”, escribió el nuevo cardenal. Y lo hizo entonces con sentido del humor, algo en lo que también se parece a su amigo papa Francisco. Hablando del beso, escribe el nuevo cardenal, después de haberse consultado entonces con jóvenes amigos suyos, que se debe evita, por ejemplo, que un gran bigote moleste a la mujer al besar y da consejos, como por ejemplo, recortarlo.

En su libro sobre los besos, el cardenal de hoy hablaba entonces sea del beso de la traición del apóstol renegado, Judas, como de los besos de las prostitutas. Escribe que el beso es algo sagrado que debe respetar la libertad del otro del que no soy dueño. Y el nuevo vigilante hoy de la ortodoxia de la Iglesia, escribió entonces incluso del beso de las prostitutas. Las defiende cuando, según él, a pesar de prestarse " todo tipo de juegos sexuales, no se dejan besar por nadie”.

Sí, el nuevo cardenal argentino es el más parecido a Francisco. Una mezcla difícil de entender pues se trata de ser tradicional y moderno al mismo tiempo. De ser recio en los valores originales del cristianismo y abierto a los nuevos tiempos en un mundo en el que renace la fuerza de la mujer, hasta ayer relegada en la Iglesia a un papel de simple coadjuvente sin poder de decisión. Más aún, objeto y tentación para los eclesiásticos varones.

Si Fernández no se escandalizó ya de joven de escribir sobre el beso sobre el que dice que fue a buscar “las palabras de los poetas”, el actual papa Francisco, su gran amigo, tampoco se avergüenza de llorar en público, de enternecerse consolando las penas de desconocidos. Y hasta exhorta a los cristianos a no avergonzarse de llorar por los que sufren injusticia y abandono.

Lo acaba de decir días atrás al denunciar la tragedia de los inmigrantes del Mediterráneo. “Me avergüenzo de una sociedad que no sabe llorar”, afirmó, mientras su amigo y nuevo cardenal se avergüenza de quienes “no saben besar”.

Estamos ante dos figuras de la Iglesia y del Vaticano que rompen todos los esquemas del pasado, que no se definen como progresistas ni conservadores, sino como seguidores de una religión universal en la que cabían fieles y paganos, en la que el amor no era prohibido ni estigmatizado. Ni siquiera sublimado.

Es una curiosa nueva Iglesia que, mientras por primera vez persigue y castiga los pecados de la pederastia, permite que se bendigan otros tipos de amor fuera de los clásicos de hombre y mujer.

Es una Iglesia que no se escandalizaría de volver a sus orígenes, donde la mujer gozaba del mismo poder de los hombres, donde el celibato era desconocido, donde el eje del cristianismo era el amor y sólo el amor y, sobre todo, el cuidado por lo que el mundo despreciaba.

Una Iglesia que, como la de hoy de Francisco y de su amigo y nuevo cardenal, Fernández, que más que ir a la caza de herejes doctrinales, son capaces de llorar sin avergonzarse, o de escribir, sin rebozos, sobre el papel de los besos y de la sexualidad dentro de la Iglesia.

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